Así es la enfermedad renal crónica: «No hay síntomas hasta que los riñones disminuyen mucho su función»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Imagen de archivo de la unidad de diálisis del hospital HM La Esperanza.
Imagen de archivo de la unidad de diálisis del hospital HM La Esperanza. Sandra Alonso

Los especialistas alertan de que esta patología es silente y no produce síntomas en sus etapas más precoces

21 feb 2025 . Actualizado a las 14:36 h.

Los riñones serán descritos como un bien muy preciado en el 2040, cuando la enfermedad renal crónica —si continúa la tendencia— se convierta en la quinta causa de muerte a nivel mundial, y la tercera en España. Más, si cabe, en el 2100, cuando avance hasta ser la segunda, solo por detrás de las demencias, y supere a las enfermedades del corazón o al cáncer en mortalidad. En la actualidad tampoco se queda atrás, ocupa el octavo puesto en este desafortunado ránking. 

La enfermedad sigue, a su vez, creciendo en Galicia. Según el registro de la a Sociedad Española de Nefrología (S.E.N.) y la Organización Nacional de Trasplantes, es la quinta comunidad autónoma con mayor tasa de prevalencia, tras Canarias, Aragón, Asturias y Cataluña. En concreto, la prevalencia es de 1.514 de personas por millón de población, muy por encima de la media nacional que se sitúa en 1.406, y hace que ya sean 4.100 individuos los que precisan tratamiento renal sustitutivo para reemplazar la función de sus riñones. 

La Fundación de Ciencias de la Salud destaca en su documento de posicionamiento Enfermedad renal crónica y su situación en España que esta afectación es «un problema formidable de salud pública», que requiere una respuesta global de toda la sociedad. Además, recuerda que aunque no es una enfermedad tan conocida «como puede ser la insuficiencia cardíaca o la diabetes, en la actualidad es muy prevalente y las cifras tanto a nivel mundial, como en España, son alarmantes». 

En terreno médico, estos dos pequeños órganos con forma de habichuela, y situados a ambos lados de la espalda baja, son sinónimo de un buen, o mal, estado de salud. «En general, los riñones se perciben dentro del mundo de la medicina como unos órganos que, cuando hay un problema con ellos, la situación adquiere una gravedad importante. No se tienen mucho en cuenta por el resto hasta que comienzan a fallar», adelanta Roi Ribera, médico especialista en Aparato Digestivo y Nefrología, con total honestidad. ¿La razón? El fallo en su funcionamiento no se produce hasta que, literalmente, no pueden más. Y con ello, los síntomas son un motivo de hacer sonar las alarmas para cualquier médico. 

Este problema puede manifestarse de dos maneras, o bien de forma aguda, o bien de forma crónica. Es, precisamente, esta última definición la que preocupa a los especialistas. La enfermedad renal crónica afecta a entre el 10 y el 15 % de la población española, o lo que es lo mismo, a cerca de siete millones de personas. Sin embargo, el 40 % no sabe que la padece. 

Precisamente, el carácter silencioso de la patología en sus estados iniciales, sumado a las altas cifras en que se traduce, ha llevado a los profesionales de la salud a describirla como una epidemia silenciosa. 

«Generalmente, no vemos síntomas hasta que los riñones disminuyen su función y solo alcanzan, más o menos, un 30 % de su potencial», explica el doctor Ribera. En estos casos, el deterioro ya se considera importante. Incluso en este punto, algunos de los signos de alarma son muy inespecíficos: malestar general, cansancio o pérdida de apetito. «Los alimentos empiezan a saber mal, y según el tipo de daño, puede haber una orina más espumosa si lo que perdemos son proteínas, por ejemplo», describe Ribera. 

A medida que avanza y las capacidades del riñón se reducen a un 10 %, la situación gana en gravedad. «Vemos alteraciones electrolíticas, de sodio, potasio y otros iones; retención de líquido en forma de edema en miembros inferiores, falta de aire por acúmulo de líquidos en los pulmones, insuficiencia cardíaca o calambres», aglutina Ribera, quien reconoce que, incluso, si se registran alteraciones importantes de potasio, la situación puede avanzar hasta provocar una parada cardíaca.

Ha crecido y se espera que siga haciéndolo

Su mortalidad y prevalencia no han parado de crecer y se estima que lo siga haciendo en el futuro. Una previsión que se explica tanto por razones modificables como por otras que no lo son: «Por un lado, los hábitos sanitarios no son los mejores. Cada vez hay más diabéticos, más hipertensos, la gente sigue fumando o no hace ejercicio. Y, por otro, la esperanza de vida crece», indica Emilio Sánchez, presidente de la Sociedad Española de Nefrología. Nadie está exento de padecerla, pero es más común a medida que se cumplen años. 

«Cuantos más años, más riesgo de que aparezcan las enfermedades, entre ellas la renal. Además, hoy en día la esperanza de vida de los propios pacientes es mayor y no se limita la entrada a diálisis, cosa que antes sí sucedía», señala Patricia de Sequera, jefa del servicio de Nefrología del Hospital Universitario Infanta Leonor, de Madrid. 

Los riñones y sus especialistas son los grandes desconocidos del hospital. «Si preguntas por la calle qué es un cardiólogo, todo el mundo sabrá qué responder. No sucede lo mismo si preguntas acerca de un nefrólogo», lamenta el presidente de los especialistas, quien reconoce que parte del problema puede haber sido no saber acerca la patología a la sociedad. 

En esta última visión coincide Borja Quiroga, vocal de la SEN, quien considera que no han sabido transmitir el impacto de la enfermedad renal: «La gente conoce el tema de la diálisis, es algo que da mucho miedo. Pero no entienden que la enfermedad renal comienza veinte años antes», señala. El problema para el especialista es que esta afectación no duele. 

Que casi la mitad de pacientes desconozcan que lo son significa que todos ellos no pueden acceder al tratamiento necesario ni frenar las consecuencias asociadas al mal funcionamiento del riñón. Según el Global Burden of Disease, la enfermedad renal crónica puede superar a otro grupo de patologías mucho más conocidas como los tumores. «Mientras que en todas ellas se hace cada vez más cribado, la población tiene más conciencia. En la enfermedad renal sigue habiendo mucho desconocimiento y esto hace que de las diez primeras, sea la única que suba en incidencia», indica Borja Quiroga, nefrólogo. 

El perfil del paciente

Teresa Benedito, responsable del grupo de trabajo Cardiovascular y Diabetes, de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, recuerda la importancia del médico de familia a la hora de diagnosticarla: «No detectar un paciente de una enfermedad renal crónica no solo hace que no lo trates, sino que aumenta el riesgo de complicaciones y de muerte», señala. Benedito detalla que una amplia mayoría pasa por las consultas de atención primaria con problemas de diabetes, hipertensión, hipercolesterolemia, con obesidad, siendo consumidores de tabaco y superando los 60 años de edad. 

Precisamente, el perfil más habitual de paciente renal está muy bien delimitado. Suele tener más de 65 años, padece diabetes, hipertensión, obesidad o problemas cardiológicos. Toma, de forma crónica antiinflamatorios, es fumador o tiene un antecedente renal en la familia. Todos estos factores se consideran de riesgo en la práctica clínica y multiplican la probabilidad de padecer esta enfermedad a largo plazo. Según la experta, aquí es donde se debe poner el foco y hacer un despistaje de enfermedad renal crónica. 

Un despistaje vital para muchos

Así, no es de extrañar que los nefrólogos pidan prevención a través de un análisis de sangre que costaría unos 1,10 euros al sistema de salud. «Por este dinero, se puede ver cómo filtra el riñón de esa persona a través de sus niveles de creatinina y comprobar si se le está escapando por la orina algo que no debe, como la albúminas», cuenta Quiroga. 

Una medición que no tiene forma de cribado poblacional, pero que si lo hiciese traería consigo grandes beneficios. «Nos permitiría, a medio plazo, poner tratamiento a pacientes con enfermedad renal crónica precoz. Hacerlo permite retrasar hasta 20 años el inicio de la diálisis. Habrá muchos pacientes que se mueran antes de llegar a ella», precisa Quiroga. 

Es más, si esta prueba estuviese dirigida a la población general podría restar unos 40 millones de euros de las arcas públicas, pero ahorraría una pérdida de calidad de vida y la inversión en tratamientos más costosos. «Hay personas de 20 o 30 años que están en diálisis con una esperanza de vida de similar a uno de 70 u 80», precisa Quiroga. De hecho, según cálculos recogidos por la Fundación de Ciencias de la Salud en su documento de posicionamiento, «el coste medio anual de un paciente en diálisis peritoneal se estima en 32.000 euros y en hemodiálisis en 47.000 euros». En suma, la entidad menciona otras investigaciones realizadas en este aspecto y recoge que, en el período del 2015 al 2019, «los costes acumulados asociados a esta patología alcanzaron los 14.728 euros por paciente cada año, siendo las hospitalizaciones por enfermedad cardiovascular responsables del 77,1 %», describen. 

En fase avanzadas, esta enfermedad se asocia a una mayor aparición de eventos cardiovasculares, con más riesgo de sufrir un infarto o un ictus, «también hay más problemas circulatorios en las piernas, y más tarde o temprano, va a tener que recibir diálisis un un trasplante, lo que aumenta el riesgo de hospitalizaciones, el grado de dependencia, la mortalidad y empeora la calidad de vida», indica el doctor Emilio Sánchez.

Riñones y corazón, una relación de peso

En medicina interna ven con frecuencia la enfermedad renal crónica, pues suele aparecer vinculada a la hipertensión, diabetes, obesidad o pacientes que han sufrido un infarto o ictus. La doctora Cristina Barbagelata, presidenta de la Sociedad Gallega de Medicina Interna (Sogami), indica que hay hábitos «potencialmente modificables» que de forma directa o indirecta agravan el daño del riñón, como el exceso de peso, el tabaquismo, la hiperuricemia, la dislipemia y las ya mencionadas hipertensión y diabetes. Todas ellas, comorbilidades que se suman al elevado riesgo cardiovascular que tiene el enfermo renal crónico, por el mero hecho de serlo. 

La experta destaca el papel del internista, que debe ir de la mano con el nefrólogo, especialmente, si la atención es integral y completa. «No solo promovemos hábitos de vida saludables, sino que realizamos un estrecho control de todos los factores de riesgo. Además, detenemos la progresión de la insuficiencia renal cuando aparece a través de las nuevas terapias emergentes, y tratamos la comorbilidad asociada como las infecciones o la enfermedad cardiovascular», explica.

Que falle el riñón no solo implica un daño en los órganos en sí. La comunicación que mantienen con el resto del organismo es clave para el mantenimiento de otras funciones, como la homeostasis de todo el cuerpo. «Tienen funciones endocrinas, regulan la presión arterial a través de la regulación hídrica del volumen de sangre en el cuerpo, transportan solutos y agua; establecen un equilibrio ácido base y elimina metabolitos de los fármacos», precisa la internista gallega. 

Cuando fallan, la persona no solo retiene más agua, sino que elimina peor los medicamentos, hay deficiencias en funciones metabólicas y endocrinas, cambia la concentración plasmática de muchas hormonas y se acompaña de un aumento de la inflamación sistémica.

La calidad de vida del enfermo renal crónico

Vivir con enfermedad renal no es plato de buen gusto para nadie. Los doctores ven cómo la calidad de vida de los pacientes se va mermando. «Tienen más ingresos en el hospital y necesidad de atención sanitaria, y mayor mortalidad. A medida que la enfermedad y la insuficiencia avanzan, se instauran síntomas como la pérdida de apetito y de peso, picor en la piel, náuseas, insomnio y debilidad. Además, empeora el control de la tensión arterial, hay un mayro riesgo de infecciones, de hemorragia o de trastorno de la marcha», indica la presidente de la Sogami. 

Aquellos que reciben diálisis en el centro hospitalario, por ejemplo, tienen que acudir tres días a la semana, a lo que se suma las horas en el hospital, el transporte o los inconvenientes y la incomodidad de los días que no acuden. «Hay gente que nos dice que cuando vienen de un período interdialítico largo llegan con mucho peso, porque todo lo que comen y beben se lo quitamos nosotros con la máquina», explica la doctora De Sequera.

Los pacientes también tienen limitaciones en su dieta o, si se da el caso de irse de vacaciones, primero deben contactar con un centro para dializarse en su lugar de destino: «Como siempre digo, todos llevamos unas mochilas con piedras, pero estos pacientes cargas con rocas tremendas». Los que se hacen diálisis en casa, tanto hemodiálisis peritoneal como hemodiálisis domiciliaria, gozan de una mayor libertad, aún sin ser completa. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.