En los días en los que España buscaba el camino para sacudirse la caspa de 40 años de dictadura, Adolfo Suárez se dejaba la piel en el empeño de «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal». Tantos años después, en las cúpulas de los partidos aún no han entendido cómo se hacen compatibles las dos normalidades. Cuentan, con pasmo, algunos militantes del PP lucense que en la más reciente reunión de la dirección provincial del partido se habló de la polilla de la patata y de eucaliptos, pero no se dijo ni media palabra acerca de la convocatoria del congreso local. La normalidad de la calle incluye, en lo que al PP atañe, el interés por un congreso que se les anuncia y no acaba de llegar.
Resulta difícil que «lo que a nivel de calle es plenamente normal», que dijo el político de Cebreros, alcance «la categoría política de normal» en el seno de los partidos. Es cosa de estudiar a qué se debe tan curiosa dificultad de traslación. A nadie se le escapa que hay en ello una primera y fundamental razón: a las direcciones de los partidos, lo mismo en la izquierda que en la derecha, les pasa lo que a Umbral en aquel programa de televisión: ellos están ahí para hablar de lo suyo (en el caso del escritor, el libro que acababa de publicar) y lo demás les importa poco. Por eso, en su día salió del PP Ildefonso Saavedra, que ahora, si cambian las cosas en la junta local popular, podría volver con los suyos a la que fue su casa política. Pero es seguro que no verá un buen signo en el silencio de la dirección provincial acerca del esperado congreso. También dice mucho de cómo entienden en el PSOE lo que es normal en la calle el expediente abierto al lucense Miguel Castro, por criticar a quien le pareció oportuno entre los notables de su organización. ¡Qué cosas¡ ¡Como si los criticados, en caso de sentirse ofendidos, desconociesen el camino que lleva a los juzgados!
La polilla de la patata es un grave problema, y el PP, como partido que gobierna Galicia, no puede dejar de abordarlo en sus órganos de dirección. Pero sin olvidar que la calle tiene su propia normalidad y que hay que elevarla «a la categoría política de normal». El congreso forma parte de la normalidad de la calle.