Sin foto de perfil y con el «visto» desactivado: así utilizan las redes sociales los jóvenes

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Imagen de un usuario con un teléfono móvil
Imagen de un usuario con un teléfono móvil MONICA IRAGO

Estas preferencias en los usuarios de la generación Z ponen de manifiesto problemas generalizados de ansiedad y autoestima baja relacionados con las redes sociales

01 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«Hay generaciones que han aprendido antes a tocar la pantalla del teléfono que a andar». Esta observación de la psicóloga Oceanía Martín resume la realidad de un cambio tecnológico que ha llegado en los últimos años para quedarse. En pleno año 2024 está claro que volver atrás en términos de nuestra relación con el ecosistema digital sería imposible.

Pero las personas jóvenes están buscando alternativas para llegar a un equilibrio, un punto medio entre responder a cada notificación al instante y renunciar al smartphone. Son cada vez más los que eligen un uso de las redes sociales más cuidadoso, preservando momentos para su privacidad y evitando compartir excesiva información personal, o incluso estableciendo límites a su disponibilidad y visibilidad ante otros usuarios.

Muchos ya no usan fotos de perfil o no publican directamente a su feed de Instagram, sino que dejan los contenidos en historias que reservan para su grupo de «mejores amigos» dentro de la aplicación. También se ha popularizado el desactivar el check azul de «visto» en WhatsApp y otras apps de mensajería. Incluso en los vídeos «vergonzosos» que se comparten, los psicólogos señalan que los errores que se muestran públicamente son aquellos que la persona es capaz de admitir ante sí misma, aquellos que le hacen parecer humana, no los que le dejan mal parada. Estas conductas son saludables, pero revelan una presión por no mostrar nada que no sea perfecto que se manifiesta en problemas como la ansiedad o la baja autoestima. 

Cambios predecibles

Las tendencias a distanciarse de nuestro yo digital es algo que muchos expertos vieron venir. «Iba a acabar ocurriendo antes o después. Todo cambio social nos pilla desprevenidos. Cuando apareció internet, las prácticas iniciales que se daban venían de la novedad y seguían los esquemas previos de cómo se venía funcionando. Tras un primer período de uso de Internet, este pasó de ser una cuestión restringida a un espacio específico a estar presente e inundar todos los ámbitos de nuestra vida. Así, empezaron a hacerse reflexiones colectivas sobre sus peligros y estas ya están entrando en las nuevas generaciones», explica el psicólogo Xacobe Fernández García, presidente de la Sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia.

«La generación Z son los primeros nativos de la tecnología móvil. Ellos se comunican a través de redes sociales y consumen mucho más contenido por estos medios que las generaciones anteriores. Si antes se quedaba a jugar en el parque, hoy se queda online para jugar videojuegos. Pero aunque es una generación muy adicta al like, hay muchas personas que consumen contenido pero no lo suben», observa en este sentido Oceanía Martín.

La era de la imagen

Una de las transformaciones más notorias que han traído las redes sociales ha sido la popularización del concepto de marca personal. La importancia de la imagen que proyectamos ante el resto es cada vez mayor e influye en todas las esferas de la vida: desde nuestra carrera profesional hasta nuestras relaciones románticas, todo está influenciado por lo que mostramos en redes.

«Lo que vemos mucho en los gabinetes de psicología es que ahora mismo vale más la imagen que una persona dé, ya sea su propia imagen, la del lugar en el que está de vacaciones, o de las zapatillas que se acaba de comprar, que la persona en sí y compartir tiempo con ella. Tienen una autoestima que depende mucho de ello», señala Martín.

«De hecho, hay estudios que muestran que los circuitos de recompensa del cerebro han cambiado con las redes sociales. Los neurotransmisores que se activan con un abrazo o al reírse con alguien ahora se activan con el móvil y esto se ha convertido en algo adictivo. Pero una autoestima sana no se puede desarrollar a través de una pantalla», explica la experta.

Para Fernández, «las redes sociales no solo conectan sino que también modulan la forma de interactuar. La interacción en el mundo real está influenciada por cómo nos relacionamos en ese espacio digital. Las cosas que vemos en las redes sociales se llevan a la interacción del día a día y esto genera una exigencia grande a nivel del aspecto. Esto modula la forma de presentarse y hay gente que se agobia al pensar en compartir espacios físicos y hablar cara a cara, les parece algo demasiado intenso. Es una presión muy sutil pero constante».

Esto da lugar a comparaciones que surgen de las vidas aparentemente ideales de los demás. «Aunque veas todo lo que pone alguien en sus redes sociales, no conoces a la persona solo a través de ellas. Los vídeos están cortados y montados. Incluso cuando se admite un error en redes, se elige qué error admitir. Es siempre uno que te hace parecer humano, son errores aceptados por la persona que está haciendo el vídeo contándolo, no es algo ofensivo o inaceptable. Es importante ser críticos con las realidades que nos presentan las redes sociales, porque las vidas de las personas son mucho más complejas de lo que deja ver esa simplificación», señala Fernández.

Invasión digital

Desde que internet migró de un espacio físico delimitado por el ordenador y el escritorio a nuestros bolsillos y las palmas de nuestras manos, la sensación de tener que estar conectados constantemente se ha apoderado de nuestra vida cotidiana. Esta disponibilidad constante provoca ansiedad, interrumpe el pensamiento, nos distrae durante el trabajo y nos impide estar en el momento presente. «En el día a día, tenemos una comunicación online mucho más invasiva. Cualquier momento de soledad es invadido y las personas se quedan hasta altas horas de la madrugada hablando o haciéndose compañía en las redes», observa Fernández.

En este aspecto, los riesgos de las redes sociales superan, gran parte del tiempo, sus beneficios. «Toda la sociedad está hiperconectada y este es un caldo de cultivo para la aparición de problemas. Me llama la atención la gente que veo que hablan de las redes como si fueran un refugio y no lo son», señala Martín.

Esta es una de las razones por las que cada vez más personas recurren al modo «no molestar» del móvil, descargan apps que bloquean las redes sociales después de cierto tiempo de uso, y están más pendientes de las horas que pasan «enganchadas» a las pantallas. Desconectar es una necesidad, pero en la era de la invasión digital, se ha llegado a ver como un lujo, dada la expectativa de que siempre estemos disponibles a través del móvil.

Y, puesto que rebelarse radicalmente contra esto implicaría deshacernos de una herramienta tan imprescindible como hoy lo es el teléfono, el poner límites y buscar un equilibrio parece ser, para muchos, lo más adecuado. «Este equilibrio tiene que llevarnos a entender para qué estamos usando las redes sociales. ¿Las estoy usando para algo beneficioso? ¿Las uso para tapar carencias que tengo? ¿Las uso porque si no, no encajo en el grupo?», sugiere Martín.

Mensajes cortos y directos

Si hasta hace unos años el consumo de contenido a través de internet era fundamentalmente en formato de texto escrito, a día de hoy, la situación ha cambiado hacia un modelo que prioriza el vídeo y las personas más jóvenes ya ni siquiera buscan información en Google, sino a través de plataformas de vídeo como TikTok o YouTube. Esto configura una lógica de mensajes cada vez más cortos y concisos, con más predominio de la imagen y el audio, y menos profundización en las ideas presentadas.

«Hay dos rutas para adquirir conocimiento, una es la central y otra, la periférica. La central es lógica, racional y basada en los argumentos, mientras la periférica es más implícita y basada en la emoción. Las redes sociales y su configuración fueron potenciando progresivamente todo mensaje emocional y permiten poco espacio para el razonamiento profundo, aunque hay un acceso a la información que antes no había», matiza Fernández.

En este contexto, señala el experto, «los problemas que aparecen están relacionados con la comparación, con la imagen, con querer presentarse de manera perfecta. Hablamos de dietas, de ejercicio excesivo, de prácticas saludables pero compartidas sin aval científico, como estilos de alimentación restrictivos e inadecuados. Se difunden mitos sobre cómo deben ser las relaciones que pueden ser dañinos, hay una promoción de valores que afectan a las personas de manera negativa, con mensajes cortos, rápidos, que llegan a ser parte de la mentalidad de la gente joven de forma muy directa».

Pero, al mismo tiempo, se ha visto en numerosos estudios que las nuevas generaciones son más tolerantes con las diferencias, menos estigmatizadoras, y están más concienciadas con respecto al bullying, algo de lo que no se hablaba hace unas décadas. «Aceptan la diversidad, entienden que las personas tienen diferentes gustos, preferencias, géneros, orientaciones sexuales y experiencias», observa Fernández.

Sin embargo, la formación de burbujas de pensamiento en las redes sociales es un fenómeno que preocupa a los expertos desde hace años. «Se van generando comunidades aisladas en internet y no hay un lenguaje común con el resto de la población. Cuando solo hay espacio para la grupalidad, no se puede debatir. Es importante confrontar los mensajes con opiniones diversas para ver una perspectiva más amplia», advierte el experto.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.