San Froilán 24

Emilio R. Pérez

LUGO

16 oct 2024 . Actualizado a las 17:36 h.

No me dejé caer por las barracas en este San Froilán. La verdad, hace ya años que no lo hago. La víspera del día de autos llegó mi hija con su pareja, y dado el clima que esa tarde noche acariciaba Lugo, apetecía darse una vuelta por el meollo, pero ni así; los codazos, empujones, el barullo… qué quieren que les diga, eso no es para mí. Así que se sumergieron ellos y, tomándome un godello, aguardé tranquilamente en zona franca, a buen recaudo de los aullidos que emanaban pérfidos de la Huerta del Seminario y otros puntos de algarabía. Cosas de la edad, digamos.

Eso sí, cuando volvieron nos despachamos unas raciones en local tranquilo —es un decir— donde un alto cargo de la política gallega hacía otro tanto en plan familia, supuse yo, con cara auténtica, no la televisiva. La algarabía le va por dentro a cierta gente, y esa no se esquiva, se digiere. Verán, del San Froilán clásico que yo recuerdo me queda el pulpo, que no es poco, y poco más; y los cachelos, claro. Claro que los cachelos a día de hoy los carga el diablo, pues te sale en las casetas la ración a paso y medio del infarto.

En mi última aventura sanfroilanera acompañé a mi hija en la barraca conocida como El ratón vacilón, y me vaciló de tal manera, que desde entonces hasta hoy. Evito los eventos multitudinarios y me apunto como cada año a los familiares, que también lo son, pero en plan íntimo y amable, ambiente más cercano, sin bafles por todas partes y los cachelos gratis. Así que no, hace años ya que ni me asomo. Ahora suelo asomarme a mi ventana, que es ideal para evitar soponcios; y aunque está en el alto, no sientes vértigo. Me la recomendó mi médico.