Valeria Sabater, psicóloga: «Existe un gen ligado a la violencia, pero tiene más peso tu entorno y tu cultura»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Valeria Sabater es psicóloga especializada en psicología social.
Valeria Sabater es psicóloga especializada en psicología social.

La experta explica que el deseo de venganza tiene un origen evolutivo, pero que no es una emoción adaptativa, porque lleva a conductas de destrucción

18 ago 2024 . Actualizado a las 16:16 h.

Desde Kill Bill hasta Hamlet y de Moby Dick a Los hombres que no amaban a las mujeres, la cultura popular está y ha estado siempre sembrada de relatos de venganza. La razón por la que estas historias triunfan es simple: la venganza es una motivación con la que todo el mundo puede empatizar y es una emoción que llama a la acción de forma potente e inmediata. El deseo de vengarse es, quizás, tan universal como el amor, solo que uno es, a nivel social, un tabú y el otro no. Para desmontar los mitos que hay en torno a la venganza y, sobre todo, ayudarnos a tomar mejores decisiones cuando ese impulso nos asalta, la psicóloga Valeria Sabater, especialista en psicología social y psiquiatría, ha publicado La neurociencia de la venganza (La esfera de los libros, 2024), un libro que permite entender cómo funciona, desde dentro, este fenómeno.

—¿Cómo se define la venganza a nivel psicológico?

—La venganza es una emoción reactiva que forma parte de nuestro equipaje biológico y de la evolución del cerebro. Esto quiere decir que es lo que sentimos cuando nos agreden. Cuando sufrimos acoso en el colegio o en el trabajo es normal sentir deseo de venganza. El cerebro está programado para reaccionar ante lo que nos ocurre, porque su finalidad última es sobrevivir. El problema es que al sentir esa emoción, lo que hacemos muchas veces es emitir una conducta equivocada, que es caer en la violencia. Y cuando sentimos deseos de venganza, si no gestionamos bien esa emoción, queda un proceso traumático a raíz de esa agresión, de esa injusticia o eso que nos han hecho. Queda esa impronta de dolor, de ira, de rabia y de vergüenza.

—No todas las venganzas son iguales...

—No. Es curioso, lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en venganza es la violencia física, porque es lo que tenemos en nuestro registro narrativo de las películas y series que hemos visto. Pero en realidad, todos estamos emitiendo conductas vengativas en el día a día, por ejemplo, la actitud pasivo agresiva. Cuando yo me enojo contigo y decido no hablarte, no responderte los mensajes o aplicarte la ley del hielo, ese es un tipo de venganza muy común al que recurrimos porque no sabemos gestionar bien esas emociones.

—¿Cuándo tenemos más tendencia a querer vengarnos de algo?

—Un caso muy común es cuando nos hacen sentir vergüenza, cuando nos exponen en público o se burlan de nosotros. En el día a día, eso es lo que más reactividad genera. La sensación de humillación, que es un ataque directo al yo y a la imagen que tengo de mí mismo, es lo que más genera deseo de venganza. Y luego, cuando te agreden o te hacen daño, pero eso no es tan común en el día a día. Lo más recurrente es cuando sentimos que nos atacan, pero no físicamente, sino verbalmente, o cuando nos marginan. También ocurre cuando en el trabajo nos pasan por alto o nos ponen unas tareas que no están acorde a nuestras capacidades y conocimientos. Esas son las situaciones que más rabia generan y cuando sentimos rabia en seguida se activa ese mecanismo de tener que hacer algo con esa emoción.

—¿Cómo se manifiesta la venganza en nuestras relaciones?

—En las relaciones de pareja, detrás de la violencia está el deseo de venganza. Cuando una mujer decide dejar a su pareja, muchas veces el hombre se siente humillado o avergonzado y ahí es cuando ellos muchas veces emiten esas conductas inadecuadas y peligrosas. Es un tipo de venganza muy común en el día a día y aparece a raíz de la mala gestión emocional y de la impulsividad.

—¿Es natural el deseo de venganza?

—La venganza surgió en el ser humano como una finalidad evolutiva. Cuando una persona emitía una conducta violenta hacia otra, lo que hacíamos era avisar de que si tú me haces algo, va a pasar algo en correspondencia. Es una acción disuasoria y de alerta. Pero a partir de esa emoción, empezaron a aparecer los códigos morales y legales en un intento de regular esas conductas. Incluso se ve en la biblia. En el Antiguo Testamento teníamos el clásico mensaje del ojo por ojo, pero luego, en el Nuevo, aparece la necesidad de perdonar. Esta es la evolución que hizo la sociedad al entender que la venganza produce violencia y no es adaptativa. El fin último de la humanidad es sobrevivir como especie y si tenemos una sociedad que convive a partir de la violencia, eso tiende a la destrucción. No es lícito ni comprensible.

—Mencionaba al principio la gestión emocional de las injusticias o los daños. ¿Cómo debería ser?

—Normalmente, cuando nos sentimos agredidos, surgen tres emociones: la ira, la humillación y la vergüenza. Estos componentes emocionales son los que nos rigen a la hora de tener conductas violentas. Hay personas que los regulan bien y otras que no. ¿Qué pasa en aquellas personas que los regulan mal? Hay factores culturales y educacionales. Por ejemplo, se ha visto que en el sur de Estados Unidos está muy arraigada la cultura del honor, que dice que si tú me haces algo, estás atacando mi dignidad y mi honor y entonces tengo derecho a actuar en consecuencia. Si a esto se añade la cultura de las armas, el resultado es que hay aún más conductas agresivas.

—¿Qué es lo que deberíamos hacer cuando aparece ese deseo de venganza? ¿Siempre hay que perdonar?

—Hay dos opciones. Podemos perdonar o podemos simplemente regular esas emociones y es lo que muchas personas hacen cuando pasan procesos traumáticos. En muchos casos es comprensible el no poder perdonar cuando nos han agredido. Entonces, lo que hay que trabajar es cómo canalizar esas emociones, sea a través de la terapia psicológica o buscando justicia por las vías legales que nos amparan como ciudadanos y a las que podemos intentar acceder para obtener una reparación. A veces, esto último no se consigue y las personas llegan a terapia con un trauma y una herida emocional profunda, porque han atacado a su integridad. Hay que trabajar en la autoestima y la regulación emocional. Son procesos complicados.

—En el libro menciona el caso de un padre en Estados Unidos que se venga del hombre que ha abusado de su hijo disparándole con un arma. El dilema que plantea es el juez debería absolver a ese padre que se encontraba bajo una psicosis. ¿Cómo lo ve desde el punto de vista psicológico?

—La venganza tiene un cuestionamiento moral para todos. Por eso tienen tanto éxito las películas como Kill Bill. En esencia, son hechos que comprendemos y con los que empatizamos. ¿Quién no va a reaccionar cuando hacen daño a sus hijos? Es comprensible. Pero si permitiéramos todos esos actos, seríamos una comunidad violenta. Aunque tú empatices con esas reacciones, hay que condenarlas y hay que seguir un código de justicia para tener un sistema bien regulado a nivel social, en el que las conductas violentas no se admitan, aunque las comprendamos.

—¿Vengarse proporciona alivio?

—La verdad es que solo alivia durante unos pocos segundos. Porque muchas veces lo que buscamos con la venganza no es tanto castigar a quien nos ha hecho daño, sino dejar de sentir dolor, ira o rabia. Y eso es muy complicado de reparar. En los primeros segundos, sí que alivia, porque sientes una descarga, pero luego hay una reflexión, un acto de consciencia y, generalmente, hay un arrepentimiento. No en todas las personas, claro. Hay estudios en los que personas con perfil psicopático o narcisista sí que le ven utilidad a la venganza, entonces, hay patrones de personalidad que hacen que la persona no se arrepienta, porque no tiene un sentido de consciencia y empatía.

—¿La genética tiene peso en la tendencia a vengarse?

—Se ha visto en varios estudios que existe un gen asociado a la violencia. Pero aunque tú nazcas con ese gen, si te has criado en un ambiente muy afectivo, en el que te han enseñado herramientas de gestión e inteligencia emocional, al final, no emitirás esas conductas. Lo que sí que tiene muchísima importancia, entonces, es el entorno y la cultura en la que creces, las personas que tienes como referentes y los modelos que sigues. Esto tiene más peso que la genética.

—A nivel del cerebro, ¿cómo opera la «sed de venganza»?

—Nuestro cerebro lo que quiere es que sobrevivamos. Cuando nos agreden o sufrimos una injusticia, el cerebro lo que quiere es que hagamos algo, porque ha percibido un daño y hay que repararlo. Entonces, segrega dopamina y oxitocina, porque quiere que actuemos. Aumenta la tensión, sube el cortisol, sientes ganas de actuar. Se genera una sensación de miedo y se desconecta la parte racional y reflexiva del córtex cerebral, por eso caes en conductas violentas. Pero si regulas esas emociones, el cortisol y la dopamina bajan y entonces el cerebro disminuye ese nivel de actividad para que puedas pensar con mayor claridad, sin dejarte llevar por la amígdala cerebral que te alerta de amenazas. Entonces, la gestión emocional es lo que hace la diferencia entre la impulsividad y la reflexividad.

—¿El paso del tiempo atenúa el deseo de venganza?

—Sí. Las personas que ejecutan venganzas en frío son perfiles muy peligrosos. El hecho de que busques a alguien que te ha hecho daño en el instituto para vengarte veinte años después, que hay casos documentados de ello, es muy extraño y habla de una personalidad compleja. Lo normal es que si alguien me agrede, tenga deseo de vengarme ahora, ya. Pero a medida que pasan los días, esa impulsividad y esa intensidad de la dopamina baja. Así que es mejor dejar pasar un tiempo, recurrir a la familia o los amigos para compartir lo que ha pasado y encontrar otras vías de escape para solucionar eso que nos ha pasado. Todos sentimos el deseo de vengarnos de alguien, pero en la reflexión está la clave para no llevarlo a cabo.

—¿Qué mitos sobre la venganza cree que sostenemos como sociedad?

—Lo que intento transmitir a mis pacientes es que tener ganas de vengarse de alguien no significa que seas una mala persona. Lo que esa emoción te está diciendo es que te ha pasado algo y lo que te va a definir como persona es lo que hagas tú con esa emoción sentida. Un mito muy común es concebir esa emoción como violencia, cuando es normal y forma parte de nuestro equipaje biológico, lo que pasa es que no nos han enseñado a transitarla y regularla.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.