Lucía Galán, pediatra: «La recomendación es nada de pantallas antes de los seis años»

LA TRIBU

La experta desgrana las claves para una crianza saludable, que van desde evitar las pantallas antes de los seis años y mantener un diálogo abierto durante la adolescencia
01 oct 2025 . Actualizado a las 11:10 h.Lucía Galán (Oviedo, 1978) conoce en carne propia los desafíos a los que se enfrentan los padres jóvenes. La pediatra tuvo su primer hijo mientras realizaba su residencia y a su hija un año y medio después, con la especialidad recién estrenada. Por eso ha dedicado una parte significativa de su carrera a la divulgación. Con más de un millón de seguidores en redes y numerosos libros publicados, la experta ofrece información y tranquilidad a los padres desde esos primeros días de vida del bebé hasta la tormenta de cambios de la adolescencia. Su manual de consulta, El gran libro de Lucía, mi pediatra, acaba de ser reeditado por vigésimo quinta vez por Planeta y es una referencia para más de un millón y medio de lectores.
—¿Cuáles son las dudas más comunes que plantean los padres primerizos cuando llega un recién nacido?
—Las primeras semanas están llenas de preguntas y miedos y esto es completamente natural, todos hemos pasado por ahí. Lo más frecuente es preguntarse si come suficiente, si duerme lo normal, si está cogiendo peso de manera adecuada o si los ruiditos que hace son normales. Y la gran preocupación: «¿Lo estaré haciendo bien?». A quienes acaban de tener un bebé les digo siempre lo mismo: nadie nace sabiendo ser madre o padre. Es un aprendizaje lleno de ensayo y error, y eso está bien. Cuanto más leamos y nos informemos, indudablemente, más sabremos y más tranquilos viviremos este viaje.
—¿Qué recomendaciones daría para establecer una rutina de sueño saludable en niños pequeños?
—Lo fundamental es saber cómo es el sueño normal de un recién nacido y cómo este sueño va a ir evolucionando a lo largo de los meses. Conocer esto es vital porque hará que tus expectativas sean mucho más realistas y ajustadas a lo que puede pasar. La mayor parte de las consultas de sueño vienen de unos padres y madres que no tienen la información adecuada y creen que hay algo malo en sus bebés o en ellos mismos. Dicho esto, los buenos hábitos son fantásticos, nos ayudan a todos. Horarios regulares, un entorno tranquilo y rutinas predecibles. Apagar luces intensas dos horas antes del sueño, bajar persianas, nada de pantallas, un baño tranquilo, un cuento o una conversación mimosa a pie de cama. También creo que los padres necesitan mucha paciencia para entender y asumir que hasta los cuatro años hay muchos niños que no duermen toda la noche seguida. El sueño infantil es muy diferente al de los adultos. No se trata de que duerman de un tirón desde bebés, sino de acompañarlos a adquirir poco a poco un ritmo saludable.
—¿Confirmamos entonces que es totalmente normal que un bebé se despierte varias veces por la noche?
—Totalmente. De hecho, lo esperable es que un recién nacido se despierte cada dos a tres horas para alimentarse o, incluso, cada menos tiempo. Con el paso de los meses esos despertares van disminuyendo, pero al año de vida es normal que se despierten un par de veces al menos. Cada niño tiene su propio ritmo. Nos preocupamos si hay un cambio brusco en su patrón, si aparecen síntomas asociados, si durante el día no está bien, si hay llanto, dolor, pérdida de peso, retraso en su neurodesarrollo, problemas con la alimentación, con las digestiones o si el cansancio extremo está afectando a la salud física o mental de la familia.
—¿Qué errores ve con más frecuencia en las familias a la hora de crear rutinas de sueño?
—La falta de constancia: hoy lo dormimos en la cuna, mañana en brazos, pasado en la cama de los padres. Los niños necesitan coherencia, repetición y amor incondicional para adquirir un hábito.
—¿Cuáles son los mitos más extendidos sobre la lactancia materna?
—Son muchos los mitos que todavía pesan sobre ella, y que generan inseguridad y culpa en las madres. Se dice, por ejemplo, que la teta más allá de los dos años es puro vicio. No es cierto, la lactancia prolongada es normal en nuestra especie y sigue teniendo valor nutricional, inmunológico y emocional mientras madre e hijo lo deseen. El biberón puede ser una opción válida pero no es mejor que la lactancia materna, la evidencia científica sitúa esta última como el alimento de referencia en los primeros años de vida.
—¿Qué ideas erróneas tenemos sobre la introducción de alimentos sólidos?
—Se dice que hay que empezar antes de los seis meses, pero no es cierto. Hasta los seis meses, el bebé obtiene todo lo que necesita de la lactancia materna o de la leche de fórmula. Adelantar la alimentación complementaria por sistema no aporta beneficios. Durante años se recomendó empezar por los cereales, pero hoy sabemos que lo importante es introducir alimentos variados, saludables y adaptados a la maduración del niño y además elegimos fuentes de cereal natural como el arroz, la pasta integral, la avena, y no cereales envasados y procesados. También se dice que no pueden tomar frutos secos, kiwi, fresas ni huevo hasta el año pero es falso. Ahora sabemos que la introducción precoz de estos alimentos tiene un efecto protector frente a las alergias alimentarias.
—¿Cómo podemos introducir alimentos sólidos sin generar conflictos ni ansiedad en el niño?
—Hay que respetar los tiempos del niño, ofrecer variedad de alimentos saludables y entender que probar es un proceso. No se trata de que un bebé coma grandes cantidades, sino de que experimente texturas, sabores y colores. Sentarlos a la mesa con la familia, sin prisas y sin presiones y varias veces al día, suele marcar la diferencia. Aun con todo, hay niños que ofrecen verdadera resistencia a la comida y deben ser valorados por especialistas con la adecuada formación y sensibilización con esas madres y padres que lo hacen de la mejor manera que saben.
—¿Cómo impactan los hábitos de alimentación de los padres en la relación del niño con la comida?
—Muchísimo. Los niños aprenden más por lo que ven que por lo que les decimos. Lo que educa es el ejemplo, así de fácil. Si en casa hay frutas, verduras, platos variados en la mesa y nosotros mismos tenemos una relación sana con la comida, lo normal es que ellos todo eso lo integren como parte de su vida. Un niño pequeño no come lo que no se le ofrece ni lo que no ve en casa. Si no compramos ultraprocesados, no comerá ultraprocesados. Cuando no sepáis que darle de snack, de merienda o de postre, ante la duda, fruta.
—¿Qué debemos hacer si no quieren comer determinados grupos de alimentos como las verduras?
—Lo primero es no obligar. Forzar suele generar el efecto contrario. Lo segundo, insistir con paciencia, creatividad y tomándonos nuestro tiempo. A veces basta con presentar la verdura de otra manera, mezclada con otros alimentos o como parte de recetas atractivas. La clave es no rendirse, pero tampoco convertirlo en una batalla diaria ni en un momento de tensión familiar.
—¿A qué edad y en qué condiciones recomienda introducir las pantallas en la vida de los niños?
—La recomendación de la Asociación Española de Pediatría es clara, nada de pantallas antes de los seis años. A partir de ahí, lo ideal es acompañados de un adulto y con tiempo limitado. No es lo mismo ver juntos un programa educativo, hacer pausas, comentar, preguntar, abrir debates, que dejar al niño solo frente a una tableta durante horas sin controlar los contenidos que consume. La clave es que la pantalla nunca sustituya al juego, a la lectura, al movimiento o al contacto humano.
—¿Cuáles son los principales riesgos del uso temprano o excesivo de dispositivos electrónicos?
—Los niños con pantallas en la habitación duermen peor. También se asocia a retraso del lenguaje, problemas a la hora de regular sus emociones, problemas en la atención, en la capacidad de concentración y, a largo plazo, en la salud mental, con aumento de ansiedad, depresión, trastornos de conducta alimentaria, adicción e ideas suicidas. El uso excesivo puede generar dependencia, aislamiento y dificultades sociales. Las pantallas son una herramienta valiosa, pero, como todas, necesitan límites claros.
—¿Qué estrategias prácticas pueden aplicar las familias para reducir el tiempo de pantalla sin conflictos?
—Primero, dar ejemplo. Si los padres están todo el día con el móvil, el mensaje es contradictorio. Segundo, ofrecer alternativas atractivas: juegos en familia, actividades deportivas, manualidades, lectura. Y tercero, establecer normas claras y consensuadas en la familia: dónde y cuándo se usan las pantallas y cuándo no. No se trata de prohibir, sino de equilibrar.
—¿Qué señales de alerta en la adolescencia deberían motivar a los padres a pedir ayuda profesional en cuanto a salud mental?
—Los cambios bruscos y mantenidos en el tiempo: aislamiento social, sueño diurno excesivo, bajada repentina del rendimiento escolar, alteraciones importantes en el sueño o la alimentación, irritabilidad extrema, conductas de riesgo, cambios bruscos de peso, autolesiones o verbalización de ideas suicidas del tipo «no valgo para nada» o «estaríais mejor sin mí». Ante cualquiera de estas señales, lo correcto es pedir ayuda profesional sin demora.
—¿Qué papel tienen los padres en la prevención de problemas de sueño y hábitos poco saludables en esta etapa?
—Un papel enorme. Los padres marcan el entorno: la hora de las comidas, la calidad del descanso, la presencia o no de pantallas en el dormitorio, la práctica de deporte. A veces creemos que ya son mayores y se las apañan solos, pero siguen necesitando límites, acompañamiento, escucha y estructura. El equilibrio está en respetar su autonomía sin desentendernos, que sepan y que les conste que seguimos ocupándonos de ellos, que nos importan, que les queremos más que a nada en esta vida.
—¿Cómo aconseja abordar conversaciones sobre salud mental, autoestima o presión social con adolescentes?
—Con respeto y escucha activa. No desde el juicio ni el sermón, sino desde la empatía. A los adolescentes les cuesta abrirse si sienten que van a ser criticados o ridiculizados. Preguntar con curiosidad genuina más que hacer afirmaciones, compartir experiencias propias, validar sus emociones aunque no las entendamos del todo. Debemos ofrecer espacios donde puedan hablar con calma, salir a pasear juntos, ir a lavar el coche juntos, aprovechar los trayectos en el coche tras un entreno, y recordarles a cada paso que den que no están solos, que pueden contar con nosotros, que les apoyaremos incondicionalmente aunque se equivoquen.