Una de las películas que más éxito está teniendo este otoño es la española «La infiltrada». Es normal cuando se ofrecen los ingredientes perfectos para contentar al público: una historia real y poco conocida, el morbo del ambiente de ETA visto desde dentro, unas interpretaciones estupendas, un ritmo que engancha rápido y, sobre todo, unos hechos que se narran como si fuesen expuestos por primera vez.
Pero en el cine es tan importante lo que se cuenta como la forma en que se narra una historia. Y está claro que «La infiltrada» gana, incluso antes de ir a verla al cine, por lo que quiere contar, ya que pocas veces se han visto en pantalla unos hechos como los que expone la película.
El problema radica en cómo lo cuenta. Desde hace años, y especialmente en el cine español, se ha impuesto la narrativa propia de las series de televisión. Otro ejemplo es la también reciente «Soy Nevenka». Se trata de un discurso donde se va guiando cómodamente al espectador sin que este tenga que hacer muchos esfuerzos. Donde todo se entrega masticado, explicado y, más allá de las angustias o problemas que vivan sus protagonistas, el espectador asista ante las escenas sin necesidad de pensar.
Este discurso televisivo, donde priman los primeros planos o se muestran los detalles con pocas sutilezas, es como un veneno que se contagia por gran parte del cine español, cuando una historia como la de esta mujer infiltrada en ETA daba para un relato mucho más ambicioso y con más aristas.
España. 2024. Directora: Arantxa Echevarría. Reparto: Carolina Yuste, Luis Tosar Cines Yelmo y Cristal