«A Ribeira Sacra le falta aire, el que tiene se lo está dando el nombre»

Luis Díaz
LUIS DÍAZ MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

roi fernández

Desconocido para muchos, puso en marcha en 1988 el plan que propició el despegue del vino de Ribeira Sacra

14 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Se cumplen veinticinco años de la concesión del indicativo Viños da Terra a lo que hoy es la denominación de origen Ribeira Sacra. En septiembre de 1991 tomaba forma un consejo regulador que en la práctica venía funcionando tiempo atrás. También la denominación había comenzado a fraguarse antes. «Es el aniversario oficial. El del inicio del trabajo es febrero de 1988. Aquel mes, mi equipo tomó la determinación de ir a por esto», matiza José Mouriño (Xermade, 1948). En su despacho del servicio de Industrias y Calidad Agroalimentaria en Lugo (ICA) se cocinó el tránsito del vino a granel a los puntos Parker. Tras 24 años como funcionario, se ha jubilado por imperativo legal. Pero al escucharle da la sensación de que solo ha dejado un despacho. Recién incorporado a la administración, a punto estuvo de pasarse a la empresa privada. De haberlo hecho, Ribeira Sacra posiblemente no sería lo que es.

-¿Cómo surge la idea de la denominación de origen?

-Conocí la zona que hoy denominamos Ribeira Sacra en el año 1973. Había empezado a trabajar en concentración parcelaria en Ourense. Era joven y tenía la inquietud de ver cosas. Recuerdo que en aquel momento se había publicado un libro sobre los monasterios de Galicia y me dediqué a visitarlos todos. Cuando llegué a Santo Estevo do Sil, estaba todo cubierto de silvas. Pero percibí claramente la inmensidad de aquel paisaje. Ya me había chocado alguna vez camino de Ourense, en alguna parada en Taboada. Venía de A Terra Chá y me llamaba la atención aquel clima, la luz, los monasterios... No acababa de entender cómo podía estar todo abandonado.

-Incluido el vino.

-Cuando pasé al área de industrias agrarias, aún en Ourense, me sorprendía que solo se hablase de Valdeorras y Ribeiro. Toda la zona vitícola ligada a la cuenca del Sil no existía. Me puse a patear la zona y a probar vinos. Había lo que había, una purreliña. El vino que se hacía entonces era el que era, pero aun así, se veía que podía haber algo a que poder agarrarse para sostener aquel paisaje eminentemente agrario.

Los servicios de agricultura en Lugo, su segundo destino, iban a ser una corta escala. Cuatro o cinco meses a lo sumo antes de instalarse en A Coruña. Pero Lugo, por circunstancias familiares, acabó siendo su plaza. Y la denominación Ribeira entró en el lote de proyectos en los que empezó a trabajar, en el que también figuraban Agricultura Ecolóxica de Galicia y los quesos de San Simón y O Cebreiro.

-¿En qué contexto se dieron los primeros pasos del proyecto de la denominación?

-En los ochenta, la transición política estaba en efervescencia y la gente tenía inquietudes. Surgen las ferias, a las que se iba a vender el vino ‘y hasta la siguiente’. Durante cuatro o cinco años, todo fue hablar de ferias y nada más que ferias. Entonces, proliferaban como hongos. Muchos las tomaban a chirigota, cuando en realidad generaban negocio en los pueblos. A los gallegos se nos achaca que somos muy feirantes, pero con el tiempo otras zonas se apuntaron a las muestras agroalimentarias. Era el ambiente propicio para poner en marcha un proyecto.

-Todos lo que participaron en aquellos inicios coinciden en que no fue un proceso fácil.

-Lo que se hizo fue un programa de actuación misionera. Charlas, charlas y más charlas. Pero no al tuntún, sino eligiendo los sitios para llegar al mayor número de gente. Lo crucial era que nadie quedase fuera. Tratábamos de llevar un mismo mensaje a todo el territorio, trabajando con grupos que dominasen cada una de las zonas. El actual presidente, Evaristo [Rodríguez]... La gente que aún está ahora en el consejo.

-¿Cuál era el mensaje?

-El principal, que si hacíamos las cosas bien la botella de vino se iba a vender entre 350 y 450 pesetas. Y para llegar ahí, había que plantar mencía. Era la forma de desplazar al rioja, que en aquel momento era el vino del consumo de élite.

-¿Y la respuesta?

-De entrada, incredulidad total. Pero uno viene del campo y sabe que hay que insistir. Hay que dar con el mazo.

-Amandi vendía entonces mejor el vino que otras zonas. ¿Fue más difícil convencer a los bodegueros de esa zona?

-Eso fue una batalla larga en la que hubo que ir jugando poco a poco. Hubo una reunión en Sober allá por el año 89, si la memoria no me falla, que fue fundamental. Había gente que tenía muchos seguidores en esa zona. Si hubiese tirado por otra vía, a lo mejor se habría roto la  baraja. Recuerdo que se le explicó el tema de las subzonas y la gente que estaba allí lo entendió. Les hizo cambiar el chip. Al  acabar aquella reunión, me dije ‘esto ya va adelante’.

-¿Y el nombre Ribeira Sacra?

-La elección del nombre fue el éxito más grande. Para mí es lo más extraordinario de todo cuanto se hizo por esta denominación de origen. Ahora le salen muchos padrinos, pero la idea nació leyendo la Historia de Galicia de Otero Pedrayo. Entonces también había quien lo criticaba, aunque hoy a nadie se le pasaría por la cabeza hacerlo.

-No se habla mucho del veinticinco aniversario de la denominación de origen.

-Me da la impresión de que falta algo de espíritu en la denominación. A Ribeira Sacra le hace falta aire, ahora se lo está dando el nombre. Hay a nivel individual, pero falta ese aire a nivel colectivo. Una asociación de bodegueros sería importante. Aunque solo fuese para hablar, como se hacía entonces.

«No vale ponerse límites con las variedades, hay que llegar hasta donde se pueda»

Ribeira Sacra constituye un caso atípico por la gran proyección que alcanzaron sus vinos en poco tiempo. Pero también por el peculiar contexto en el que salió adelante la denominación de origen. Elaboraciones a pequeña escala, bodegueros de avanzada edad, minúsculas parcelas, un viñedo dificultoso y en regresión donde no cabe la maquinaria... «Todo lo relacionado con el cambio climático ya se atisbaba entonces. Luego estaba el mercado. El consumidor es cambiante, los gustos siguen modas. Había cosas que se veían venir y que podían ayudar a que esta zona y su principal variedad triunfasen», dice Mouriño.

-No parece un cambio sencillo.

-Ribeira Sacra es algo muy especial. No creo que haya muchos casos en Europa occidental donde toda la iniciativa la llevase la administración. La iniciativa privada escapa de las zonas difíciles, por eso no se pueden dejar morir. Ahí es donde interviene la administración.

-La apuesta fue un acierto.

-Nos pasó lo mismo que al albariño. La mencía llegó a sobrepasar al propio nombre de la denominación de origen. No es lo mejor, pero fue así. Y mejor que sea así a que esto no llegase a nada. Después, comienza otra historia. Siempre dije, en el vino y en cualquier otra cosa, que no vale ponerse límites. Hay que mirar hacia delante y llegar hasta donde se pueda. Hoy hay vinos en barrica, merenzaos, brancellaos... ¡Perfecto!

-¿Cambiaría algo de poder empezar de nuevo?

-No todas las cosas resultaron perfectas. Como dice un cantautor brasileño, ‘ninguén de cerca é normal’. Pero en Ribeira Sacra, globalmente, me resultaría difícil cambiar algo. Nunca pensé que llegase tan alto.

-¿Se siente reconocido?

-La sociedad ahora va muy rápido. Si hiciésemos una encuesta cuando empezamos, el 98% no sabría ni que existía esto. Ahora ese sería el porcentaje de gente que desconoce por completo cómo surgió la denominación. Pasa incluso en la propia Ribeira Sacra [risas]. Por eso estoy escribiendo un libro sobre esta historia. Del cielo no cae nada.

-Una obsesión que le defina.

-No soporto el ‘hay que hacer’ que suele salir a relucir en las conversaciones del bar. Las cosas hay que hacerlas y punto. Barato y con pocos riesgos, por si algo sale mal. Es la filosofía que se aplicó aquí. Como dijo un filósofo: ‘En el mundo hay mucha gente interesante, pero inútil’. Eso es lo que no me vale.