Óscar Sans, experto en sueño infantil: «La biología hace que los adolescentes tengan un cronotipo de búho»
VIDA SALUDABLE
El neurofisiólogo, que es coordinador del grupo de trabajo de Pediatría de la Sociedad Española del Sueño, explica que la falta de descanso «no se recupera»
14 oct 2024 . Actualizado a las 14:59 h.Se estima que el 30 % de la población española en edad pediátrica tiene algún trastorno del sueño, una cifra que se deja ver, también, en la adolescencia. Esta carencia de descanso se observa en las aulas y en las notas, pero también en su día a día. El menor pasa a estar de mal humor y más irritable. A veces, estas alteraciones pasan desapercibidas, y ponerle solución resulta fundamental porque no solo interfieren en la calidad de vida del pequeño, sino también en la de su familia. Óscar Sans, coordinador del grupo de trabajo de Pediatría de la Sociedad Española del Sueño (SES) reivindica el papel del descanso como el cuarto pilar de la salud, sumado a la alimentación, el ejercicio y el bienestar emocional.
—¿Qué dicen los datos acerca del descanso de los más jóvenes?
—De las cosas que sabemos es que, probablemente, entre un 20 y un 30 % de los niños y adolescentes van a tener algún trastorno de sueño en esta época de la vida. En general, la mayoría están privados de sueño, es decir, duermen menos de lo indicado para su edad. Esto no se llega a considerar un trastorno, pero cuando preguntamos por horas de sueño, nos encontramos con que hay una tendencia general a que duerman menos o que duerman en el rango bajo de lo que les tocaría. Sucede al igual que en los adultos.
—¿Qué trastornos son los más frecuentes?
—El más común, aunque en muchas ocasiones no se debería etiquetar como trastorno, es la dificultad para conciliar o mantener el sueño. El insomnio, aunque el infantil no sea igual que el del adulto. Digo que no se debería describir como trastorno porque la falta de sueño tiene que ver con un tema de rutinas y hábitos. Muchas veces, no están bien implementados, lo que acaba provocando que el niño o niña duerma menos de lo que le toca. Este supone el 80 % de los problemas de sueño a los que hacía referencia. El 20 % restante estaría en una patología más objetivable. Por ejemplo, ronquido y apneas del sueño durante la noche, tener un descanso muy inquieto que pueda provocar despertadores de noche; o las parasomnias, trastornos del sueño como sonambulismo o terror nocturno. Cuando hay este último, por ejemplo, el peque se levanta de la cama, deambula por la casa, y asusta a los padres, pero si lo cogen y lo acompañan a la cama, de manera tranquila, volverá a conciliar el sueño.
—¿Se suelen encontrar con rutinas desorganizadas?
—Uno de los problemas es que, cuando hablamos de rutinas y hábitos durante el sueño, muchas veces pensamos solo en dormir y en levantarse. Que la hora de acostarse y despertarse sea la misma. Todo lo que pasa durante el día lo dejamos de lado y eso es un error. Por ejemplo, el hecho de cambiar el horario de las comidas durante el día acaba afectando a nuestro reloj central —que regula sueño y vigilia—. Cuando hay luz, hay actividad y el reloj entiende que nos toca estar despiertos; a medida que esta luz se atenúa y llega la oscuridad, entramos en un período de inactividad y sueño. Cambiar algunas de las actividades de la vida diaria, como puede ser la dieta o las horas a las que comemos, provoca que este reloj no sepa qué le toca hacer. Una cena tardía, o incluso el picoteo, ir a la nevera a las once de la noche, hace que las neuronas de nuestro intestino —que es el segundo cerebro— informen al reloj central de que está pasando algo, que no debe ser de noche y que no tenemos que preparar al organismo para dormirse porque estamos haciendo todavía una ingesta. Así, se sabe que una cena tardía o ese picoteo nocturno acaba retrasando de manera significativa la hora de conciliar el sueño.
—En cuanto a la privación del sueño, en la actualidad se pone de relieve el efecto de los dispositivos electrónicos.
—Esto entra absolutamente en las rutinas. Una luz brillante de noche le dice al cerebro que es de día y, por lo tanto, no va a poner en marcha la maquinaria que toca para irnos relajando y dormir. Este efecto es más significativo en niños. Esta luz brillante hará que una sustancia llamada melatonina, que facilita el inicio del sueño, retrase su hora de salida y acabará provocando un sueño tardío. Ese efecto es más importante en niños que en adultos, aunque en los mayores también existe.
—Quienes más problemas de descanso refieren a edades tempranas son los adolescentes.
—Sí, con ellos tenemos la tormenta perfecta. Por un lado se levantan los primeros para ir al instituto, así que tienen que madrugar. Desde el punto de vista biológico, en la adolescencia está determinado que sean nocturnos, un cronotipo de búho. Es decir, se activan de noche, les cuesta conciliar el sueño. Por lo tanto, ya duermen menos de lo que les toca. Si además le añadimos que hay consumo de tecnología, precisamente, en las horas previas antes de irse a dormir, todavía tenemos más problemas. Cuando hacen deporte federado, muchos de estos chicos entrenan a última hora de la tarde. Si bien el deporte es esencial, una actividad física importante antes de irte a dormir va a retrasar todavía más el inicio del sueño. Por eso digo que tenemos la tormenta perfecta, tanto desde el punto de vista de organización de vida y horarios, como de la biología o del uso que hacen de los móviles. Todo esto acaba provocando que tengamos adolescentes que lleguen al instituto habiendo dormido muy pocas horas y que, por desgracia, las dos primeras horas lectivas no pasen por ellos.
—¿Qué signos indican que a un niño le faltan horas de sueño?
—Lo más indicativo para los padres es fijarse en cómo se levanta ese niño. Si se despierta de mal humor, le cuesta mucho volver a ser él, está irritable y va a peor a lo largo del día, quiere decir que puede haber un problema en cuanto a horas de sueño o la calidad de este. En el cole, pueden ver una tendencia a que estén más distraídos, a que presten menos atención. En los adolescentes es un poco diferente. En las primeras horas están ausentes, y a medida que pasa el día, van teniendo más energía y estando menos apáticos. El tema de la irritabilidad también puede estar presente. Muchas veces, con la adolescencia es complicado, pero no dormir tiene afectación al estado anímico. En algunos casos, veremos que directamente estos adolescentes se quedan dormidos en clase, que es algo menos habitual entre los pequeñitos.
—Hablamos de dormir suficiente, ¿cuántas horas deberían descansar?
—Esto no está escrito en piedra, pero hay recomendaciones muy genéricas, aunque lo importante aquí es ver cómo el niño funciona durante el día para saber si estamos en las horas. Hay unos rangos de normalidad, es decir, unas horas por arriba que sería la normalidad de más, y otras horas por debajo, que sería la normalidad de menos. De manera sencilla, antes de la edad escolar, tendrían que estar en las doce horas más o menos. En esta pauta, se incluye la siesta. Hasta los cuatro o cinco años, la siesta es una necesidad. No se debería quitar de manera arbitraria, porque luego los padres se pueden encontrar con que el sueño nocturno sea de peor calidad y se despierten mucho más porque llegan agotados. Eso sí, si el niño sigue necesitando siesta más allá de esta edad puede encenderse una alarma de que el sueño nocturno no está siendo suficiente. Desde la edad escolar, precisan unas diez horas; y en la adolescencia, entre ocho y nueve. Estos números no tienen que ir a misa, ya que las necesidades individuales son diferentes.
—¿Cómo evoluciona el sueño a medida que la persona envejece? Llama la atención que hasta los cinco años la siesta sea necesaria, y después se convierta en un indicativo de que el menor pueda necesitar más descanso nocturno.
—El sueño es una función del cerebro. En los primeros años de vida y hasta los cinco años, más o menos, tenemos un desarrollo cerebral muy importante. Es cierto que este desarrollo cerebral se mantiene hasta los 20, pero esta primera etapa es esencial en cuanto a la formación de nuevas conexiones y la organización del cerebro. Por eso, el sueño es tan importante en todas las épocas de la vida, pero sobre todo, aquí. En niños neurotípicos, en los primeros meses de vida ves a un niño que duerme y come. Con un sueño repartido entre casi el 50 % de noche y el 50 % de día. Esto rápidamente va a ir cambiando a partir de los seis meses, y hasta el año va a haber necesidad de dos siestas diarias, y luego el sueño nocturno. A partir de los tres añitos esta necesidad pasará a una, que sería la siesta de después de comer. Estos patrones cambiantes están asociados a una maduración del cerebro. El número de despertares es algo que todavía está en cuestión, pero lo que podría decir, de manera general, es que más de cuatro por noche, independiente de la edad que valoremos, implicaría que deberíamos hacer alguna investigación para saber qué los provoca.
—¿Existen cronotipos en los niños?
—Sí, pero como estamos en un momento de crecimiento, puede ir variando. De manera muy genérica, podemos decir que al igual que los adolescentes son búhos, los más pequeños tienen tendencia a ser alondra, que es lo contrario. Es decir, se duermen relativamente pronto y se despiertan también muy temprano. Luego, cada uno es de su padre y su madre, y si sus progenitores son búhos, puede que tenga una tendencia más marcada a serlo. El cronotipo es algo que se hereda desde el punto de vista genético, aunque también depende de las rutinas.
—Cuando un adolescente duerme seis horas de lunes a viernes, y el fin de semana descansa doce, ¿recupera ese sueño perdido?
—El sueño no se recupera, no funciona como una media aritmética matemática, por mucho que el fin de semana duerma doce horas. Es más, se habla de jet lag social, cuando variamos en más de dos horas los horarios entre la semana y el fin de semana.
—¿Que un niño ronque es motivo de preocupación?
—Si un niño ronca dos o tres días a la semana, durante un período de más de dos o tres semanas, y en ausencia de cuadros de vías altas respiratorias, es decir, sin mocos, se debe comunicar al pediatra. Debe saber que tiene un roncador habitual.