Ángel Aneiros Díaz, neurólogo del CHUF: «Pasar tiempo al aire libre permite al cerebro resetearse»

VIDA SALUDABLE

El vocal de la junta directiva en la Sociedade Galega de Neuroloxía analiza las costumbres cotidianas de nuestros abuelos que deberíamos recuperar para proteger nuestro cerebro de la neurodegeneración
01 jul 2025 . Actualizado a las 16:49 h.Vivimos cada vez más acelerados y distraídos. Entre las pantallas que compiten de manera feroz por captar y retener nuestra atención y el ritmo de vida que nos lleva a priorizar la productividad a toda costa, poco a poco, hemos ido dejando de lado aquellos hábitos claves para preservar nuestra salud neurológica. El doctor Ángel Aneiros Díaz, neurólogo del Complexo Hospitalario Universitario de Ferrol y vocal de la junta directiva en la Sociedade Galega de Neuroloxía, analiza las costumbres cotidianas de nuestros abuelos, como mantener horarios regulares, comer alimentos frescos, caminar a diario o compartir tiempo en comunidad, que están respaldadas por la ciencia como pilares fundamentales para proteger el cerebro.
—¿Cree que el estilo de vida de las generaciones pasadas protegía más al cerebro que nuestra vida actual?
—La vida de antes, aunque con menos tecnología, favorecía una mayor coherencia entre los ritmos biológicos y el entorno, algo que el cerebro agradece profundamente. Integrar esos hábitos tradicionales con los avances actuales puede ser una estrategia poderosa para preservar la salud cerebral a lo largo de la vida.
—¿Qué hábitos tradicionales son beneficiosos para nuestro cerebro?
—Muchos de los hábitos que seguían nuestros abuelos son altamente beneficiosos para la salud cerebral, y hoy la neurociencia los respalda con evidencia. Por ejemplo, las rutinas estables y el adaptarse a los ritmos naturales, con horarios regulares para dormir, comer y trabajar, favorecen la sincronización de los ritmos circadianos, fundamentales para el funcionamiento del sistema nervioso. Dormir bien y a horas constantes es uno de los pilares del envejecimiento cerebral saludable. La alimentación basada en productos frescos y naturales, las dietas tradicionales ricas en frutas, verduras, legumbres, pescado y aceite de oliva, son neuroprotectoras. Reducen la inflamación y el estrés oxidativo, factores implicados en enfermedades neurodegenerativas. La actividad física cotidiana, incluso de baja intensidad, mejora la vascularización cerebral, favorece la neurogénesis y regula neurotransmisores claves como la dopamina y la serotonina.
—¿Cuáles son algunas costumbres que hemos perdido y deberíamos recuperar en ese sentido?
—Las relaciones sociales presenciales y comunitarias son fundamentales. La vida en comunidad, las visitas, el apoyo vecinal o familiar y la conversación diaria son formas de estimulación cognitiva natural que protegen contra el aislamiento y el deterioro cognitivo. También el trabajo manual y las actividades como cocinar, coser, cultivar o reparar cosas implican coordinación motora fina, atención sostenida y recompensa emocional, factores que favorecen la conectividad cerebral y el bienestar mental. El contacto con la naturaleza y las pausas ayudan mucho. Pasar tiempo al aire libre, sin sobreestimulación, permite al cerebro resetearse. Hoy se sabe que la exposición a entornos naturales mejora la concentración.
—Hoy en día vivimos a un ritmo acelerado y muy conectados digitalmente. ¿Qué efectos tiene esto sobre nuestro sistema nervioso?
—El estilo de vida moderno, caracterizado por la híperconectividad, la multitarea constante, la sobreexposición a estímulos y la falta de pausas, tiene un impacto profundo sobre el sistema nervioso, tanto a nivel funcional como estructural. Nuestro sistema nervioso está diseñado para adaptarse, pero no para vivir en modo de alerta constante. Vivimos expuestos a una cantidad inusitada de información, muchas veces fragmentada, lo que entrena al cerebro para cambiar rápidamente de foco pero debilita la atención sostenida y la capacidad de concentración profunda. Además, esto mantiene en en alerta al eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, lo que eleva los niveles de cortisol. Esta activación prolongada puede afectar a áreas como el hipocampo, clave para la memoria, y contribuir al agotamiento físico y mental. También asistimos a una reducción de la neurodiversidad de estímulos. Muchas de nuestras experiencias diarias se han vuelto monótonas y digitales. El cerebro necesita variedad, movimiento, naturaleza, conversación, creatividad. Sin esa diversidad, puede empobrecerse el desarrollo y mantenimiento de ciertas redes neuronales.
—¿Cómo podemos contrarrestar estos efectos?
—La clave está en encontrar equilibrio, incorporar pausas, cultivar el silencio, priorizar el descanso, reconectar con el cuerpo y favorecer los vínculos reales. No se trata de rechazar la tecnología, sino de usarla con conciencia, sin dejar de lado lo que el cerebro necesita para mantenerse sano.
—¿Dormimos peor hoy que antes?
—Sí, en líneas generales, la sociedad actual duerme menos y peor que generaciones anteriores. Los cambios en los hábitos de vida, incluyendo el uso extendido de pantallas, jornadas laborales largas, estrés crónico y exposición constante a estímulos, han reducido tanto la duración como la eficiencia del sueño.
—¿Qué impacto tiene esto en nuestro cerebro?
—Durante el sueño ocurren procesos fisiológicos esenciales como la consolidación de la memoria, especialmente en las fases de sueño profundo y REM. Un sueño fragmentado o insuficiente compromete el aprendizaje y la fijación de nuevos recuerdos. Además, el cerebro elimina desechos neurotóxicos a través del sistema glinfático. Dormir mal se ha relacionado con un mayor riesgo de deterioro cognitivo a largo plazo. El sueño equilibra la actividad de estructuras encefálicas como la amígdala y regula hormonas del estrés y del sistema inmune. Su alteración se vincula con trastornos del estado de ánimo, hipertensión y mayor vulnerabilidad a enfermedades.
—¿Qué podemos hacer para reducir ese impacto?
—Limitar el uso de pantallas antes de dormir es una recomendación sencilla y eficaz con enorme impacto en la salud.
—La alimentación con productos locales y de temporada, frente a la dieta moderna, ¿puede proteger nuestro cerebro?
—La alimentación moderna basada en ultraprocesados, azúcares añadidos, grasas trans y aditivos, favorece la inflamación crónica, el estrés oxidativo y la disfunción metabólica, todos ellos factores de riesgo para el deterioro cognitivo y las enfermedades neurodegenerativas. Además, comer de forma local y estacional implica mayor frescura, menor procesamiento y una conexión cultural y emocional con la comida que también influye en nuestra relación con la salud.
—¿Qué nutrientes nos aportan estos patrones alimentarios?
—Desde el punto de vista neurológico, algunos nutrientes presentes en la dieta tradicional que ayudan a proteger el cerebro son los ácidos grasos omega-3, presentes en el pescado azul y las nueces. Tienen efecto antiinflamatorio y participan en la estructura de las membranas neuronales. Los polifenoles y antioxidantes de las frutas y verduras combaten el daño oxidativo cerebral y favorecen la plasticidad sináptica. Las vitaminas del grupo B, que podemos obtener de legumbres, cereales integrales, huevos, son esenciales para el metabolismo cerebral y la salud del sistema nervioso central. La vitamina D y el magnesio, que están en el pescado, los lácteos y los vegetales de hoja verde, están implicados en funciones cognitivas, regulación del estado de ánimo y prevención de neurodegeneración. La fibra mejora la salud intestinal, que se sabe que tiene una conexión directa con el cerebro a través del eje intestino-cerebro.
—¿La interacción social cara a cara, cada vez más relegada, puede influir en la prevención de enfermedades neurodegenerativas?
—La interacción social frecuente y de calidad desempeña un papel fundamental en la protección del cerebro a lo largo de la vida y puede influir en la prevención de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y otras demencias. Estudios epidemiológicos han demostrado que las personas con una vida social activa tienden a tener un menor riesgo de deterioro cognitivo. Esto se debe a varios factores. La conversación cara a cara exige una serie de procesos mentales simultáneos vinculados a atención, lenguaje, memoria, empatía, interpretación de gestos y emociones. Todo esto implica una activación cerebral rica y diversa, que ayuda a mantener en forma las redes neuronales. Las relaciones sociales también contribuyen al desarrollo y mantenimiento de la reserva cognitiva, es decir, la capacidad del cerebro para tolerar cambios patológicos sin manifestar síntomas clínicos. El aislamiento social y la soledad, que han aumentado con el uso excesivo de tecnologías y redes virtuales, se asocian a un mayor riesgo de deterioro cognitivo y depresión. Y la depresión, a su vez, es un factor de riesgo conocido para las demencias.
—Si tuviera que prescribir un hábito de nuestros abuelos para mejorar la salud neurológica actual, ¿cuál sería?
—Prescribiría la vida con ritmo. Levantarse y acostarse a la misma hora, comer en familia, caminar diariamente, hacer pausas, y respetar el tiempo de descanso. Desde el punto de vista neurológico, este estilo de vida promueve unos ritmos circadianos saludables, que mejoran el sueño, el estado de ánimo y el rendimiento cognitivo. Además, hay una menor activación del eje del estrés, lo que protege al hipocampo y a otras áreas vulnerables del cerebro. Se produce un mayor espacio para la memoria emocional, el contacto humano y la atención plena, que hoy estamos perdiendo.