JFK, el enigma que nunca acaba

INTERNACIONAL

Kennedy poco antes de ser asesinado el 22 de noviembre de 1963, en el coche presidencial en el que iba junto a su esposa.
Kennedy poco antes de ser asesinado el 22 de noviembre de 1963, en el coche presidencial en el que iba junto a su esposa. REUTERS

A los 60 años del asesinato del asesinato de Kenndy, la mayoría de los estadounidenses rechazan la versión oficial

22 nov 2023 . Actualizado a las 17:56 h.

Fue un magnicidio que sacudió al mundo y el más enigmático. El 22 de noviembre de 1963, el carismático presidente John F. Kennedy era asesinado en Dallas. Ese día EE.UU. perdió la inocencia y empezó a encarar el futuro con miedo. Cuando están a punto de cumplirse sesenta años del crimen, muchos estadounidenses siguen sin creer la versión oficial establecida por la Comisión Warren, que concluyó que Lee Harvey Oswald era el asesino y actuó en solitario. Solo el 29 % consideran que lo hizo solo, mientras que el 65 % creen que hubo una conspiración, según una reciente encuesta de Gallup.

No es de extrañar porque ese crimen reúne todos los ingredientes, giros de guion y misterios del mejor thriller. Un mandatario joven, seductor y guapo, que encarnaba el sueño americano, recorre las calles de Dallas con su bella mujer en una limusina descubierta; ausencia de policías vigilando las azoteas; un asesino de poca monta de 24 años, exmarine, que vivió más de dos años en la URSS y que era admirador de Fidel Castro; una autopsia chapucera... Y un presidente que tenía múltiples enemigos a los que les gustaría verle muerto: la extrema derecha y los segregacionistas, muy activos en Texas; la Mafia; el propio establishment, que le consideraba demasiado blando con el comunismo; los soviéticos; o el dictador cubano, entre otros.

Oswald, asesinado

Para alimentar aún más las teorías de la conspiración, Oswald era asesinado dos días después del magnicidio en una comisaría llena de policías y periodistas por Jack Ruby, dueño de un club nocturno y relacionado con el hampa. Añádanse los asesinatos en 1968 de Robert Kennedy y Martin Luther King. Una trama increíble hasta para una película.

Esto ha hecho que, desde 1963, se hayan propagado cientos de teorías de conspiración, algunas con cierta base, la mayoría lunáticas. Philip Shenon, autor de JFK Caso Abierto (Debate) lo explica: «A muchos estadounidenses les costó aceptar la idea de que este joven de 24 años, con un rifle de 21 dólares comprado por correo, pudiera derribar al hombre más poderoso del mundo». «Para muchos, tenía sentido que fuera obra de algún tipo de conspiración», sostiene. Pero cree que Oswald actuó solo. El historiador Francisco Martínez Hoyos, autor de Las conspiraciones (Cátedra) asegura que se sabe con seguridad que Oswald actuó en solitario. «Autores serios, como Gerald Posner o Vincent Bugliosi, le señalan como único culpable; otra cosa son las especulaciones sensacionalistas sobre si actuó en complicidad con otras personas o fue por completo inocente, un chivo expiatorio». Pero hay autores como David Talbot, autor de La conspiración (Crítica), que sí cree que hubo un complot del «Estado profundo», al que habría desafiado Kennedy.

¿Qué motivos tenía Oswald para matar a Kennedy? Según Martínez Hoyos, «delirios de grandeza, era un perturbado emocional que pretendía pasar a la historia como fuera, su carácter difícil e inestable hace inverosímil que actuara por cuenta de un servicio secreto extranjero». «Desde 1963, los datos no se aceptan por cuestiones emocionales», añade. «¿Cómo admitir que un presidente joven, guapo e idealista ha muerto por la locura de un lobo solitario?», se pregunta.

De la «bala mágica» a las más estrafalarias teorías de la conspiración

Según la Comisión Warren, se dispararon tres balas en la plaza Daley de Dallas. La primera falló; la segunda dio al presidente por detrás salió por la garganta y luego impactó en el pecho, la muñeca y el muslo del gobernador John Connally; la tercera voló la cabeza del presidente y lo mató. Un fabricante de confección llamado Abraham Zapruder lo grabó. El segundo proyectil, llamado la «bala mágica», es la base de una teoría de la conspiración que sostiene que hubo varios tiradores. En un libro reciente, Paul Landis, que fue agente del servicio secreto que estuvo a metros de Kennedy cuando fue asesinado, respalda esa tesis.

Otra teoría implica a la CIA y el FBI en el atentado, cuando menos por omisión. Lo que ha quedado claro es que tenían más que inquietantes informes sobre Oswald y que el jefe del FBI, John Hoover, sabía que este estaría en Dallas y que suponía una clara amenaza. También se ha responsabilizado del asesinato a la Mafia, la extrema derecha, Fidel Castro, la URSS e incluso existe la teoría de que hubo un golpe de Estado.

Martínez Hoyos cree que las teorías de la conspiración no tienen base. Además, «son mutuamente excluyentes: Si fue Castro, por ejemplo, no fueron los exiliados cubanos ni la Mafia ni los millonarios texanos». Explica que «se ha llegado al extremo especialmente absurdo de señalar, como hipotético culpable, al vicepresidente Lyndon B. Johnson, el sucesor de JFK». «Más que preguntarnos quién mató a Kennedy, debemos preguntarnos quien no lo mató», añade. «Oliver Stone, en JFK, hizo una gran película en términos cinematográficos, pero no un relato históricamente convincente, no es de recibo refugiarse en vaguedades como ‘ellos' o ‘el sistema' a la hora de señalar a los supuestos asesinos», afirma. Shenon señala que algunas teorías tienen cierta base, pero añade: «Yo y muchos investigadores competentes no hemos encontrado pruebas que las respalden».

La Nueva Frontera que no pudo ser

«Kennedy era la gran promesa demócrata de los años sesenta, su juventud, frescura y simpatía captaron los votos de muchos ciudadanos descontentos que querían un cambio», asegura la historiadora Sara Núñez de Prado. «Su prematura muerte no le permitió cumplir sus promesas electorales, pero los dos años que estuvo en el poder no indican que en los siguientes hubiera culminado la política que se había comprometido a poner en marcha, no consiguió nada concreto», afirma. «Ni siquiera su ley estrella, la de los derechos civiles, salió adelante», añade. «Tuvo que ser su sucesor, Lyndon B. Johnson, quien llevara a buen término casi toda la obra inconclusa de Kennedy», sostiene. «Kennedy llegó a la presidencia con intención clara de mejorar la economía, erradicar la pobreza y potenciar a aquellos estados más desfavorecidos, y no lo consiguió», explica. Es decir, «todo lo que englobaba en lo que denominó Nueva Frontera quedó sin los efectos esperados». En política exterior «tampoco tuvo muchos aciertos, recuérdese la invasión a Cuba por la Bahía de Cochinos en 1961, el aumento en la implicación estadounidense en la guerra de Vietnam en 1962 y la crisis de los misiles, que fue un momento de máxima tensión para el mundo». En definitiva, «es difícil hacer futuribles, pero es muy posible que, si Kennedy hubiera agotado sus dos mandados, hoy no sería el mito que es, sino que cabe la posibilidad de que hubiera causado una importante decepción entre sus conciudadanos». Precisamente «por su prematura muerte provocada por un atentado que, además ha estado siempre plagado de incógnitas, se ha convertido en un mito querido, ensalzado y añorado por muchos estadounidenses».