La profesora de yoga que cambió el ajetreo de Madrid por la paz de Os Ancares: «Hice lo que me pedía el corazón»

Paula Álvarez García
PAULA ÁLVAREZ LUGO / LA VOZ

LUGO

Virginia tiene dos grupos de alumnas de edades muy diferentes.
Virginia tiene dos grupos de alumnas de edades muy diferentes. PAULA ALVAREZ

Virginia Millán compró hace trece años una casa en la aldea de Penamaior, en Becerreá, y nunca más volvió a pisar la ciudad. Encontró su salida laboral con el yoga en una zona donde «no se sabía ni lo que era»

09 abr 2024 . Actualizado a las 12:58 h.

Hace trece años que Virginia cumplió uno de sus mayores sueños: vivir en el campo e iniciar una vida diferente. Lo intentó en el Sur, pero siempre había algo que se lo impedía, y por eso entendió que no era su lugar. Pero como el destino siempre tiene algo guardado conoció Galicia a través de unos amigos, se enamoró y compró una casa en Penamaior, a las puertas de Os Ancares: «Sabía que este era mi sitio. Lo sentía desde el corazón».

Antes de llegar a Galicia, Virginia trabajaba en una empresa y su rutina era muy diferente a lo que es ahora. No obstante, lo que puede parecer una situación idílica a ella le aburría. «Si te soy sincera, lo tenía todo. Un trabajo fijo en una multinacional al lado de mi casa, una vivienda cómoda y a mi familia cerca, pero sabía que me tenía que ir. No podía jubilarme ahí», explica orgullosa de su decisión. «Cuando tienes claro el objetivo, todo se sincroniza», añade.  

Sabe que fue arriesgado, pero no se arrepiente: «Me vine sin nada, y siendo consciente de que era un salto al vacío. No tenía ni idea de qué hacer».Tuvo que buscar una alternativa laboral y pensó en lo que a ella le había ayudado años atrás, después de darse cuenta de que sufría una lesión de espalda desde su nacimiento. «Tuve que dejar todos los deportes para recuperarme». Fue ahí cuando se dio cuenta de que el yoga «me podía salvar de estar en una silla de ruedas».

Virginia tiene la certificación de profesora de yoga y empezó dando clase a niños en Becerreá. Después se pasó a clases con adultos en As Nogais, que es el único sitio donde imparte ahora clase, todos los lunes y miércoles. Tiene dos grupos con alrededor de 10 alumnas, de diferentes edades, a las que intenta transmitir la importancia que tiene este ejercicio para ella. «Los pueblos necesitan gente que les ofrezca movimiento», manifiesta. 

«Me da pena que no penetre un poco más esta cultura del ejercicio en el ámbito rural»

Cuando Virginia llegó a la zona de Os Ancares, le costó integrar su actividad en lugares donde «pensaban que el yoga era una secta». De hecho, aunque también hubo chicos, ahora todas sus alumnas son chicas: «Los hombres sienten vergüenza porque piensan que es cosa de mujeres y nos vamos a reír de ellos.Tienen ideas muy equivocadas». Ella explica que «cuando se inventó se hizo para los hombres, para que se recuperasen después de los trabajos duros». Añade que «hay que romper esos patrones antiguos».

Según cuenta, sus clases sirven además como encuentro social para vecinos y vecinas que no disponen de muchas más actividades. «En una zona con población tan envejecida, les sirve para distraerse y hacer ejercicio de forma dirigida. Es una cuestión de salud», sostiene Virginia.