Álex Gómez-Marín, neurocientífico: «La ciencia es como un restaurante, ves los platos bien acabados, pero no cómo nos gritamos en la cocina»
VIDA SALUDABLE
El investigador del CSIC dedica parte de su trabajo al estudio de los límites de la consciencia y asegura que «si sigues las reglas del juego, puedes estudiar lo que te dé la gana. La reencarnación, experiencias cercanas a la muerte o el sexo de los ángeles»
21 nov 2025 . Actualizado a las 13:36 h.Álex Gómez-Marín es físico teórico y neurocientífico. Licenciado en Física, máster en Biofísica y doctor en Física Teórica por la Universidad de Barcelona. Pero un suceso cambió su vida para siempre. En el 2021 estuvo ingresado de gravedad en el hospital y, según sus palabras, tuvo una experiencia cercana a la muerte. Fue ahí cuando decidió dedicar su trabajo de investigación al estudio científico de los límites de la consciencia. A día de hoy, es científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y director de Pari Center en la Toscana italiana. Así, La ciencia del último umbral (Temas de hoy, 2025), reflexiona sobre el potencial de la ciencia para revelar nuevas verdades sobre nuestra existencia y consciencia.
—¿Qué es exactamente una experiencia cercana a la muerte (ECM)?
—Es una vivencia casi trascendente, que sucede en estados críticos, como muerte clínica o accidentes. En situaciones traumáticas, las personas tienen experiencias trascendentes, en el sentido de que son visiones que casi parecen del «más allá».
—¿Qué características tienen las experiencias cercanas a la muerte?
—Uno ve una luz muy fuerte al otro lado, otro a seres queridos, normalmente difuntos, que le esperan, uno siente paz y gozo, a pesar de estar con un dolor terrible en el hospital. A ese conjunto de experiencias, que son variadas, un doctor en Estados Unidos, Raymond Moody, las denominó hace cincuenta años experiencias cercanas a la muerte. El objetivo era poder empezar a estudiar qué está pasando en el cerebro de esas personas, si realmente estas experiencias nos hablan de un «más allá», un «más acá» o lo que está sucediendo es, simplemente, una alucinación en su cabeza.
Han pasado siempre en toda la historia de la humanidad, pero se empiezan a estudiar desde la ciencia cuando, en los hospitales, se puede empezar a resucitar a la gente, que es algo que hace más de 50 o 60 años no se podía. Cuando hay técnicas de reanimación, resulta que aquellas personas que han estado técnicamente muertas, a un porcentaje notable se le puede traer de vuelta, cuando antes eso no se podía. Es ahí cuando la gente empieza a contar lo que ha visto allí.
—Entonces no es que exista un patrón concreto de experiencias cercanas a la muerte.
—Sí y no, porque estas experiencias pueden estar coloreadas por tu manera de ser y vivencias. Sí puede darse esta luz al final del túnel, donde sientes paz y amor, donde hay gente que te espera, donde muchas veces se hace una revisión de toda tu vida, donde el espacio y el tiempo no son como los que estamos acostumbrados aquí. Otro patrón que tienen las experiencias cercanas a la muerte, no es solo el durante, sino el después. Se ha estudiado científicamente el impacto que tienen sobre la vida de las personas y es muy positivo: la transforman, les hacen más empáticos y les hacen perder su miedo a la muerte.
—¿Cómo de frecuentes son las experiencias cercanas a la muerte?
—Puede decirse que hay una una experiencia cercana a la muerte cada cuarenta minutos en España. Pero a esta pregunta voy a responder de varias maneras: una es desde mi experiencia; otra, a través de los cálculos e investigación que llevo a cabo en el libro; y tercera, desde los estudios publicados en hospitales. El cardiólogo y científico holandés Pim van Lommel lo estudió en varios hospitales durante años. A todo al que se le resucita, se les puede preguntar se recuerdan una ECM. También si te lo quieren contar o no. Ahí, ya puedes empezar a tener una idea de la prevalencia que dicen los médicos. El porcentaje de los resucitados que sí quieren contar oscila entre el 8 y el 20 %, que no es ni poco ni mucho, una quinta parte de las personas. Hay que tener en cuenta que habrá gente que volverá y no te lo va a contar porque tiene miedo a que alguien se piense que está loco.
—¿Cuál es tu experiencia al respecto?
—Como ahora doy conferencias, charlas, coloquios y hablo mucho de estos temas, me he dado cuenta de que mucha gente ha vivido cosas parecidas o incluso más espectaculares porque me lo vienen a conta. Siempre digo que no soy terapeuta, psiquiatra, doctor o psicólogo, pero hay mucha sed de gente que quiere que le digan que eso que le sucede es normal.
—¿Cómo se calcula que se produce una experiencia cercana a la muerte cada cuarenta minutos en España?
—Cuando empecé a escribir el libro, yo mismo me pregunté cuántas experiencias cercanas a la muerte se producen en nuestro país. ¿Cuántos casos de infarto hay en España al año? Los busqué. ¿De estos, cuántos se han muerto y cuántos se podrían haber resucitado? Si solo hay un 20 % que lo van a contar, al final cuando se hacen números, me salen que en España habría unas 5.000 ECM al año, para tener un número orientativo. Lo divides entre 365 días y salían unas cuantas al día, pudiendo estimarse en una cada cuarenta minutos.
Esto es solo si nos referimos a experiencias cercanas a la muerte, luego hay otros fenómenos de los que no hablo en el libro que también deberían requerir un estudio, como puede ser la lucidez terminal. Personas, normalmente con demencia o enfermedades neurodegenerativas, que viven una «mejora» antes de la muerte. Esos casos también se dan mucho y son interesantes, tanto que en personas que no me cuentan su ECM, sí lo hace la lucidez de su abuelo o me cuenta que tuvo un sueño o una visión premonitoria. En general, las experiencias extraordinarias le suceden a casi todo el mundo. Ahora me atrevo a decir que, si entro en una cafetería en la que hay 20 personas, 17 han tenido una experiencia que no han sabido explicar, la guardan en el bolsillo o en el armario porque el resto va a pensar que es una tontería.
—¿Qué opinión tiene sobre aquellos que tildan a las experiencias cercanas a la muerte como una pseudociencia?
—A mis queridos amigos les he dedicado el capítulo siete del libro (ríe), que justo se titula así. Lo he hecho con cariño porque una de las cosas que también he aprendido es que estando enfadado no se gana nada. Es muy engorroso, muy pesado y a veces me enfado con los que se han dedicado, básicamente, a insultar, porque creen que si estudias esto eres, básicamente, un pseudocientífico. Por eso empiezo el capítulo con una pequeña broma mencionando la película favorita de mis hijas, que es Frozen, porque la gente se siente congelada con sus experiencias y no las cuentan, y lo mismo sucede con los científicos que tratamos de investigarlo. Durante mucho tiempo se ha dicho que esto era sobrenatural o pseudociencia y basta ya de ponerse este prefijo, porque la ciencia no se define por lo que estudia, sino por cómo lo haces, y esto es lo más importante quizá. Si tú lo haces bien, si sigues las reglas del juego científico, puedes estudiar lo que te dé la gana. La reencarnación, experiencias cercanas a la muerte o el sexo de los ángeles. Luego ya habrá que ver qué encuentras. Creo que el enigma, lo que no sabemos, se ha tapado con el estigma.
—¿De dónde cree que viene el estigma que hay en relación a las experiencias cercanas a la muerte?
—Viene del miedo a la muerte, de que a la ciencia ha costado mucho investigar lo más intangible, porque tenemos una especie de alergia a todo lo que suena como a religioso. Y si hablas de algo que parece que sobrepasa los límites de la materia, parece que asusta. Hay muchos condicionantes. Pero, sobre todo, se lo digo a los divulgadores científicos: basta ya de llamarle pseudociencia. No estáis haciendo ningún bien, es falso e injusto.
—Dice que uno de los problemas que se da con las experiencias cercanas a la muerte se puede comparar con unos cepillos de dientes: el conocimiento de uno, se lo queda uno mismo y no quiere compartirlo con el otro.
—A la gente se le olvida que los científicos somos seres humanos y que, como tales, tenemos ego y ambición. Le llamo el taburete de la ciencia, me he inventado esta metáfora. Tiene tres patas: una son los datos, los experimentos; otro son las teorías, y la tercera pata es la parte sociopolítica. Insisto, soy divulgador por casualidad, pero es que a la gente no se le cuenta lo que hay detrás del telón, sino como un restaurante: ves los platos bien acabados, servidos y limpios, pero no cómo nos gritamos en la cocina y el estrés que tenemos detrás.
Hay gente que piensa que tiene razón y los demás no, hay competición salvaje por recursos y conocimiento, y todo eso dificulta la visión de la ciencia como una búsqueda desinteresada de la verdad. Sí, lo intentamos, pero detrás hay mucha perjuicio. Por eso hemos tardado tanto en desentrañar esta pregunta que nos interesa a todos los humanos. No es simplemente hacer un buen experimento y ya está, la ciencia también es política.
—¿Es complicado hablar de la muerte en nuestra sociedad?
—Mucho, pero cada vez menos. Ha sido el gran tabú, pero creo que la gente está harta y quiere que le hablen de estos temas. A la que han salido médicos y algunos pocos científicos a hablar de ello, se crea un círculo virtuoso, en vez de vicioso. Porque la gente habla, nosotros contamos, a los medios les interesa, y como sale publicado, la gente habla más. Entonces, lo podemos estudiar mejor y, por lo tanto, lo podemos contar mejor. Igual de aquí en uno o dos años hemos madurado mucho más como sociedad porque nos hemos atrevido a mirar a la muerte a la cara.
—¿Hay vida después de la muerte?
—Creo que sí. No puedo decir que sea un hecho científico porque no es verdad, pero tampoco pienso que sea un «no». Lo he vivido, he tenido un pie en el otro barrio. Tengo la experiencia y además, lo he estudiado profesionalmente. Encima, conozco a investigadores que llevan más de cuarenta años estudiándolo. Por eso digo que si tuviera que apostar, diría que sí, que tiene buena pinta. Está claro que ya lo viviremos todos cuando llegue el momento.