La vida útil de nuestro cerebro: «Un momento con amigos vale más que miles de sudokus»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

La Voz de la Salud

Hasta hace unos años se pensaba que todas nuestras neuronas tenían fecha de caducidad, pero ¿es cierto?

11 dic 2023 . Actualizado a las 11:40 h.

Una de las teorías que se ha puesto sobre la mesa a lo largo de la historia cuando se ha estudiado cómo envejecemos es que, al igual que un electrodoméstico, el cerebro humano contaba con una especie de obsolescencia programada. Una posible «fecha de caducidad» que nos venía predeterminada y sobre la cual, poco podíamos hacer. «El propio Santiago Ramón y Cajal, que fue uno de los grandes de la neurociencia a nivel internacional, decía que no se podían generar nuevas neuronas», comenta Tomás Sobrino, coordinador del grupo de Neuroenvejecimiento del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela. Concretamente, el científico español, en la época que ganó el Premio Nobel (año 1906), dijo: «Los circuitos nerviosos son algo fijo, cerrado e inmutable. Todo puede morir, pero nada puede regenerarse. Es tarea de la ciencia del futuro modificar este cruel decreto». Sin embargo, la «ciencia del futuro» no tuvo que modificar ese cruel destino porque, en realidad, se encargó de descubrir que simplemente no era cierto. Sí, es inevitable que nuestro cerebro envejezca y deje de funcionar como lo hace con pocos años de vida, al igual que una lavadora. Pero al contrario de esta última, sí puede ver prolongada su «vida útil». Y lo mejor de todo es que es gracias a acciones que están en nuestra mano. 

¿Cómo es el proceso de envejecimiento de nuestro cerebro?: de la infancia a la vejez

Sandra Jurado, científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y directora del departamento de Neurobiología Celular y de Sistemas y del laboratorio Neuromodulación Sináptica en el Instituto de Neurociencias CSIC-UMH, explica: «No podemos entender el cerebro como algo completamente aislado. En el momento en el que este se forma, tiene un período muy plástico en el que se especializan algunos de los circuitos y conexiones para optimizar determinados procesos. Eso sucede de una manera muy activa en los primeros años de vida, donde se forman muchas conexiones».

Así, cuanto más pequeños somos, más capacidad tiene nuestro cerebro para asimilar cosas nuevas. «Desde que somos unos niños hasta que, más o menos, también se para el crecimiento del resto del cuerpo, es el máximo esplendor para el aprendizaje a nivel cerebral», concuerda Sobrino. Y añade: «A partir de ahí, nos costará un poco más, pero seguimos aprendiendo». 

Después de esa etapa de maduración, nuestro cerebro tiene un número de conexiones «bastante fijo», por lo que, en palabras de Jurado, lo que intenta hacer es utilizar mecanismos de plasticidad cerebral. La también conocida como neuroplasticidad consiste en la capacidad que tiene este para adaptarse a nuevas situaciones, reestructurarse y adaptarse. O dicho de otra forma, «aprender» hasta el final de nuestra vida.

«A medida que vamos envejeciendo, lo que se produce es una pérdida de conexiones sinápticas, que son las que hacen las neuronas entre sí. Al final, son las responsables de transmitir mensajes para hacer todas las funciones de nuestro cuerpo. Ya sea pensar, caminar, correr, hacer deporte, tareas domésticas... Además, los vasos sanguíneos que nutren esas neuronas se van haciendo más rígidos. Y cuando eso sucede, se pueden causar problemas como que se puedan romper y provocar una de las grandes enfermedades del envejecimiento: el ictus», expresa Sobrino. 

El cerebro no solo pierde capacidades con el tiempo, también puede ganarlas 

«Según va envejeciendo, nuestro cerebro va usando distintas estrategias. Y son diferentes a las que pueda llegar a utilizar cuando somos más jóvenes, porque las neuronas no son tan plásticas. Pero no por eso son negativas. Busca soluciones alrededor de esos pequeños retos que le van surgiendo», explica Jurado.

Y para que el resto de mortales podamos llegar a entenderlo, proporciona un ejemplo: «Existen estudios de imagen funcional en donde se mide la actividad de diferentes regiones cerebrales. En voluntarios a los que se les pide tomar algún tipo de decisión, se puede ver que en aquellos individuos más mayores se ilumina o se activan más regiones del cerebro para lograrlo. La consecuencia es que este poder de decisión puede enlentecerse más en el tiempo, pero «aunque algo más lentamente, las personas mayores en buen estado de salud suelen llegar a la misma tasa de éxito que individuos jóvenes», matiza la investigadora. 

Esta nueva estrategia que el cerebro usa mientras está envejeciendo, involucrar más regiones para intentar compensar esas pérdidas, se da en un contexto en el que, por la edad, también se dan otros fenómenos. «Con los años, se incrementan los marcadores de inflamación o de estrés oxidativo. Incluso los famosos depósitos que pueden llegar a ser patológicos en condiciones como la enfermedad de Alzhéimer, como los de beta amiloide. Todo eso va generando un ambiente hostil para la función del cerebro. Pero, además de en el alzhéimer, la presencia de estas placas también existen en individuos de edad avanzada, sin llegar a ser patológico. Es decir, estas placas se pueden formar durante la edad y son consecuencia del envejecimiento. Pero no siempre tienen por qué tener un síntoma en la pérdida de memoria o en la capacidad cognitiva». 

¿A qué edad empieza el neuroenvejecimiento?

Con el paso de los años existe una parte de atrofia en las estructuras que, «sin necesidad de que exista una enfermedad, las propias neuronas no están o no son tan ágiles en movimiento; se desgastan», indica Javier Camiña, vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN). «A nivel radiológico, es cierto que este neuroenvejecimiento se puede ver en algunos aspectos, sobre todo a partir de los 60 años. No es que antes no pueda haberlos, pero serían demencias precoces. Hay que tener en cuenta que muchas veces la atrofia que se puede ver ya en la resonancia, ocurre cuando hay procesos que llevan años en marcha». Un claro ejemplo es la enfermedad de Alzheimer. A menudo, cuando se manifiesta, ya lleva algunos años avanzando, sin síntomas premonitorios. «En una primera resonancia, aunque ese paciente ya manifieste síntomas, no se tiene por qué mostrar atrofia todavía. En ese aspecto, lo que es la atrofia visible en pruebas de imagen va con retraso respecto a los síntomas», añade Camiña. 

Así, los expertos no se atreven a hablar de un indicador claro de neuroenvejecimiento. Jurado menciona que algunos investigadores toman como referencia marcadores como los depósitos de beta amiloide, una proteína esencial para la transmisión de información entre neuronas que también se ve alterada con el alzhéimer. «Hay quien puede asegurar que un cerebro envejecido es el que tiene un 20 o un 30 % de esos depósitos de beta amiloide. Pero pueden aparecer a los 60 años en una persona o a los 40 en otra. Ese envejecimiento cerebral es muy variable y creo que intentar encontrar una generalización de cómo o cuándo envejece el cerebro puede ser limitante». 

Los primeros signos de que nuestro cerebro está envejeciendo

Aunque no podemos afirmar una edad exacta a la que empieza el neuroenvejecimiento, sí se podría asegurar cuáles son esos primeros signos que pueden dar la voz de alarma. Con todo, es necesario recalcar que el proceso en un cerebro «sano» es progresivo y no sería el mismo que el de uno «patológico», ya que este sí se puede ver acelerado.

Dicho esto, Camiña comenta que existen varios signos que se relacionan con neuroenvejecimiento cerebral: «Sin entrar en enfermedades, la mayor lentitud en la velocidad de procesamiento de la información, que tardemos más en responder a lo que nos dicen, o que nos lleve más tiempo llevar a cabo tareas que antes hacíamos sin problema, es parte de ese proceso». Es decir, al irse perdiendo poco a poco conexiones neuronales, se enlentece el proceso. «No tiene por qué tener que ver con errores, pero esa pérdida de conexiones hace que no sea tan fluido o rápido», añade el neurólogo. 

Pequeños olvidos o despistes que pueden llevar a que esa persona piense que padece algún tipo de demencia, pero son totalmente normales. «Cuando estos procesos nos impiden hacer las funciones cotidianas, posiblemente sí exista un proceso patológico subyacente. Ahí es cuando hay que acudir al médico para ver qué nos está pasando», remarca Sobrino. 

Además, «existen indicadores más a nivel emocional, como podrían ser cambios en la personalidad o en la interacción social. Es algo mucho menos cuantificable», amplía Jurado. 

No, el cerebro no tiene una fecha de caducidad predeterminada

La preocupación por si nuestro cerebro tiene una especie de obsolescencia programada viene de que cada vez vivimos más años y queremos hacerlo bien. «Se enlaza mucho con el deseo de la especie humana de vivir muchos años con salud. Si de alguna manera este tipo de fecha de caducidad existe, sería un gran reto, porque ya nos estaría determinando, claramente, hasta donde podríamos vivir», explica Jurado. 

Con todo, existen buenas noticias a este respecto. Sobrino menciona a Ramón y Cajal cuando se le pregunta sobre esta cuestión: «Él decía que no se podían generar neuronas nuevas. Ahora se sabe que ese dogma era erróneo». Una de las áreas en las que se generan es el hipocampo, que está relacionado con procesos de aprendizaje y memoria. «Eso lo que nos explica es que, cuando aprendemos a tocar un nuevo instrumento o preparamos un examen, para adquirir nuevos conocimientos y mantenerlos memorísticamente, está demostrado que en esas áreas cerebrales, se producen nuevas neuronas y conexiones sinápticas», explica Sobrino. Y no solo eso. «También hoy en día se sabe, que se producen nuevas conexiones entre distintas áreas del cerebro. De tal forma que si yo aprendo un nuevo instrumento o idioma, por ejemplo, se están produciendo nuevas conexiones entre áreas del cerebro.Tanto en el mismo hemisferio, como con otros. Esto es crucial porque, cuanto más estimules tu cerebro con nuevos aprendizajes y te mantengas activo laboral y socialmente, más se producen nuevas neuronas y conexiones en el cerebro. Se mantiene saludable porque aumentamos la reserva cognitiva».

De esta manera, al demostrarse que se forman nuevas neuronas y conexiones en nuestro cerebro a pesar de la edad del individuo, lo más probable es que esta obsolescencia programada, no exista; aunque todavía queda investigar más al respecto. 

Qué es la reserva cognitiva 

A diferencia de las capacidades innatas y de predisposición genética, la reserva cognitiva es una capacidad que se va ejercitando a lo largo de la vida mediante la suma de conocimientos y experiencias que suponen una estimulación activa del funcionamiento cerebral.

No solo de sudokus vive el cerebro: así se puede retrasar el neuroenvejecimiento 

Todas las políticas que se llevan a cabo para que no exista abandono escolar, además de una explicación social, también la tienen a nivel de salud pública. «Si cuentas con una predisposición genética a desarrollar una enfermedad neurodegenerativa, cuanto más estudies, vas a contar con una reserva cognitiva que te va a permitir ser independiente a la hora de hacer tus tareas diarias, en comparación con una persona que no tuvo esa etapa previa ejercitando el cerebro activamente», afirma Sobrino. «Al final, cuanto más se fomente la formación, va a repercutir en el futuro para que tengamos menos personas dependientes». 

La vida social

La actividad lectora, hacer sudokus o crucigramas y aprender cosas nuevas es vital para adquirir reserva cognitiva. Pero el simple hecho de tener vida social, también. «Existen muchos estudios que demuestran que tener un buen apoyo social, una buena estructura, también ejercita nuestro cerebro. Creo que un momento con amigos, compartiendo experiencias y recuerdos, a veces vale más a nivel de salud mental que miles de sudokus», remarca Jurado. 

«Vivir y estar solo es un factor de riesgo tanto de enfermedad psiquiátrica como neurodegenerativa. Aquella persona que tiene menos actividad social o menos personas en su entorno con las que interacciones, pierde el estímulo de la comunicación y, a menudo, tiene menor número de actividades. Si tengo un vecino con el que juego a las cartas, aunque solo sea ese nuestro plan, ya me permite estar activo: converso, hago cálculos sencillos y, si me satisface, mi ánimo está mejor», apunta Camiña. 

Recalcar la importancia de esta vida social resulta fundamental en un época en la que los jóvenes pueden llegar a preferir comunicarse a través de un dispositivo electrónico a hacerlo de manera física. «Es un problema muy grande. Primero, para el desarrollo como persona, que al final también está relacionado con el envejecimiento del cerebro. El ser humano es un ser social y perder esa capacidad es un fracaso de la sociedad actual», opina Sobrino. 

El sueño

El sueño es fundamental para el cerebro. Es un momento clave para la mejora de nuestra memoria y la calidad de vida. «Es muy importante y no solo para el cerebro, también lo es para el sistema inmunológico, los músculos o el corazón. A nivel cerebral, es un momento crítico para renovarse, reestructurarse o eliminar muchos de los depósitos y desechos que se han generado durante el día», explica Jurado.

En palabras de la investigadora, justo con el sueño se da un fenómeno peculiar: «Es uno de los factores que más se ve afectado con el envejecimiento, por lo que es como la pescadilla que se muerde la cola». A edades avanzadas se da un cambio en la fase de inicio de sueño. Es decir, la hora de irse a dormir se adelanta porque empiezan a secretar melatonina antes. Eso explica por qué necesitan irse a la cama antes y, en ocasiones, también se desvelan más por la noche.

El ejercicio físico

«El ejercicio físico permite mantener más tiempo activas las conexiones neuronales, e incluso generar nuevas. Es algo que se ha demostrado con el ejercicio aeróbico, sobre todo, a largo plazo», indica el portavoz de la SEN. «Los estudios que se han hecho sobre caminar, correr y otro tipo de ejercicios aeróbicos demuestran que las personas que mantienen cuatro días de actividad deportiva a la semana se mantienen durante más tiempo con un rendimiento alto», añade. 

Por la contra, el sedentarismo, está demostrado que es un factor de progresión de enfermedades neurodegenerativas; «al igual que aumenta el riesgo de llegar a desarrollarla», amplía el neurólogo. 

La alimentación o por qué el colesterol y la diabetes también influyen en la salud cerebral

«Factores como la hipertensión arterial, la diabetes o el colesterol alto se asocian con el envejecimiento. Este, a nivel cerebral, ya hemos comentado que provoca que las arterias del cerebro sean menos flexibles, más rígidas. Si le aumentas la presión, hace que estas puedan reventar. Y si tienes colesterol, las arterias se pueden estrechar u obstruir, pudiendo provocar enfermedades cardiovasculares o demencia. Por eso resulta fundamental decir que el cerebro está muy conectado con el resto del cuerpo. De hecho, es él el que se encarga de mandar los mensajes para que todo funcione: al corazón, los pulmones o los riñones. De forma autónoma, pero es él», expresa Sobrino. 

Por eso, llevar a cabo una alimentación saludable es fundamental. «Las dietas a tener en cuenta son la mediterránea y la atlántica, pero más que una u otra, se trata de que esta sea equilibrada. Sí se han encontrado evidencias sobre el omega 3 y 6. Por ejemplo, aquellas que priorizan el pescado tienen, a priori, una mayor concentración en ese aspecto. Una dieta desequilibrada, con muchos ultraprocesados, predispone a diabetes. Una enfermedad que, a nivel cerebral, favorece el envejecimiento», subraya Camiña.

El alcohol y tabaco, los eternos enemigos

El neurólogo pone el foco en un aspecto que solemos dejar pasar: el consumo de alcohol. «A veces se minimiza la importancia que tiene, cuando es un factor que está asociado al envejecimiento, al riesgo de ictus, a demencia... No hay un consumo de alcohol saludable; siempre es perjudicial. Aunque hay grados, evidentemente. A mayor consumo, mayor riesgo. Y el tabaco, también envejece; está muy implicado en procesos de este tipo». 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.