Una paliza a los rehenes cada vez que se rompía una negociación en Gaza

J. Gómez Peña MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

Omer Wenkert, tras ser liberado por Hamás el pasado 22 de febrero.
Omer Wenkert, tras ser liberado por Hamás el pasado 22 de febrero. Nir Elias | REUTERS

«No me humillaron, vencí al cautiverio», relata uno de los secuestrados mientras en Doha se reanudan los contactos para extender la tregua

13 mar 2025 . Actualizado a las 19:05 h.

Todo lo que se va sabiendo del conflicto en Gaza no juega a favor de una paz duradera. Sobre la Franja se ha abonado un odio de décadas. Omer Wenkert, uno de los rehenes israelíes capturados por terroristas palestinos el 7 de octubre del 2023, relató en Canal 12 sus días de cautiverio, llenos de hambre, frío, miedo, suciedad... Y dolor. Su único vínculo con lo que sucedía en el exterior eran las palizas que le daban. Cada vez que fracasaban las negociaciones entre Israel y Hamás o era asesinado algún alto cargo de la milicia, sus secuestradores se llenaban de «ira, rabia y frustración». Lo pagaban con él a golpes. «No me decían el motivo, pero lo sientes. Sabía lo que había pasado».

Omer fue liberado el pasado 22 de febrero. «No me humillaron; vencí al cautiverio», dijo. Pudo abrazar a sus padres y seguir ya a la luz del día el complicado proceso que ha llevado al frágil alto el fuego. La primera fase de la tregua concluyó el 19 de febrero. Israel exige prolongar este capítulo antes de iniciar la segunda parte del acuerdo, que incluye la retirada de sus tropas. Como medida de presión, impide el paso de camiones con ayuda humanitaria y ha cortado el suministro de electricidad a la planta desalinizadora de Deir al Balah. A la destrucción y el hambre, se une la sed.

Los familiares de los 50 rehenes aún en poder de Hamás han pedido al Tribunal Supremo de Israel que revoque la orden del Gobierno de Benjamín Netanyahu que ha dejado sin luz a la Franja. Temen que sus familiares sean ejecutados. Hamás, por su parte, alerta del riesgo de una falta de agua «catastrófica» en Gaza. «Es un crimen de guerra», denuncia.

El miércoles, el enviado especial estadounidense para Oriente Medio, Steve Witkoff, estuvo en Doha (Catar) para mediar en una nueva ronda de conversaciones, antes de partir ayer a Moscú. Según The Times of Israel, sobre la mesa está la propuesta de que Hamás libere a diez cautivos a cambio de prolongar 60 días la fase inicial del alto el fuego. 

«¡Nos están quemando!»

En ese ambiente inflamable y cargado de pólvora, el testimonio de Omer Wenkert, rehén liberado tras 500 días cautiverio, refleja la angustia que sufren las víctimas de este conflicto. El 7-O estaba con su mejor amiga en el festival de música Nova, a dos pasos de la frontera con Gaza. Las sirenas antimisiles cambiaron la banda sonora de esa noche. Se desató el pánico. Corrieron a un refugio antiaéreo, al que los milicianos de Hamás atacaron lanzando granadas e incendiándolo. «Hubo histeria, la gente gritaba, pero en cuanto comenzaron a quemarnos se hizo el silencio... Empecé a sentirme asfixiado», rebobina.

En ese escenario del horror solo cuenta sobrevivir. «Es terrible decirlo, pero todo ese tiempo estuve ocupado en coger cuerpos y taparme con ellos por si volvían a dispararnos», confiesa. Escuchó a una joven gritar por teléfono: «¡Nos están matando! ¡Nos están quemando!».

Alguien dijo que habían llegado al fin las tropas israelíes. Tres chicas, entre ellas su acompañante, salieron del refugio. Disparos. Solo regresó una y no era su amiga. Wenkert vio cómo una granada rodaba a su lado. Una niña la cogió y la arrojó fuera. Coraje. Entonces decidió salir. Tenía 22 años y asumió su final. «Si muero que sea de pie». «Sentí —recuerda— que estaba preparado para morir, que iba hacia una muerte segura». Fue retenido. «Al verles venir, me oriné en los pantalones».

Veinte minutos después estaba en un túnel de Gaza. Poca comida; sin luz. Y palizas. Tras mes y medio, uno de sus compañeros de cautiverio fue liberado. Le dijeron que él era el siguiente, pero aquella tregua inicial se rompió. Le esperaban meses en una celda sin más consuelo que hablar consigo mismo. «Mi regalo de cumpleaños fue la paliza de uno de los guardianes con una barra de hierro. Me golpeó con una agresividad demencial. Pero había decidido no mostrar debilidad delante de ellos. Así que incluso mientras me estaba pegando le miraba a los ojos», cuenta.

Ahora, ya a salvo en Israel, rechaza cualquier deseo de venganza. Vuelve atrás para recordar el consejo de otro cautivo: «Al final, ellos [los captores] quedarán atrapados en su propia maldad, en la crueldad infrahumana que llevan dentro, mientras nosotros volveremos a vivir nuestras vidas. Y esa será nuestra victoria».

En la Franja, donde han muerto más de 47.000 gazatíes bajo las bombas de Israel y donde la miseria rodea al resto de la población, se sigue negociando una tregua que sirva de salida para este infierno.