Suzanne O'Sullivan, neuróloga: «Algunas de las patologías más incapacitantes que he visto en mi carrera han sido psicosomáticas»
ENFERMEDADES
La experta explica que cualquier persona puede desarrollar síntomas psicosomáticos que son tan reales como si detrás de ellos hubiera una causa externa
17 nov 2025 . Actualizado a las 10:10 h.Cada vez más personas se encuentran con etiquetas clínicas como autismo o TDAH . Pero hay quienes, desde el ámbito médico, expresan preocupación por este crecimiento de los diagnósticos. Entre las voces críticas está la de la doctora Suzanne O'Sullivan, neuróloga con tres décadas de experiencia en instituciones como el Royal London Hospital o el National Hospital for Neurology and Neurosurgery del Reino Unido.
Para la experta, se nos ha ido la mano diagnosticando determinadas patologías como el autismo. Otras, directamente, no tienen suficiente sustento científico para ser consideradas como tales, señala O'Sullivan. La experta aboga por la desestigmatización de las enfermedades psicosomáticas, que, en su opinión profesional, podrían estar detrás de cuadros como el covid persistente o la enfermedad de Lyme crónica. Darle a la patología psicosomática la importancia que merece es, para ella, crucial, dado que este mecanismo puede provocar síntomas en cualquiera de nosotros.
—¿Qué es un trastorno psicosomático? ¿Qué señales indican que un cuadro tiene este origen?
—Un trastorno psicosomático se define como una condición en la que hay síntomas físicos reales, y aquí enfatizo la palabra real, que significa que incapacitan a la persona, aunque a lo mejor no están generados por una enfermedad, sino por una causa psicológica. Todos tenemos síntomas que tienen causas psicosomáticas. Cuando sentimos estrés, podemos experimentar palpitaciones o una aceleración de la frecuencia cardíaca. Estos síntomas son muy frecuentes y los vemos constantemente.
—¿Cómo llegan a convertirse en trastornos?
—Se convierten en un trastorno cuando son tan severos que impiden funcionar de manera normal. Por ejemplo, en mi consulta veo a personas con trastornos psicosomáticos tan extremos que llegan con dificultades a la hora de caminar, ataques de epilepsia o problemas severos de memoria. Pero pueden aparecer con cualquier tipo de síntomas.
—¿Cómo se diagnostican las enfermedades psicosomáticas?
—Cuando un médico hace un diagnóstico, lo hace de la misma manera para una condición psicosomática que para cualquier otra condición: buscando patrones de síntomas. Cuando yo diagnostico a alguien con una migraña, no dependo de una prueba, sino de los otros síntomas que la persona tiene y de cómo es ese dolor de cabeza. Y es exactamente igual para el trastorno psicosomático. Vuelvo a enfatizar que el diagnóstico se basa en la experiencia del paciente más que en solo las pruebas.
—¿Por qué algunas enfermedades han pasado del infradiagnóstico a una incidencia más elevada en los últimos años, como es el caso, que menciona en el libro, de trastornos como el TDAH o el autismo?
—En los años setenta y ochenta, cuando yo iba al colegio, de las 120 personas que iban conmigo, nadie tenía necesidades educativas especiales. Pasamos de un período de infradiagnóstico a intentar corregirlo de maneras diferentes. Primero, empezamos a fijarnos en las personas de una manera más cercana, para identificar los trastornos. En segundo lugar, se realizaron campañas de concienciación para que esas personas con dificultades pudieran acudir a buscar esos diagnósticos. Lo otro que hicimos fue ajustar el criterio diagnóstico poco a poco para reconocer formas más leves de estos trastornos.
—¿Cuánto han cambiado estos criterios?
—Tomemos el ejemplo del autismo. En los años cuarenta, para obtener ese diagnóstico había que demostrar que la persona tenía una incapacidad a la hora de desarrollar su aprendizaje y una incapacidad también para comunicarse, que tenía que ser casi absoluta. En los años sesenta, esto cambió, de manera que no hacía falta tal grado de incapacidad para aprender o comunicarse, sino que se admitían problemas más leves. Si podías comunicarte, pero no de una manera normal, podrías recibir el diagnóstico. Hoy, esto ha cambiado más aún. Una persona puede, en apariencia, comunicarse normalmente, e igualmente recibir este diagnóstico. Hemos ido ajustando el criterio gradualmente para reconocer las formas más leves, lo que se hizo con muy buena intención. Claramente, gente que habría sido descuidada en los años setenta, hoy recibe ayuda. Pero en mi opinión, hemos ido demasiado lejos.
—¿A qué se refiere?
—Creo que ahora sobrediagnosticamos a personas con dificultades leves. A los niños en el colegio, por ejemplo, cuando son muy tímidos o no prestan atención fácilmente, se les diagnostica autismo o TDAH, cosa que antes no pasaba. Y cuando el diagnóstico reconoce una forma tan leve en la que la incapacidad es mínima, lo que pasa es que puedes llegar a incapacitar a la persona a través de esa etiqueta, precisamente, diciéndole a un niño o adolescente que tiene un problema médico. Esto puede empeorar su situación en lugar de mejorarla.
—¿El sobrediagnóstico perjudica también a los que sufren las formas más severas de estos trastornos?
—Sí. Hoy, cuando pensamos en autismo, nos imaginamos a personas como las que vemos en redes sociales, con niveles de autismo que les permiten funcionar en el mundo. Esta es la cara pública del autismo y eso trivializa la enfermedad para los que están severamente afectados y no tienen esa visibilidad. La gente subestima los casos severos y no comprende lo grave que puede llegar a ser esta enfermedad. Esto afecta a las posibilidades que tienen esos individuos, de por sí más vulnerables, de conseguir recursos. En este sentido, el diagnóstico de estas condiciones en sus formas más leves perjudica a todo el mundo. Empeora los síntomas porque refuerza la ansiedad y trivializa la condición de los casos más graves.
—¿Dónde está el límite a partir del cual el diagnóstico deja de ser beneficioso o útil para un paciente?
—Es muy difícil poner ese límite. ¿Cuándo se convierte un estado de ánimo bajo en una depresión? Si una persona tiene una depresión severa, no puede salir de la cama, no va a trabajar, no puede vestirse ni asearse. Ese nivel de depresión claramente necesita de apoyo médico. Por otro lado, del lado más leve del espectro, tenemos a alguien que tiene un estado de ánimo bajo y le cuesta ir al trabajo, no tiene motivación, pero es capaz de hacerlo. Esa persona tiene una incapacidad mucho menor y quizás se beneficiaría más de no ser diagnosticada, de recibir un apoyo que le permita cambiar cosas en su vida para facilitarla. Es una línea difícil de trazar la de cuáles son casos médicos y cuáles no, pero definir los trastornos en función de la incapacidad que producen puede ayudar.
—¿La ampliación de los criterios diagnósticos ha cortado vías a la investigación en tratamientos para los trastornos más graves?
—Sí. Es inmensamente dañino. Si el espectro que tenemos de una enfermedad es demasiado amplio, es un problema. Tenemos, por un lado, el caso de alguien que se supone que tiene autismo, pero que trabaja en un banco, está casado y tiene hijos, por más que sufra, tiene una vida funcional. Por otro lado, estamos ante alguien incapaz de comunicarse en absoluto y con una probable incapacidad de aprendizaje. Estas dos personas tienen muy poco en común y sin embargo, las estamos estudiando juntas, cuando las necesidades de uno son muy diferentes de las del otro. Esto socava la posibilidad de la ciencia para entender por qué sucede la enfermedad y qué tratamiento sería el indicado.
—En el libro aborda cuadros como el covid persistente o el Lyme crónico. ¿Qué se sabe acerca del proceso por el cual una persona desarrolla y asocia ciertos síntomas a una posible infección pasada?
—Yo trabajo con muchísimas personas que tienen condiciones psicosomáticas y estamos empezando a entenderlas como una función de cómo opera el cerebro a nivel de nuestras expectativas y la atención que le prestamos a las cosas. Para que nuestro cerebro funcione de manera eficaz en el mundo, no puede estar constantemente adivinando las cosas todo el tiempo. Aprendemos a través de la experiencia cómo funciona el mundo y, a partir de entonces, generamos unas expectativas de cómo va a funcionar. Sabemos que una de las cosas que pueden provocar enfermedades psicosomáticas es tener unas expectativas muy arraigadas que cuesta cambiar. Por ejemplo, una fobia al dolor.
—¿Cómo se produce la enfermedad psicosomática a partir de esta fobia?
—Si alguien tiene miedo a las agujas y necesita que le den una inyección, esa persona puede sentir el dolor incluso antes de que la aguja le toque la piel. Esto nos habla de que hay una gran capacidad del cerebro para producir síntomas a partir de sus propias expectativas, y esta expectativa puede alterar nuestra experiencia. Con la atención ocurre lo mismo. Si tú crees que algo te va a enfermar, te podría enfermar. Y si prestas una atención ansiosa a tu cuerpo, puede hacer que tu cuerpo experimente problemas de salud.
—¿Qué tratamiento se puede ofrecer a un paciente con una enfermedad de causa psicosomática?
—Lo que hacemos para mejorar las cosas es explicar el mecanismo a las personas para que entiendan lo que está sucediendo dentro de sus cuerpos. Si lo entienden, eso alivia esa atención ansiosa y cambia la expectativa. Solo con esa conversación ya se puede mejorar. Puede parecer sorprendente, pero yo trabajo con personas con ataques epilépticos de causas psicosomáticas y con una sola conversación se puede frenar estos ataques, porque lo que estás haciendo es romper ese patrón de miedo, ansiedad, expectativas y evitación.
—Sin embargo, la explicación psicosomática puede no parecer convincente cuando uno experimenta síntomas reales. Desde el punto de vista del paciente, puede parecer un cajón de sastre.
—Es que los síntomas son reales. Algunas de las condiciones más incapacitantes que me he encontrado en mi carrera médica han sido psicosomáticas. Los síntomas están. Son igual de reales y de incontrolables que los mismos síntomas provocados por causas externas. Pero la diferencia es que puedes aprender a responder de manera diferente cuando la causa es psicosomática. La posibilidad del control existe, pero eso no significa que cuando estás experimentando los síntomas puedas hacerlo.
—¿El campo de la ciencia debería abrirse a encontrar explicaciones psicosomáticas para diferentes enfermedades?
—Sí. Creo que las condiciones psicosomáticas están muy estigmatizadas. Entiendo por qué la gente se resiste a ese diagnóstico. Si estás muy enfermo y la gente piensa que las condiciones psicosomáticas no son reales, es difícil que ese diagnóstico sea aceptado. Los pacientes sienten que sus síntomas están siendo minimizados, que no les están haciendo caso. ¿Y qué pasa cuando sientes que no te están haciendo caso, que tus síntomas están siendo minimizados? Que tienes que reforzar esos síntomas y demostrar constantemente que estás enfermo para que te crean. Se produce un bucle. Por tanto, lo más importante que podemos hacer para ayudar a las personas que están en estas circunstancias es cambiar por completo nuestra manera de entender la patología psicosomática. Son condiciones muy normales que le pueden pasar a cualquiera.