Más de cinco millones de españoles tienen insomnio crónico y esto tiene consecuencias en todos los planos, desde el día a día del paciente al gran coste a nivel económico y sanitario
04 oct 2023 . Actualizado a las 15:34 h.Meterse en cama, cerrar los ojos y despertarse ocho horas después es un placer que millones de personas en España no experimentan. Una necesidad fisiológica que muchos ven como una habilidad solo alcanzable de la mano de pastillas. Ni hablar queda del día siguiente. Dolor de cabeza, falta de concentración o memoria, ojos que se cierran y enfado. Mucho enfado. No poder dormir vuelve loco al más cuerdo y cada vez son más los españoles que no pegan ojo. Un nuevo estudio, liderado por miembros del grupo de trabajo de insomnio de la Sociedad Española del Sueño (SES), concluyó que el insomnio crónico afecta al 14 % de la población adulta, lo que equivale a unos 5,4 millones de personas. Los datos se recabaron entre los años 2018 y 2019 y permiten ver cómo ha cambiado la sociedad en estas dos décadas.
La última investigación que cifraba la prevalencia de esta afectación en el entorno nacional se realizó entre 1998 y 1999. Por aquel entonces, los autores encontraron que alrededor de un 6,4 % de la población española adulta cumplía con los requisitos para recibir el diagnóstico. El salto entre el pasado y el presente es evidente.
Insomnio como síntoma, síndrome y trastorno
¿Qué es insomnio y qué no? Manuel de Entrambasaguas, médico especialista en neurofisiología clínica, experto en medicina del sueño y autor principal del vigente estudio, establece la diferencia entre la imposibilidad de dormir de forma involuntaria y voluntaria. «Dormir poco o hacerlo mal puede deberse a dos cosas totalmente diferentes. Una es el insomnio, en el que una persona querría poder dormir, pero no lo logra; y otra cosa es el sueño insuficiente, que consiste en quitarle horas a la noche para ver una serie, trabajar o cuidar a alguien», indica. Las consecuencias entre un tipo y otro también variarán.
A su vez, el insomnio también puede definirse en tres niveles. Primero, como síntoma, «cuando a una persona le cuesta conciliar el sueño, se despierta muchas veces por la noche, o se despierta muy temprano y no puede dormir más». El siguiente paso es el síndrome, que consiste en que los síntomas provoquen dificultades durante el día; adquiere relevancia, desde un punto de vista clínico, «si ocurre al menos tres días a la semana» y será crónico si supera los tres meses, o agudo, si es inferior a esta marca.
Por último, se encuentra el trastorno: «Se diagnostica cuando el síndrome no se debe a terceras razones que podrían explicarlo, como es otro trastorno del sueño, por ejemplo la apnea, u otras como un dolor, uso de sustancias o una enfermedad psiquiátrica grave», detalla el doctor Entrambasaguas. Precisamente, el estudio más reciente incluyó, en este último grupo, a las personas que toman medicación y, por lo tanto, son asintomáticas. «Es gente que depende de los fármacos para dormir y creen que si no los toman, no descansaría», indica. Un tipo de refinamiento que permite hilar más fino y modificar la realidad en materia de prevalencia.
Coste social y económico
No dormir tiene consecuencias en todos los planos posibles. La primera y más obvia es la calidad de vida de la persona, que en cuestión de días, se ve afectada. «Presenta un malestar perpetuo, una mala relación con la cama, hay cansancio crónico e irritabilidad», explica el neurofisiólogo.
En otra esfera más desapercibida, tiene un coste económico, «que ocurre tanto a nivel de empresa, con lo que se conoce como presentismo (estar en el puesto de trabajo pero no ser efectivo); como a nivel sanitario, pues la personas que no pueden dormir son más consumidoras de recursos sanitarios que aquellos que sí», explica.
En suma, el experto destaca el riesgo derivado del consumo asiduo de benzodiacepinas, que además de crear dependencia y tolerancia entre sus usuarios, también aumenta el riesgo de caídas entre la población mayor, «con impacto sanitario, aunque no se le atribuya directamente al trastorno», precisa.
¿Por qué han aumentado los pacientes?
Para la obtención de datos, el grupo de trabajo realizó encuestas telefónicas a más de 2.000 personas, número que constituye una muestra representativa de los habitantes españoles mayores de edad, con una distribución similar a la población real. Por su parte, excluyeron a los trabajadores nocturnos.
¿Cómo puede justificarse el aumento de pacientes? Los autores del estudio tienen varias hipótesis. En primer lugar, sugieren que hay muchos trastornos del sueño sin diagnosticar: «El síndrome de insomnio afecta, sobre todo, a adultos jóvenes. Esto antes no pasaba. Sin embargo, cuando les preguntamos, nos dicen que no han obtenido un diagnóstico aunque no descansen bien», apunta el doctor Entrambasaguas.
A su vez, al tratarse de un problema muy transversal a otras patologías, puede ocurrir que no esté bien detectado. «Igual una persona tiene insomnio a raíz de una fibromialgia. Pero puede ser que, además de la fibromialgia, también tenga un trastorno del sueño. Es decir, que sus síntomas sean tan potentes que haya que dar un diagnóstico en sí que permita tratarlo», señala. La evidencia muestra que esta comorbilidad no siempre se observa a tiempo.
El ritmo del día a día también parece estar detrás. Entrambasaguas invita a hacer una reflexión sobre qué cambios han tenido lugar en los últimos años. Más allá de diagnósticos, «no poder dormir se relaciona con una hiperactivación y con una mala regulación del estrés». Por eso, señala que cabe preguntarse si el estilo de vida que la sociedad lleva promueve la calma o la preocupación. Nadie puede negar que el sueño no escapa del estatus socioeconómico: «La desigualdad económica ha crecido, la gente está más crispada y la situación laboral ha sido más inestable», cuenta.
Y ya, para poner la guinda del pastel, el neurofisiólogo habla de la aparición del smartphone, ese pequeño ordenador que acompaña a sus propietarios hasta en el baño. «Estamos recibiendo información, entretenimiento o notificaciones continuamente. Esto tiene un impacto en el tiempo que necesitamos para desconectar», indica.
Antaño, la luz natural marcaba el inicio y el fin del sueño. En condiciones normales, el sueño aparece de forma natural. «Termino mi jornada, me voy relajando, oscurece, se hace de noche y me duermo», describe el neurofisiólogo. Sin embargo, en la actualidad, en interiores «existe luz artificial» y la conexión constante provoca que, inevitablemente, los individuos no desconecten. Todo ello contribuye a la hiperactivación del cerebro.
Las mujeres, con más insomnio
Los resultados muestran diferencias entre sexos. De forma que la prevalencia del trastorno de insomnio crónico es más elevada entre mujeres (14,6 %) que en los hombres (13,4 %), así como en los mayores de 55 años (17,9 %), que entre la población más joven. Es más, entre las personas de 35 y 54 la prevalencia se redujo hasta el 11,5 %, mientras que en la población de entre 18 y 34, hasta el 11. «En las personas ancianas se atribuye al deterioro normal del sueño por el envejecimiento, a la presencia de enfermedades crónicas y a la pérdida de sincronizadores del ritmo circadiano por aislamiento o sedentarismo», explica el autor principal..
Por su parte, en mujeres, apunta hacia el impacto de ciertos factores socioeconómicos y a problemas de salud mental. «Siempre se ha dicho que la mujer duerme peor, pero cuando hablamos de síndrome no está tan claro», advierte. Se sabe que ellas consumen mayor cantidad de medicación, «y se sospecha que el tipo de trabajo, que en ocasiones está peor remunerado y es menos apreciado que el de los hombres, puede influir», describe.
Con todo, lo más sorprendente es que los jóvenes son los que dicen dormir peor. En suma, también suponen el grupo de población con mayor nivel de consecuencias diurnas. Sin embargo, «como este problema no tiende a cronificarse y no se medican, su prevalencia a nivel trastorno es la más baja», precisa Manuel de Entrambasaguas. Por último, el estudio considera que existe un elevado número de personas con trastornos del sueño no diagnosticados y no tratados, así como pacientes detectados sin una solución adecuada.
Medicación y terapia cognitivo conductual
El abordaje del insomnio crónico se divide en dos escalones. «El primero es la terapia cognitivo conductual, que además de no estar muy ofertada en el sistema público, es muy costosa, en cuanto a que hay que dedicarle tiempo y el paciente tiene que estar motivado», precisa el experto. Este tratamiento es el que ha mostrado mayor nivel de eficacia a largo plazo. «Tiene distintos componentes. Incluye la educación, con información fiable sobre el sueño fisiológico y el insomnio, la higiene del sueño, que tiene que ver con adoptar rutinas y entorno que favorezcan dormir, y las terapias de relajación», detalla.
La parte conductual implica la restricción del tiempo que el individuo pasa en cama, así como el control de estímulos. «Por ejemplo, es importante tener claro que la cama es el espacio para dormir o mantener relaciones íntimas, pero no es la sala de televisión o de trabajo. Esta asociación forma parte de la higiene del sueño más básica».
A la vez, el componente cognitivo desmonta creencias erróneas sobre el sueño y el insomnio. «Una de ellas es la de pensar que todo el mundo tiene que dormir ocho horas, cuando esto dependerá de la persona; o la de creer que todo lo malo que nos ocurre es culpa del insomnio», señala el doctor Manuel de Entrambasaguas.
La segunda opción en materia de tratamiento es la medicación. «La pastilla es útil, pero siempre se tiene que usar con un objetivo y durante un tiempo concreto», explica. Por el contrario, lo habitual es que se produzca a la inversa. Es más, el neurofisiólogo reconoce que, con frecuencia, los profesionales del sueño se encuentran en consulta con pacientes «medicados desde hace 10 o 20 años». Algo que no tiene sentido, pues la indicación del fabricante es que benzodiacepinas y derivados solo se utilicen durante tres o cuatro semanas, «para después retirarlos poco a poco».
De hecho, el estudio permite hablar de números y consumo. El grupo de trabajo observó que el 9,3 % de los encuestados reconoció tomar medicación con receta para dormir y que, entre los fármacos más comunes, estaban el lorazepam o el diazepam.
El 25 % sigue con problemas para descansar
Las pastillas no resultaban eficaces en el 25 % de los pacientes, quienes seguían con problemas para dormir, «mientras que un 18 % pensaba que no tendría problemas para pegar ojo si no tomara esa medicación, pero la continuaba tomando», explica el experto. Por ello, y ante sus posibles consecuencias, estos datos deben encender las alarmas sobre «la falta de seguimiento y control» respecto a la farmacología.
Queda por ver cómo continuará este problema en el futuro. De hecho, las cifras de prevalencia son previas a la pandemia del covid-19, «cuyo impacto ha provocado un incremento notable en el consumo de fármacos hipnóticos-sedantes y de ansiolíticos, lo que sugiere que la prevalencia del trastorno de insomnio crónico en España ha podido superar ya el 14 % obtenido en el 2018 y en el 2019», concluye la SES. El número de prescripciones de estas pastillas mostrará si esta tendencia «se corrige o se mantiene».