Elena Bridgers, bióloga experta en crianza: «Amamantar a un bebé consume casi tanto tiempo como una jornada laboral completa»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

La estadounidense Elena Bridgers es investigadora y divulgadora sobre maternidad.
La estadounidense Elena Bridgers es investigadora y divulgadora sobre maternidad.

La bióloga americana explica que la mayoría de las mujeres a lo largo de la historia evolutiva de nuestra especie no empezaban a ovular hasta los 19 años

05 jul 2025 . Actualizado a las 13:45 h.

Cuando la estadounidense Elena Bridgers dio a luz a su segunda hija, hacía menos de dos años que había pasado por su primer parto. La experiencia de criar a dos bebés habiendo atravesado dos embarazos y dos lactancias en un lapso de tiempo tan breve la marcó para siempre y definió el rumbo de su carrera como investigadora. Formada en biología en la universidad californiana de Stanford, la experta comenzó a interesarse cada vez más en estudiar cómo habían llevado adelante la crianza nuestros ancestros primates y, posteriormente, los miembros de nuestra misma especie en las sociedades cazadoras y recolectoras.

Sus investigaciones se centraron desde entonces en el terreno antropológico y de la evolución. Además de publicar artículos científicos, creó un espacio para divulgar estos temas en sus redes sociales y, también, a través de su blog, Motherhood until yesterday (La maternidad hasta ayer). Sus hallazgos nos ayudan a comprender cómo hemos llegado al momento actual, que Bridgers describe como uno de «desajuste evolutivo»: los modelos de crianza que tenemos no se ajustan a lo que nuestra especie ha evolucionado para hacer y esto tiene un impacto no solo en las madres, sino en los hijos pequeños.

—Desde el punto de vista evolutivo, ¿cómo se diferencia la crianza actual de cómo criábamos a los niños a lo largo de la historia de nuestra especie?

—Este es un tema que me apasiona porque, como madre de dos niños que nacieron con menos de dos años de diferencia, puedo decir que es una experiencia muy difícil. Si observamos a los primates, por ejemplo, los chimpancés, que son nuestros parientes vivos más cercanos, ellos tienen un intervalo entre nacimientos que es de seis años. En los orangutanes es de ocho.

—¿A qué se debe que nosotros seamos diferentes?

—Se cree que a lo largo de nuestra historia como especie, hemos llegado a divergir de los chimpancés, pero antes de eso, probablemente los humanos espaciábamos más los nacimientos de nuestros hijos en el tiempo. Lo que nos ha ayudado a poder tener hijos con una mayor frecuencia ha sido el hecho de evolucionar hacia crianzas más colectivas. Hay una antropóloga muy reconocida, Sarah Hardy, que ha hecho muchos estudios sobre esto y sus hallazgos sugieren que, desde el punto de vista antropológico, los humanos podríamos clasificarnos como criadores cooperativos, una terminología que define a aquellas especies que crían a los pequeños de manera colectiva, en las que hay un grupo o comunidad de adultos que se reparten la carga de cuidado.

—¿Qué efectos tiene esa crianza colectiva en nuestra evolución?

—La teoría es que debido a esa ayuda de la comunidad, las mujeres fueron capaces de nutrirse mejor ellas mismas y de esa manera retomar la ovulación tras el parto antes que nuestros antepasados primates. Pero incluso en las sociedades cazadoras y recolectoras de hoy, el intervalo entre nacimientos para una madre sigue siendo cercano a los cuatro años. Por otro lado, aunque pudimos reducir ese intervalo en comparación con nuestros ancestros, siguió siendo bastante mayor al actual hasta que se desarrolló la agricultura.

—¿Por qué la agricultura cambió nuestra reproducción?

—Gracias al desarrollo de las técnicas de agricultura pasamos a tener dietas más altas en carbohidratos y, además, las mujeres pudieron empezar a alimentar a sus bebés de manera temprana con leche animal como sustituto de la leche materna. Todo eso permitió volver a ovular antes y redujo el tiempo entre embarazos. Pero, en mi opinión, esto es un desajuste evolutivo. Hemos engañado a nuestra biología a través de invenciones culturales y tecnológicas que nos han permitido espaciar menos en el tiempo nuestros embarazos, y es verdad que es posible desde un punto de vista fisiológico, pero nuestros cerebros y nuestros cuerpos todavía no están cerca de adaptarse a ese intervalo más corto entre nacimientos. Y acortarlo no es particularmente beneficioso ni para las madres ni para los bebés.

—¿Qué impacto tiene el hecho de tener hijos con tan poca diferencia de edad?

—Crea mucho estrés y agotamiento en las madres, porque es muy difícil criar a dos niños que están tan cerca en edad. Además, el cuerpo de la madre todavía no ha sanado completamente y es probable que tampoco haya terminado de recuperarse del período de privación de sueño de esos primeros meses. Y el trabajo de la maternidad es muy intensivo cuando son tan pequeños. Puede que todavía estés dando el pecho a un niño y entonces nace otro. No es una situación ideal tampoco para los niños.

—¿Por qué?

—Muchos antropólogos y biólogos evolutivos creen que los bebés humanos necesitan como mínimo tres años de atención y dedicación exclusiva de sus padres antes de poder recibir a un hermano que les robe algo de esa atención. Entonces, tener hijos con tan poco tiempo de diferencia crea el escenario perfecto para que haya rivalidades entre hermanos y los datos muestran que cuanto más cercanos son en edad, más tendencia tienen a pelearse y competir. Esta ha sido también mi experiencia como madre y debo decir que estar constantemente arbitrando peleas entre tus hijos no es nada divertido. Si bien muchas mujeres desean tener hijos próximos en edad porque quieren que puedan jugar juntos y ser cercanos, esto no siempre es realista.

—¿Cree que los padres modernos están sujetos a una presión excesiva?

—Sí. Si observamos a las sociedades cazadoras y recolectoras contemporáneas, los adultos tienden a ser muy afectuosos con los niños pequeños, responden de manera inmediata cuando un bebé llora y los niños suelen pasarse su primer año de vida constantemente acompañados o cargados por su madre, o bien por otros adultos. También tienen lactancia a demanda día y noche. En estudios que se han hecho en estas sociedades se ha visto que esas madres pasan más o menos el mismo tiempo que las madres modernas en contacto físico con sus hijos, sin embargo, los niños de esas sociedades reciben mucho más contacto físico, atención y cuidado, porque también lo reciben por parte de otros adultos de la comunidad. Algunos antropólogos señalan que los niños modernos no reciben esa atención que es tan necesaria en los primeros dos años y las consecuencias de esto todavía están por verse. Pero ese cuidado no tendría por qué depender exclusivamente de la madre.

—La lógica de la productividad en la que vivimos también impacta en nuestras vidas reproductivas.

—Yo creo que las mujeres tenemos que poder trabajar. Y si observamos nuestra historia evolutiva, las mujeres siempre hemos trabajado y siempre hemos aportado a la comunidad a nivel económico. Antes de que existiese el dinero, las calorías eran el valor de referencia y en ese sentido, las mujeres históricamente hemos sido las principales proveedoras. Recolectar es mucho más productivo que cazar y las mujeres siempre han sido recolectoras, con lo cual, han aportado una gran proporción de las calorías que comía el grupo. Con la llegada de la agricultura, hemos sido más autosuficientes. No siempre ha existido este fenómeno de las madres que son amas de casa y dependen económicamente de sus maridos. Entonces, creo que estamos hechas para trabajar y deberíamos hacerlo, pero también pienso que no hacemos suficientes concesiones que permitan a las madres conciliar de una manera que compatibilice el trabajo con la maternidad.

—¿Cómo podríamos empezar a resolver esta incompatibilidad?

—Yo soy una gran defensora del trabajo a tiempo parcial para los padres de niños pequeños. No solo las madres, también los padres. Porque las madres van a necesitar de esa comunidad, van a necesitar ayuda y en el contexto de los hogares unifamiliares, muchas veces, desafortunadamente, tu pareja es el único otro adulto que hay. Creo que la sociedad espera demasiado de los padres y las madres de hoy, porque también están sujetos a presiones económicas que les obligan a ambos a trabajar a tiempo completo, además de hacer todas las tareas domésticas y del cuidado de los niños. Y esto no siempre ha sido así.

—¿Cómo ha sido en otras épocas?

—Algo que me parece fascinante de las sociedades cazadoras y recolectoras contemporáneas es que en ellas los padres no tienen menos tiempo de ocio que los otros adultos que no son padres. Las madres tampoco tienen menos tiempo libre que los padres. Todos tienen su rol dentro de la sociedad, dependiendo de sus capacidades y del momento en el que estén, pero el ocio se mantiene constante y creo que esta es una lección que deberíamos aprender, tenemos que saber que esto es posible si estructuramos las cosas de maneras que lo permitan. Hay que tener en cuenta que amamantar a un bebé consume casi tanto tiempo como una jornada laboral completa, así que deberíamos reducir la carga laboral de las mujeres que están amamantando de una manera que sea acorde a esto, o bien, de ser posible, permitir y facilitar el trabajo en remoto para ellas, de modo que puedan estar en casa con el bebé. 

—Explica que las mujeres siempre han trabajado. ¿Cómo conciliaban antes?

—Conciliar es lo que las mujeres llevan millones de años haciendo. Las madres no se quedaban sentadas dando el pecho todo el día. Se llevaban a sus bebés consigo y se iban a recolectar alimentos o a hacer sus tareas. Puede que lo hicieran menos eficazmente que si no estuvieran cargando al bebé, pero no tiene por qué ser todo o nada. La contribución de las mujeres a la economía mientras están amamantando y cuidando de un bebé es posible, pero en muchos ámbitos no hacemos las adaptaciones necesarias para que esto ocurra. Podríamos teletrabajar mucho más, podríamos tener muchas más guarderías dentro de los centros de trabajo para que las madres no tengan que estar separadas de los bebés tantas horas.

—En todo el mundo está cayendo la tasa de natalidad, pero el discurso en torno a esto suele responsabilizar a las mujeres de remediarlo. ¿Cuál es su visión desde un punto de vista antropológico?

—Si observamos cómo se hacían las cosas a lo largo de nuestra historia evolutiva, veremos que sí que es cierto que casi todo el mundo tenía bebés. Casi todas las mujeres se convertían en madres, pero el número medio de hijos por mujer estaba en torno a cuatro, porque las mujeres no se volvían fértiles hasta los 19 o 20 años. Por tanto, no existía el embarazo adolescente en nuestros antepasados. No era fisiológicamente posible, porque las chicas tan jóvenes no ovulaban. Y dado el intervalo mayor entre nacimientos que comentaba antes, además de que existía una tasa relativa alta de abortos espontáneos y de mortalidad infantil, tampoco es cierto que las mujeres a lo largo de la historia criaran a tantos hijos que llegasen a la edad adulta. Tenemos normalizada la idea de que existían familias de ocho hijos que nacían a lo largo de 12 años, pero desde una perspectiva evolutiva, esto nunca ha sido así. Este tipo de familia no sería beneficiosa ni para la madre ni para los niños.

—¿Qué aspectos deberían cambiar para que la gente tenga más hijos?

—Creo que en muchos ámbitos sigue siendo tabú hablar de todo lo que las madres sacrifican y lo poco reconocidas que son en la sociedad. Existe mucha segregación de los espacios de socialización, no se convive tanto de manera intergeneracional. Los espacios para adultos no siempre suelen ser entornos apropiados para niños y esto puede hacer sentir muy aislados a los padres. Hasta que estas cosas cambien, va a ser difícil que la gente se plantee tener más niños.

—También está el aspecto económico.

—Exacto. En el pasado, cuando vivíamos de la agricultura, el tener muchos hijos era ventajoso a nivel económico. Ellos eran nuestra seguridad social. Pero hoy las cosas son al revés. Tener hijos es extremadamente costoso. Especialmente en Estados Unidos, donde no tenemos guarderías públicas.

—¿Qué hay de la salud materna? Suele ser algo que una mujer se plantea antes de decidir tener un hijo, pero es un tema que no siempre queda primero en la lista de prioridades.

—Con esto tengo sentimientos encontrados, porque es verdad que el parto es muy doloroso, es un riesgo y es traumático en muchos casos. Nuestra evolución fisiológica como bípedos de cerebros grandes nos ha dejado en esta situación de desventaja para parir. Pero también es verdad que, científicamente, tener hijos y dar el pecho son factores muy protectores para la salud de las mujeres. No lo digo para hacer sentir mal a aquellas que deciden no hacerlo. Es simplemente un dato científico. Dar el pecho durante un año disminuye el riesgo de cáncer de mama, de cáncer de ovario, de infarto y de ictus. Así que pienso que la respuesta no es no tener hijos, al menos no desde un punto de vista de salud, sino cambiar las condiciones en las que los tenemos y hacer que sean lo más seguras y favorables posibles.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.