La crisis de Túnez no es lo que parece

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

El presidente tunecino, Kais Saied
El presidente tunecino, Kais Saied TUNISIAN PRESIDENT'S OFFICE

31 jul 2021 . Actualizado a las 10:49 h.

A veces, las cosas no son lo que parecen. En Túnez había protestas contra el Gobierno por la mala gestión de la epidemia. El presidente, Kaïs Saied, cesó fulminantemente a su primer ministro y cerró por un mes (de momento) el Parlamento. Puesto que en la Cámara la minoría principal es el partido islamista Ennahda, la interpretación unánime ha sido que se trata de un golpe de Estado similar al de Egipto en el 2013, cuando el general El-Sisi tomó el poder para poner fin al experimento islamista y preservar el laicismo. Pero es dudoso que las protestas callejeras sean el verdadero trasfondo de esta crisis, y también que lo que se dirima sea principalmente el conflicto (real) entre laicos e islamistas. Más bien parece que Saied ha utilizado lo primero como pretexto y lo segundo como señuelo para satisfacer sus ambiciones personales.

Es cierto que la gestión de la epidemia está siendo pésima en Túnez, aunque, en este sistema semipresidencialista, Saied tendría que ser considerado corresponsable. Puede que por eso haya decidido convertir en chivo expiatorio a su primer ministro Hichem Mechichi. Y puede que haya «suspendido» el Parlamento para evitar que le imponga un primer ministro que no le guste. Pero quizá haya algo más de fondo. Saied siempre ha sido un personaje un tanto inquietante, un populista sin partido que ha jugado a atraer a los laicos con un discurso vagamente antiislamista (en realidad, él es bastante religioso) y a los islamistas con un discurso conservador. Esto le permitió ser elegido con más de un 70 % de los votos. Pero desde entonces no ha dejado de quejarse de los límites que le imponen la Constitución y el Parlamento, llegando a sugerir sustituirlo por una «democracia directa». Si no hay un Tribunal Constitucional que decida sobre la legalidad de sus últimas decisiones es porque el propio Saied ha bloqueado su nombramiento. Todo esto es anterior a las protestas por la gestión de la epidemia. Tampoco se sostiene la idea de un golpe contra el ascenso de los islamistas, como en Egipto. Contra lo que se ha dicho, el primer ministro cesado Mechichi no tiene ninguna cercanía a Ennahda sino que es un independiente cuyo Gabinete estaba formado por tecnócratas; y, en todo caso, Ennahda no ha dejado de perder fuerza a lo largo de los años, pasando del 37 % en el 2011 al 19 % actual.

Aún hay esperanza para la democracia tunecina. Lo que ha dado Saied es una especie de golpe provisional. Dependiendo de la resistencia que le ofrezca el Parlamento y la respuesta que detecte en la sociedad, podría dar marcha atrás, nombrar un primer ministro de consenso y volver a cierta normalidad. Pero si ve que las instituciones flaquean, podría caer en la tentación de convertirse en un nuevo Ben Ali, el dictador al que derrocó la revolución del 2011. Sería un triste final decimal y capicúa para las primaveras árabes que se iniciaron hace casi 10 años y precisamente en este mismo país.