La profunda huella que dejaron en Monforte las antiguas «lavandeiras» del Cabe

fELIPE AIRA MONFORTE

LEMOS

Un grupo de «lavandeiras» cerca del puente viejo, en una imagen de principios del siglo XX
Un grupo de «lavandeiras» cerca del puente viejo, en una imagen de principios del siglo XX ARCHIVO F. AIRA

Este oficio desaparecido tuvo una gran importancia en la historia local

16 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante siglos, a la orilla del río Cabe, fuese en las heladas mañanas de invierno o en las tórridas tardes de verano, sufridas mujeres con su banco de madera, su jabón, el cesto con la ropa para lavar, y el sufrimiento físico inconmensurable de su labor, formaron parte del paisaje, una estampa diaria de la sociedad monfortina. Todavía recuerdo a Susa, durante muchos años vecina del barrio de San Antonio, más concretamente de la antigua calle Cruceiro de San Antonio.

Tenía trato fluido con mis padres y también conmigo, ya que la conocí desde mi niñez. Su imagen está asociada a la multitud de ocasiones en las que se la pudo ver trabajando a la altura del puente viejo. Y con ella también recuerdo aquel rincón al que se accedía a través de un callejón secular situado en el inicio de la calle Santa Clara.

A Susa, tal vez la última lavandeira de Monforte, se la pudo ver muchas veces con su cesto de ropa, su jabón y su banco de madera bajo el brazo sobre el que luego lavaría de rodillas, remangada en las gélidas mañanas de invierno en las que el agua de la orilla del Cabe quedaba congelada. Sirviéndose de una piedra, rompía con sus manos la capa de hielo que cubría el cauce para después realizar su tarea de lavar la ropa. Cuando llegaba el verano, con su pañuelo o un sombrero de paja en la cabeza, protegiéndose del intenso calor, se secaba la frente tomando un respiro antes de volver a su ardua labor.

Antiguas fotografías

En algunas antiguas fotografías se recoge para la posterioridad esa huella no tan lejana de nuestra historia más genuina, esa intrahistoria que marca los genes de nuestro ADN como población con personalidad propia, nuestra singularidad, siendo una de las piezas más valiosas de este puzle que es la historia monfortina.

¿Qué familias a las que pertenecían la inmensa mayoría de nuestros ancestros no tuvieron lavandeiras? Estas bravas y sufridas mujeres, cuyos nombres nunca rotularon calles o plazas, no fueron mencionadas en reconocimientos oficiales, acuerdos plenarios o parafernalias varias. Pero ayudaron con su dura y diaria labor a sobrevivir a familias enteras en aquellas realidades repletas de injusticias sociales.

A pesar de las penurias que sufrían, en esas fotos se puede percibir que reinaba entre ellas una especia de armonía mágica, llegándose a apreciar sonrisas y aires de desparpajo. Y es que de poco servía quejarse, había que trabajar sí o sí, lavar, clarear.... Como dice uno de los refranes más conocidos sobre las lavandeiras, «El lavar no quita el hablar» y así se aprecia en las fotos. La plática ayudaba a llevarlo todo mejor. Los grupos de lavanderas eran una especie de mentideros donde se repasaban de los pies a la cabeza los asuntos más de actualidad de la población, en un chismorreo constante, un cotilleo ingente.

Una de los imágenes más cargadas de verdad monfortina de una época pasada no tan lejana es ese conjunto homogéneo que formaban el río Cabe, las lavandeiras en la orilla, las barcas surcando las aguas y de fondo, el puente de hierro levantado en el año 1904, mientras se vislumbraba una parte del pequeño Escorial gallego entre los árboles que crecían en las márgenes del Calibes.

O aquella otra imagen en la que se puede ver el inicio del Malecón impregnado de blancas ropas al clareo. Ropas blanquísimas, que tal vez pasaron antes por la colada. Es decir, que habían sido aclaradas con ceniza, que se empleaba para blanquear la ropa muy sucia como hoy lo hace la lejía, aunque seguramente sin desgastar los tejidos.

 

«Lavandeiras» monfortinas a orillas del Cabe en una antigua fotografía firmada por P. Ferrer
«Lavandeiras» monfortinas a orillas del Cabe en una antigua fotografía firmada por P. Ferrer ARCHIVO F. AIRA

Pasos de la colada

La colada consistía, en primer lugar, en realizar un lavado a mano con jabón, ese jabón de antaño confeccionado de manera tradicional a base de grasas animales. La ropa se introducía después en un recipiente con un hueco en la parte inferior y con un colador que no era otra cosa que un pedazo de tejido. Se vertía la ceniza, una vez tratada, buscando la máxima blancura. A continuación se vertía agua hirviendo sobre la ceniza para diluir los carbonatos de sodio y potasio, consiguiendo un resultado de cloración.

El agua mojaba de nuevo la ropa y se filtraba a través del hueco existente en la parte baja del recipiente. Si la suciedad no se conseguía eliminar, se volvía a utilizar el agua, se hervía de nuevo y se repetía la operación hasta alcanzar el objetivo de que la ropa quedase limpia.

Echamos de menos un reconocimiento que perpetuara su memoria como una fuente de cerámica dedicada a las lavandeiras que se podría instalar en un tramo del paseo fluvial que en otro tiempo era lugar habitual de trabajo de esas mujeres incansables. O un itinerario que rindiese homenaje a las antiguas lavandeiras monfortinas que trabajaron en estos parajes, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX.

Otra estampa tradicional vinculada al Cabe en los barrios especialmente ligados al río, como Ramberde o Carude, era las de las barcas de mayor o menor porte que tenían en muchas casas. Estas embarcaciones sirvieron muchas veces para armar cuerdas para pescar anguilas, con el riesgo de llamar la atención de los guardarríos.