Así afecta el alcohol al sistema digestivo: «El riesgo de cáncer aumenta incluso con pequeñas cantidades»

ENFERMEDADES

Desde la acidez o la diarrea hasta la pancreatitis o el cáncer de estómago, el consumo de alcohol crónico y agudo se ha relacionado con diversas enfermedades
26 mar 2025 . Actualizado a las 16:22 h.El consumo de alcohol es parte de prácticamente todas las culturas humanas desde los principios de la historia. Quizás por eso sea tan difícil reconocer los riesgos que supone, por ejemplo, tomarse una copa de vino con la cena, o beber una caña con los colegas después del trabajo. Sin embargo, los expertos remarcan que las bebidas alcohólicas nos perjudican incluso desde el primer trago.
No hace falta llegar al punto de sufrir cirrosis por haber bebido todos los días durante años para notar algunos de los efectos negativos de este consumo. Explicamos junto al doctor Iván Fernández, médico internista y vocal del Grupo de Alcohol y Otras Drogas de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), cómo impacta el alcohol en cada parte de nuestro tracto digestivo, desde el esófago hasta el colon.
Reflujo y daño esofágico
El alcohol puede provocar reflujo gastroesofágico, ya que produce una relajación del esfínter esofágico inferior, la «puerta» que impide que el contenido del estómago regrese al esófago. Esto incrementa la acidez del tejido, que no está preparado para contener fluidos estomacales, lo que se manifiesta con la desagradable sensación de ardor en el pecho. «Esto se produce incluso con el consumo agudo de alcohol. Aumenta el reflujo gastroesofágico y, posiblemente, a través de eso aumenta el riesgo de esofagitis, que no deja de ser una abrasión o una lesión de la mucosa del esófago», señala Fernández.
Si el consumo de alcohol es crónico, puede generar contracciones más fuertes y frecuentes en el esófago, llegando a causar dolor torácico y molestias reiteradas. Con el tiempo, esta constante irritación puede derivar en problemas más serios, como el esófago de Barrett, una condición precancerosa.
Asimismo, Fernández advierte acerca de la relación entre el alcohol y el cáncer de esófago. Hay estudios que han demostrado que el consumo excesivo de alcohol, especialmente combinado con el uso de tabaco, incrementa significativamente el riesgo de desarrollar este tipo de cáncer. «El riesgo de padecer un cáncer de esófago aumenta incluso con pequeñas cantidades de alcohol», explica. Cabe señalar que, para los expertos, un consumo «moderado» equivale a medio vaso al día en mujeres o uno en hombres.
Irritación del estómago
El alcohol es un irritante directo para la mucosa estomacal. Cuando bebemos en grandes cantidades, se puede provocar una gastropatía aguda, que se manifiesta con dolor abdominal, vómitos e incluso sangrado digestivo en casos graves. Por otro lado, aunque el alcohol no está directamente vinculado con la aparición de úlceras gástricas, sí genera una inflamación que puede agravar problemas estomacales preexistentes. «Cuanta más cantidad consumimos de una vez, mayor puede ser el daño que causamos en la mucosa», explica el doctor Fernández.
Además, el alcohol estimula la producción de ácido gástrico, lo que puede aumentar el riesgo de gastritis, una inflamación del revestimiento del estómago que cursa con dolor al ingerir alimentos. Con el tiempo, la exposición continua al alcohol puede debilitar la barrera protectora del estómago, dejando la mucosa más susceptible a infecciones bacterianas, como la causada por la Helicobacter pylori, una bacteria asociada al desarrollo de úlceras pépticas y cáncer de estómago.
Alteraciones de la microbiota
El impacto negativo del alcohol es especialmente severo en los microorganismos que habitan en nuestro tracto digestivo. El consumo de bebidas alcohólicas modifica la composición de nuestra microbiota intestinal, favoreciendo el crecimiento de bacterias gram-negativas. Estas bacterias producen endotoxinas que aumentan la inflamación en el intestino y pueden contribuir al daño hepático. «Sabemos que la microbiota de las personas con trastorno por consumo de alcohol es diferente de la de las personas que no consumen», observa en este sentido el doctor Fernández.
También se ha visto en algunos estudios que el consumo prolongado de alcohol puede influir en la permeabilidad intestinal, facilitando la entrada de toxinas y bacterias al torrente sanguíneo, lo que desencadena una respuesta inflamatoria sistémica. Así, si bien tomar alcohol no está relacionado con la aparición de enfermedades inflamatorias intestinales, como la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa, este hábito puede agravar sus síntomas y aumentar la frecuencia de los brotes en personas que ya padecen estas patologías.
Mala absorción de nutrientes
Esta alteración de la microbiota intestinal tiene un impacto perjudicial en la digestión y puede obstaculizar la absorción de determinados nutrientes. Un desequilibrio en las bacterias del intestino lleva a desarrollar problemas como diarrea crónica, distensión abdominal y un mayor riesgo de infecciones intestinales.
La alteración de la absorción de nutrientes se produce no solo con el consumo crónico de alcohol, sino también a nivel agudo. «El daño que produce en la mucosa del endodeno, que es una parte del intestino delgado donde se absorbe una gran parte de los nutrientes que comemos, altera la absorción de determinados nutrientes, como la vitamina B1», explica Fernández.
«De hecho, es muy típico que después de un consumo muy abusivo puntual de alcohol, las personas sufran diarrea. En general, si un día no absorbes los nutrientes, no pasa nada, porque al día siguiente los vas a absorber. Pero si consumes alcohol de manera constante, vas a acabar desnutrido. Esto sucede frecuentemente en las personas alcohólicas», asegura. Esto, en parte, se debe también al hecho de que, cuando tomamos alcohol, estamos consumiendo calorías «vacías» que no incorporan nutrientes a nuestro organismo.
Papeletas para tener cirrosis
Uno de los efectos más conocidos del alcohol es el daño hepático, que se produce por diferentes vías. En primer lugar, al procesar esta sustancia, el hígado produce metabolitos que pueden causar esteatosis hepática (condición conocida comúnmente como hígado graso), inflamación del hígado y, con el tiempo, fibrosis y cirrosis. Al mismo tiempo, el crecimiento de bacterias gram-negativas en el intestino genera endotoxinas que contribuyen a la inflamación a nivel hepático. «El hígado graso se puede producir en las personas que tienen sobrepeso, hipertensión, colesterol o diabetes. Pero en muchos casos, el propio alcohol también se asocia con el acúmulo de estas vesículas de grasa en el hígado. Con el tiempo, el órgano deja de funcionar», explica Fernández.
El hígado juega un papel crucial en la eliminación de toxinas del cuerpo y el consumo de alcohol sobrecarga su capacidad para procesar sustancias tóxicas. A largo plazo, la acumulación de grasa en el hígado, junto con la inflamación persistente, pueden derivar en una disfunción hepática severa.
Pancreatititis
«El alcohol es una de las principales causas de pancreatitis aguda y crónica», señala el doctor Fernández. Esto sucede porque el consumo de bebidas alcohólicas provoca la activación prematura de enzimas digestivas dentro del páncreas, lo que genera inflamación y daño en el órgano.
«Cuando esto se mantiene, se obstruyen las tuberías de expulsión de subproductos que tiene el páncreas y se genera una fibrosis del páncreas, que es lo que da la pancreatitis crónica», detalla el experto. Esto no es nada nuevo. De hecho, «desde el año 1800 se habla del páncreas borracho que describían los médicos clásicos", asegura Fernández.
Con el tiempo, la inflamación del páncreas puede conducir a una fibrosis pancreática y a una reducción en la producción de ciertas enzimas necesarias para la digestión, lo que afecta a la absorción de nutrientes.