Mariano Sigman, doctor en neurociencia: «No se trata de estar rodeados de mucha gente, sino de unos pocos buenos amigos

SALUD MENTAL

Ambos especialistas reflexionan en un libro conjunto sobre el vínculo poco explorado de la amistad
10 abr 2025 . Actualizado a las 18:03 h.Mariano Sigman (Buenos Aires, 1972) y Jacobo Bergareche (Londres, 1976) son, ante todo, amigos. Pero desde hace unos meses, también «padres» de un trabajo conjunto que han decidido titular, precisamente, Amistad (Debate Sociedad, 2025). «Queríamos hacer algo juntos (a nivel profesional) y nos dimos cuenta de que era buena idea hablar sobre la amistad. En un momento en el que estamos más comunicados, pero al mismo tiempo estamos más solos que nunca, donde está cambiando la tecnología con la cual nos vinculamos y donde muchos reconocemos que por adistintas razones nos vamos quedando solos, porque hay menos nacimientos y se empiezan a romper hilos... En medio de todo eso, creo que todos sabemos que la amistad es un hilo estructural muy importante», explica el primero. Sigman se doctoró en Neurociencia en Nueva York e hizo un posdoctorado en Ciencias Cognitivas en el Collège de France, mientras que Bergareche estudió Bellas Artes en Madrid y Literatura en Boston.
—¿Qué es la amistad para vosotros?
—Mariano. Un pilar que se vuelve especialmente elocuente en los primeros años de vida, cuando vamos armando nuestras bases, y en los últimos años, cuando nos volvemos más vulnerables y necesitamos más que nunca una mano que nos acompañe. Pero en el resto de la vida, cuando uno parece estar un poco más armado, sin que lo reflexionemos tanto, todos entendemos que la amistad es un vínculo esencial. Y a diferencia de otros vínculos, como el de la paternidad, la maternidad, la fraternidad, o el del amor romántico, es uno que ha estado mucho menos explorado.
—Jacobo. Es una pregunta complicada. Hemos escrito un libro sobre ella y, aun así, es difícil contestarla. Sobre todo lo que sabemos es que es bastante resistente a cualquier definición sencilla, que adopta muchas formas y realmente no se somete fácilmente a una fórmula. Pero diría que es una forma de amor.
—El trabajo está todo escrito en primera persona del plural, como si fueseis solo uno.
—M. Había un lugar que era entre tentador y casi evidente, porque Jacobo es escritor de ficción y yo soy científico y escribo divulgación de ciencia: que él trajese el abordaje literario y filosófico, entre comillas, el abordaje más humanista de amistad, y yo traía la ciencia. Creo que tuvimos claro de entrada que no queríamos hacer eso. Ninguno de nosotros creemos en fronteras tan marcadas en la manera de indagar en el conocimiento, y nos embarcamos juntos, mano a mano. Me hace gracia porque hubo amigos que leyeron el libro y me dijeron: «Esto lo escribiste tú», cuando lo había escrito Jacobo, y viceversa. Al final, la amistad también es eso, fundirse con alguien distinto.
—¿Existen unas bases sobre las que podemos considerar amigo a alguien?
—J. Creo que no tenemos un filtro marcado de dónde empieza la amistad, pero es una pregunta común que se han hecho ya los filósofos antiguos, como Aristóteles: ¿Cuándo empieza la amistad? Él, en Ética, hace una distinción entre la amistad y el deseo de esta. Hay muchas veces que nosotros queremos ser amigos de alguien y sentimos ese impulso de desear eso, pero no es lo mismo que ser amigo. Porque ese primer vínculo, que al principio es frágil, no ha pasado por pruebas donde se ve el sacrificio, un acto de generosidad, un acto donde realmente queda sellada la amistad. Todos nos preguntamos cuándo se cruza esa frontera entre el conocido, la persona que nos cae bien, y empieza la verdadera amistad.
—¿Esas fronteras son comunes o son diferentes para cada persona?
—M. Sin duda, diferentes. Justamente exploramos ese límite en el cual una amistad empieza a dejar de ser. Y no lo hacemos sobre la idea de que exista una barrera clara, sino de que hay un momento en el que empiezas a perder elementos vitales de la amistad. Hay ideas como la amistad con un perro, cuando este no puede hablar contigo. Es interesante el ejercicio de pensar por qué sí o por qué no tú consideras que se cumplen elementos de la amistad. Si esta requiere o no la palabra, si requiere o no la reciprocidad.
Lo mismo sucede con relaciones amistosas mucho más ambiguas. Cuando un niño te dice que a su fiesta de cumpleaños quiere invitar a Pedro, a Carlos, a Juan, a Antonio y a Messi, porque son sus amigos. Desde la perspectiva de ese pequeño, esas cinco personas lo son porque le han hecho bien. En este sentido, una amistad de la cual nos ha hablado mucha gente es la amistad con Dios, que también te pone en marcha, te da contención y amparo. Lo que cada uno acepta, elige o quiere en el centro de gravedad de su propia amistad es algo que varía en tiempos. Es algo que se transforma y cambia mucho entre personas.
—¿Qué se sabe sobre la amistad entre hombres y mujeres?
—J. No hay una unanimidad en decir que hombres y mujeres pueden ser amigos totalmente. Hay gente que piensa todavía que hay una interferencia muy grande del deseo, los celos de las respectivas parejas, como si hubiese una distancia entre hombres y mujeres que a veces la amistad no consigue atajar. Cuando Aristóteles, que es el primer tratadista de la amistad, hablaba sobre esta, no concebía la posibilidad de la amistad entre hombres y mujeres. En el Renacimiento, cuando Michel de Montaigne hablaba de la amistad entre ambos sexos, pensaba que esta no era posible.
Creo que va evolucionando esa idea y hoy en día es una cosa absolutamente normal que hombres y mujeres sean amigos, pero todavía sigue habiendo personas que, sin tener tanto que ver con el nivel cultural, no creen en ella.
—Entonces vosotros diríais que uno de los principales factores influyentes en la amistad es si existe o no deseo sexual por la otra persona.
—M. No. Creo que algo muy claro, lo que hablamos antes, que la amistad es muy resistente y admite muchas formas. No es algo monolítico y bien definido. La particularidad de la amistad entre hombre y mujer para personas heterosexuales, o entre dos hombres homosexuales o dos mujeres homosexuales, es la pregunta de cómo se lleva la amistad con el deseo erótico. Y entonces frente a eso otra vez hay como dos perspectivas un poco antagónicas. Una visión antigua de que se llevan muy mal porque el deseo erótico es una interferencia que contamina la amistad. Y otra en la que el deseo erótico es una interferencia que no le hace mal a la amistad porque aunque está contaminada de todo tipo de interferencias, implica aprender a superarlas.
—¿Qué otro tipo de interferencias pueden darse?
—M. Por ejemplo, que uno tiene unas habilidades que la otra persona no, que uno es el jefe del otro o que viven en sitios distintos. Hubo una invitada que dijo que la interferencia del deseo es como un picante de la amistad, un elemento que le da vida y sabor, la hace más entretenida. Aprendes a llevarlo. Aprender a hacerlo te proporciona amistades más exigentes, donde vives con alguna complejidad. Pero también hay otras personas que consideran que se requiere tranquilidad, complicidad e intimidad que solo sale cuando sabes que hay ciertas cosas que no están en juego. Nuevamente, ninguna de las dos está bien o mal. Eso es lo que convierte este asunto en algo tan interesante.
—¿Qué son los tres pisos de la amistad?
—J. (Ríe). Es una manera bonita de hablar de cierta progresión en la forma de ver a alguien que es muy opuesto. Por ejemplo, una persona muy de derechas que se hace amiga de una persona muy de izquierdas. Es la tolerancia. Le estás dando permiso para ser tu amigo a pesar de que tiene una cosa que no te gusta. Nosotros pensamos que hay un siguiente nivel, que ya es la aceptación. Le acepto en su totalidad con todo lo que es, incluido lo que para mí son lugares oscuros y no voy a poner un biombo sobre esa oscuridad, sino que la voy a mirar y voy a entrar en ella. Luego está el que asume al otro, también en su rivalidad, en aquellos lugares donde antagoniza con él y en la asunción de esa de esa rivalidad. El ejemplo es Nadal y Federer. Nadal nunca hubiese llegado a ser Nadal sin Federer, sin asumir esa rivalidad hasta el extremo. También se da en la música, en el arte, en la ciencia y en las empresas, ocurren estas rivalidades que te hacen más fuerte. Te hacen más grande como persona y te extienden.
—¿Es posible ser amigo de una persona solo en un determinado ámbito de nuestra vida?
—M. Diría que las amistades son primordialmente eso, espacios que uno comparte. El filósofo Jorge Freire nos decía que parte de la confusión en la amistad, y quizá también en muchos vínculos humanos, tiene que ver con que venimos de la impronta de filósofos alemanes y sajones que han marcado nuestra manera de entendernos, de relacionarnos. Ahí no hay una diferencia entre el ser y el estar, que para nosotros son muy distintos.
El ser es algo atemporal, que se sostiene en cualquier sitio y tiempo, mientras que el estar es algo muy circunstancial que ocurre en un momento y sitio. Tú no eres enfermo sino que estás. Cuando uno dice estoy enamorado, no es un estado que te define a ti como persona de manera eterna, sino que es una circunstancia que te define. Pero uno no dice «estoy» amigo de Ana, sino soy. Esto genera cierta confusión porque quita la amistad de su ámbito vital en el cual pasan las cosas. «Estoy» amigo tuyo mientras vamos en bici, mientras estamos en este bar o estamos juntos unos días. Esto genera una idea de la amistad que es abstracta y desarraigada de algo que parece ser más mundano pero muy necesario, el ámbito en el cual uno comparte. El libro converge hasta esta idea del ser y el estar en la amistad. Hay amigos con los que uno está relajado, tranquilo, y otros con los que uno está más exigido porque te hacen jugar al fútbol, vivir aventuras... Otros con los que compartes cultura o con los que estás descansado tomando pipas. Cada una de estas son formas de estar. Y eso, si uno lo piensa no como forma del ser sino como forma del estar, eso quizás sea una manera más fructífera de pensar la amistad.
—¿Creéis que a día de hoy, tal cómo está conformado el mundo, está un poco en peligro la amistad?
—J. Habría que buscar la manera de medirlo, ¿comparándolo con qué? Vivimos bajo la sensación de que las nuevas tecnologías y esta presencia ausente,nos ha puesto sobre alerta de si la calidad de las relaciones humanas se ha deteriorado a través de eso. Si son peores nuestras amistades, o no. Pero tampoco sabría decir si la amistad de hoy en día es peor o de menos calidad que hace cien años, o en el año 1936, en plena guerra. Es difícil de saber. Sí creo que ha sucumbido una sensación de amenaza, que la fortaleza de nuestros vínculos se ha resentido por culpa de los cambios que hemos vivido tan rápidamente en la manera de relacionarnos por las tecnologías.
—¿Qué nos aporta a nuestra salud una buena amistad?
—M. No son pocos los estudios que confirman que la soledad es un factor de riesgo para la salud. Y no me refiero de la soledad bien disfrutada, ir a caminar por el campo y disfrutar de uno mismo, sino necesitar recurrir a alguien y no tener a quien. A mí me marcó mucho, por ejemplo. Yo llegué a París en el 2003, ese año había un calor extraordinario y murió mucha gente mayor en casi todos los pueblos de Francia. La noticia en el periódico es que habían fallecido de calor, pero en realidad murieron de soledad porque si estuviesen acompañados de alguien que les hubiese advertido de que tenían que hidratarse o que, ante determinados signos, debían acercarse a un hospital. En definitiva, alguien que le ayudase. Ahí ves la importancia. No se trata de estar rodeada de mucha gente, sino de unos pocos buenos amigos. Muchas veces, el valor de algo se entiende cuando algo no está. Es difícil explicar el valor del agua, pero lo entiendes cuando tienes sed. El valor de la amistad es muy claro cuando se dan pandemias de soledad. Cuando uno se encuentra en una situación vulnerable, es cuando le da importancia a la amistad.