Alejandro Ballesteros, un español en Ucrania: «No me quiero ir, me quedaré hasta las últimas consecuencias»

INTERNACIONAL

El madrileño vive con su mujer en Kirovogrado, a 300 kilómetros de Kiev, donde tiene previsto quedarse pase lo que pase

04 mar 2022 . Actualizado a las 08:23 h.

La vida de Alejandro, como la de todos los residentes en Ucrania, se paró la madrugada del pasado 24 de febrero. Un día antes, estaba tan tranquilamente cuando recibió la llamada de la Embajada de España. «Primero me mandaron un email porque no tenían claros mis datos, luego les llamé y me dijeron que cuál era mi decisión. Les dije que quedarme en Ucrania, que yo tenía familia aquí y que no la iba a abandonar», señala este analista deportivo que lleva tres años viviendo en Kirovogrado, la ciudad natal de su mujer, a unos 300 kilómetros de Kiev. Aun así, le advirtieron de que si no salía ese día probablemente no pudiera hacerlo más adelante porque se iban a cortar todos los vuelos hacia España. Esa misma noche comenzó la guerra. «Después me dijeron que si podía salir del país en coche, les dije que sí, que tenía carné y todos los papeles en regla, pero yo ya había decidido quedarme. Podría irme con mi mujer y mi suegra, pero no con los hombres de la familia, ellos no pueden salir del país, tienen que estar preparados porque en cualquier momento los puede reclamar el Ejército», explica, a la vez que apunta que en su región hay muchos voluntarios. «La gente aquí está muy motivada con tener libertad, con ser libres», dice.

 Así las cosas, confiesa «no me he planteado volver, estaré hasta las últimas consecuencias». De hecho, han tenido ocasión de huir, al igual que han hecho otras familias de su localidad. Lleva días con el coche listo, con el depósito lleno, pero su decisión es firme. Además, es parcialmente optimista respecto al futuro. «Esto se está alargando, y la aportación que tienen ellos supongo que se les está empezando a acabar, pero aún así, pase lo que pase, yo me quedo».

Salir corriendo

 En los últimos días su vida, y la de los suyos, transcurre entre carreras. Pendientes del móvil por si llega ese mensaje que indica que es hora de irse al refugio. Cuando hablamos con él, acaba de llegar del sótano. Es la tercera vez que van a lo largo del día de hoy. Ayer hicieron seis viajes. «Según el Gobierno local, de momento la situación está controlada, pero nos dicen que estemos atentos al teléfono, porque seguramente tengamos que salir corriendo otra vez», señala. El búnker en el que se ponen a salvo es un sótano, «como puede haber en cualquier casa, que hemos acomodado para la ocasión». Cuando les advirtieron de que la situación se empezaba a complicar, lo prepararon con todo lo necesario para sobrevivir el tiempo que hiciera falta. Lo dotaron de electricidad, instalaron calefacción, e incluso acomodaron tres habitaciones más para que los vecinos pudieran estar cómodos. Mientras están bajo tierra tampoco pierden de vista el móvil. Siguen las noticias a través de varios canales de Telegram, y en cuanto reciben el mensaje de que todo está bajo control, recogen todo y se van de vuelta a casa. Dormir es un lujo en estos momentos, cuando no se pueden quitar los ojos de la pantalla. Hoy, él no ha pegado ojo. Otras veces, duermen por turnos, «como si fuera la antigua mili». Eso sí, nunca más de dos o tres horas seguidas.

 En Kirovogrado, donde vive, no hay muchos enfrentamientos. Han visto cómo les sobrevolaban cazas y drones, pero, a día de hoy, no es un punto caliente del conflicto. No pasa lo mismo en los alrededores, donde sí que se están produciendo muchos combates. «El Ejército ucraniano está localizando, parando y desarmando a las patrullas rusas en las afueras, pero lo que es la ciudad en sí, está controlada por los militares y la policía», explica.

 ¿Tienes miedo por lo que pueda pasar? Le pregunto. «Respeto. Cuando sobrevuelan los aviones se te mueve el estómago un poco, cuando está el cielo despejado los ves, y el otro día iban muy bajo… Piensas un montón de cosas, pero automáticamente tienes que tener la cabeza fría porque hay que actuar, coger tu mochila, a tu gente, correr e ir hacia el refugio… Hay gente mayor, gente con niños, muchas personas a las que tienes que ayudar, y hay que tener la cabeza fría dentro de todo el pánico que puedas tener», relata.

 Alejandro Ballesteros es madrileño, su familia reside en la capital de España, y cuenta que, aunque entienden y respetan su decisión, «están sufriendo mucho». «Muchos me decían estos días atrás: `¿Por qué no vienes con tu mujer, con la familia...´. Pero es que no es tan fácil coger un coche, tirarte dos días viajando para luego estar otros tantos días esperando en la frontera. A ver, esta posibilidad existe, desde aquí hay salidas por carretera hacia Polonia, Rumanía, Moldavia… pero ellas tendrían que dejar aquí a parte de su familia, y no quieren», explica.

 De momento, dice «hay que aguantar y resistir, no te puedo decir lo que va a pasar en el futuro, pero queda la motivación de ser libres», cuenta Alejandro, que aunque al principio pensaba que esto terminaría pronto, confiesa que cada día que pasa se va a alargando un poco más. «Ellos en las guerrillas igual no avanzan, pero te pasa como ayer que lanzan misiles a una plaza, y destruyen media plaza».