Sara Teller, neurofísica: «Hay investigadores que dicen que el enamoramiento dura menos de un año»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Sara Teller, doctora en Neurofísica por la Universidad de Barcelona.

La experta considera que «cuando nos deja una persona, hay que hacer lo mismo que cuando se deja una droga: buscar dopamina en otros lugares»

07 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La Real Academia Española define el amor como un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Casi que le falta decir que qué sería de nosotros sin él. Pero a nivel científico, es mucho más complicado resumirlo en una sola frase. Por no decir imposible. El amor se divide en fases, en una orquesta neuroquímica en la que diferentes hormonas y neurotransmisores salen a escena y en la que perdemos la razón y el juicio, nos obsesionamos con la persona y, pasados unos meses —la ciencia aún no se ha puesto de acuerdo en cuántos exactamente—, nuestro cerebro se relaja y entiende que estamos en un lugar seguro. Y ahí el reto pasa a ser otro: mantener la «chispilla». Hablamos sobre cada uno de estos compases con Sara Teller, doctora en Neurofísica por la Universidad de Barcelona. Empezó su carrera investigando con grupos líderes en el campo de la neurociencia y las redes complejas y, desde hace unos años, se inició en el mundo de la divulgación científica.

—¿Para que exista amor tiene que haber antes deseo sexual?

—Según Helen Fisher, que fue una de las mayores investigadoras sobre el tema, sí. Normalmente hay tres fases y la primera suele ser el deseo sexual. Seguido del enamoramiento y después el amor, digamos, a largo plazo. Pero que no tiene por qué ser siempre en ese orden de manera consecutiva. Uno puede saltar el deseo sexual y pasar directamente al enamoramiento. Ser amigos y acabar en amor, por ejemplo. Pero sí, normalmente todo empieza con el deseo.

—¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando sentimos deseo sexual hacia una persona?

—Las hormonas protagonistas son la testosterona y los estrógenos. En ellos, los niveles de testosterona son mayores, de 20 a 40 veces más. Mientras que si hablamos de los estrógenos, las mujeres tenemos el doble que ellos. Ambas hormonas se liberan en el hipotálamo y lo que está comprobado a día de hoy es que la testosterona es la hormona que hace que exista ese apetito sexual. Es la más involucrada en el proceso. Aunque muchos científicos también han visto que los estrógenos tienen un papel clave en el deseo sexual porque al final, son los encargados de que el aparato genital femenino esté en plenas condiciones: buena lubricación, buen tejido, etcétera. 

 —¿El deseo sexual siempre pasa a enamoramiento?

—No, hay veces que el deseo sexual se queda ahí. Al principio hay una química y una liberación de hormonas que hace que este apetito sexual se quede ahí. El enamoramiento es, de las tres fases —deseo sexual, enamoramiento y amor—, la que más perturba nuestro cerebro. 

—¿Por qué?

—Porque al final, el deseo incita al enamoramiento al aumentar la testosterona que, a su vez, hace que también lo haga la dopamina. En este caso, estamos hablando de un neurotransmisor. La neuroquímica clave de un cerebro enamorado. Cuando estamos enamorados hay grandes cantidades de dopamina porque el circuito de recompensa se activa mucho. Cuando vemos a esa persona, nos sentimos súper motivadas y recompensadas. Tenemos unas ganas muy grandes de estar con esa persona, se libera mucha dopamina y esta está muy interrelacionada con la testosterona: cuánta más de una, más de otra. Lo gracioso es que, cuando estamos enamorados y existe tanta dopamina y actividad en el núcleo accumbens, que es como la parte central del circuito de recompensa, es como si tomáramos algún tipo de sustancia adictiva, una droga. Y además, la parte más racional de nuestro cerebro se desactiva. 

 —¿Y qué implica que esa zona esté más desactivada durante el enamoramiento?

—La parte del cerebro racional, la corteza prefrontal, se ve atenuada cuando estamos enamorados. Perdemos el juicio. Por eso muchas veces se dice que el amor es ciego, porque te enamoras de algunas personas que, cuando entras en razón, dices: «¿En qué momento he acabado yo con esta persona?». Es culpa del cerebro y de ese cóctel que se forma. 

 —¿Cuánto puede durar esta fase de enamoramiento?

—Por suerte y por desgracia, según la doctora Helen Fisher, unos quince meses. Hay científicos que piensan que más. De hecho antes se decía que podía durar unos tres años. Y ahora, incluso hay investigadores que apuntan a menos de un año. 

—¿Por suerte y por desgracia?

—Por suerte porque ese cóctel de dopamina; de esa bajada de actividad de la corteza prefrontal, con esa pérdida de esa razón y ese juicio… La persona está eufórica, motivada e incluso obsesionada con estar con esa persona. Porque, además, también se eleva la noradrenalina, que te hace querer prestar atención a esa persona, y baja la serotonina. Y la amígdala, que es una parte del cerebro que se activa cuando estamos estresados, se reduce mucho. Estos desbarajustes neuroquímicos que cambian a tu cerebro nos consumen mucha energía. Si esta fase no se acaba, estoy convencida de que sería imposible que pasáramos a la fase del amor después. De alguna manera tiene su sentido que se acabe, todo esto tiene que volver en algún momento a su condición normal. 

 —¿Y si en medio de esta fase de enamoramiento nos deja esa persona, es como si tuviéramos un síndrome de abstinencia?

—Exacto. De hecho, muchos neurocientíficos cuando intentan explicar qué hacer cuando nos deja una persona, recomiendan hacer lo mismo que cuando se deja una droga. Buscar dopamina en otros lugares, intentar explorar otras actividades que te hacen subir esa neuroquímica, como escalar, hacer algún deporte que te motive o conocer otras personas. Intentar colocar esa focalización en otro lado. Intentar que tu cerebro se vaya relajando y desprendiendo, porque sabes que vas a sentir ese mono por estar con esa persona, sigues como obsesionada con ella. Pero con el tiempo, todo esto se va a ir equilibrando. Se va a pasar. 

—Antes comentaba que no existe un consenso claro sobre cuánto dura el enamoramiento. ¿Por qué?

—Creo que es sencillo. Normalmente, lo que hacen es pasar un test en el que a lo mejor te preguntan: ¿Cuántas veces al día piensas en tu persona querida? Dependiendo de cómo contestan las personas, ya saben en qué grado de enamoramiento se encuentran. Porque es cierto que existen grados de intensidad. Quizás lo que no se sabe es en qué punto exacto se pasa de una fase a otra. 

—Pasando del enamoramiento al amor, ¿qué neurotransmisores se liberan cuando se llega a esa tercera fase?

—La hormona principal es la oxitocina, la hormona del apego, del contacto físico, del abrazo. Está vinculada a muchas cosas, también a la relación de una madre con su hijo, porque en la maternidad también tiene un papel clave. Es muy importante para nosotros porque necesitamos sentirnos amados, en confianza con la persona que tenemos delante y para sentirnos en calma, en estado de relajación. 

—¿El amor puede durar toda la vida?

—Es algo que todavía se está estudiando, pero yo creo que sí. Existe un estudio súper bonito sobre todo lo que es la felicidad, llevan ochenta años investigando y siguen haciéndolo. Se llama The Good Life y han participado más de mil personas. Les iban preguntando año tras año qué es lo que les hacía felices y no es tener dinero o éxito, sino las buenas relaciones sociales. El amor, estar en contacto con otras personas. En estos estudios se han tenido en cuenta a personas mayores de ochenta o noventa años que, a esa edad, dicen que lo que les hace más felices es estar al lado de la persona que aman. Creo que no podemos dudar que el amor dura toda la vida. Lo que pasa es que la probabilidad o cuántas personas llegan a ello, es un poco más difícil de valorar. También se están haciendo estudios, sobre todo en el hombre, sobre la vasopresina, otra hormona que está muy involucrada en el amor. Se está investigando si tienen más o menos receptores de esta en el cerebro. 

—Desde el punto de vista científico, ¿qué consejos darías para que esa fase de amor dure lo máximo posible?

—El amor es la fase de la oxitocina y el problema es que, a veces, esta reduce la testosterona de la que hemos hablado antes. Y cuando esta baja, también lo hace la dopamina. Creo que en el amor también tiene que existir esa chispa, deseo y motivación. Tiene que haber una dopamina y testosterona detrás, y para elevar esos niveles hay que hacer cosas nuevas. Por ejemplo, recibir sorpresas. Cosas que nos provoquen placer, como irnos a cenar con la persona que queremos. Saborear una copa de vino juntos. Por ejemplo, yo siempre digo que llevo diez años con mi pareja y nos fue muy bien hacer trapecio, circo, juntos. Una actividad física con un poco de riesgo que nos motiva hacer juntos. Esas pequeñas cosas ayudan. 

Y en lo relativo a la testosterona, es muy importante, sobre todo en el caso de la mujer, conseguir esos niveles elevados. Y esto se consigue con un buen estilo de vida, reduciendo el alcohol, con buenas horas de descanso, reducir el estrés e incluso aumentar el consumo de zinc, un mineral que también nos ayuda a elevar la testosterona. Hay muchas cosas que podemos hacer y que funcionan para que siga existiendo esa chispilla.

—¿La monogamia es algo innato?

—Todavía no existe suficiente evidencia científica para afirmar si la monogamia o poligamia son innatas. Realmente, si miramos a los mamíferos, solo entre el 2 y el 5 % son monógamos. Al final, nosotros no solo somos animales, también tenemos un cerebro social donde hay involucradas unas normas, una cultura, etcétera, al igual que una limitación de recursos cognitivos. En ese sentido, cuando me preguntan sobre la poligamia, en mi opinión nuestro cerebro necesita ser conservador con sus recursos. Es decir, la poligamia eleva mucho la carga mental, consume muchos recursos cognitivos porque tienes que estar pensando en atender a varias personas y dar energía a cada una de ellas. En ese sentido, creo que el cerebro se siente más tranquilo, en calma, cuando hay pocas personas. Si estás solo con una, a lo mejor es más fácil tener un cerebro más en calma.

—«Se nos acabó el amor de tanto usarlo», cantaba Rocío Jurado. ¿Es posible?

—Creo que sí existe una parte en la que, si siempre estamos haciendo lo mismo y consumiendo los mismos recursos con la otra persona y no ponemos cosas nuevas en el camino, sí que en parte se quema un poco la relación. Al final, vas consumiendo a la persona. Otra de las cosas a tener en cuenta es admirar a la persona que tenemos delante, reconocerla día a día. Esa parte de interés no debería de perderse. Cuando entramos en piloto automático,  no es que se consuma, pero sí que se pierden las ganas. Creo que lo más importante es que siga vigente el interés. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.