De Zaragoza a Cervantes para abrir una peluquería: «Pagamos tantos impuestos como en una gran ciudad, pero ganamos mucho menos»
![Ivet Núñez](https://img.lavdg.com/sc/rrjkCF_IqLznCA6mh6YWwMH7TXo=/75x75/perfiles/1731919536498/1731919771670_thumb.jpg)
LUGO
![Alicia y David, dos zaragozanos que se han mudado a Dumia y han abierto la primera peluquería de Cervantes](https://img.lavdg.com/sc/XzYDrTL3e8TzQVO9UAX0M3t1XEM=/480x/2025/01/24/00121737714002178153330/Foto/L_20250124_105529000.jpg)
Este matrimonio se instaló en el rural de Lugo tras enamorarse del Camino. «Creemos que aquí todavía hay valores que en la ciudad se han perdido, como la hospitalidad o el sentido de comunidad», destacan
25 ene 2025 . Actualizado a las 10:20 h.Cambiar de vida puede dar mucho miedo, pero lo importante es hacerlo de todas formas. Con este pensamiento, Alicia Pérez y David Roig dejaron Zaragoza para asentarse en Dumia, una pequeña aldea del Concello de Cervantes, cuando sus dos hijas solo tenían cinco años. «Lo dejamos todo allí, nuestro trabajo, el piso en el que vivíamos, los amigos, la familia… Pero no nos hemos arrepentido nunca», explica Pérez.
Este cambio radical se les ocurrió después de que Roig hiciera el camino de Santiago. «Conocí esta zona de la provincia de Lugo y me enamoró, así que cuando Alicia dijo que ella siempre había pensado en vivir aquí la animé a hacerlo», explica. Su mujer tiene raíces gallegas, pues sus abuelos vivieron en Os Ancares antes de emigrar a Zaragoza, pero hasta que decidió dar el paso solo volvía al pueblo en verano.
«En Zaragoza la vida tampoco era fácil, con el alquiler, los gastos elevados… Así que pensamos en venir aquí y construir una casa para empezar de cero», explica Pérez. Tomaron la decisión hace diez años, pero llevarla a cabo no fue una tarea sencilla. «Nos costó mucho encontrar una casa, ese es uno de los problemas que encuentra la gente que quiere venir aquí», cuenta la zaragozana. Sin embargo, terminaron encontrándola en una aldea que no conocían hasta entonces y donde ahora viven felices.
Dudas y un inicio complicado
Si encontrar casa no fue sencillo, hallar un local donde establecer una peluquería tampoco lo fue. «Empecé trabajando en el bar Belón de San Román de Cervantes, pero era complicado atender a las niñas y necesitaba tener un horario más flexible, además de que echaba de menos mi profesión», explica. Entonces encontró un local donde empezar su negocio, justo enfrente de este bar. «No había locales entre los que escoger, así que cuando vimos este nos lo quedamos y abrí la primera peluquería de todo Cervantes», señala.
«Se llama Peluquería Manuel Rosón por mi abuelo», dice visiblemente emocionada y señalando la fotografía que vigila el local desde lo alto de la pared. La ilusión del proyecto de Zaragoza se mantiene intacta un año y medio después de su apertura, aunque el matrimonio admite que tuvo «dudas». «Los inicios no han sido nada fáciles, pero resistimos», celebra.
Roig sostiene la necesidad de que los vecinos de la zona se den apoyo mutuo y contribuyan a la sostenibilidad de este tipo de negocios. «Debemos tomar conciencia de que si queremos tener servicios hay que recurrir a ellos cuando los hay», apunta. En este sentido, celebra la cercanía de la gente de la zona, que siente el negocio «casi como suyo».
Una llamada de auxilio
A pesar de que el matrimonio y sus dos hijas son muy felices con su nueva vida en el rural, económicamente no es fácil mantenerse en Cervantes. «Las ventajas de trabajar aquí son pocas, porque pagamos tantos impuestos como en una gran ciudad, pero ganamos mucho menos. Gastamos mucho en desplazamientos porque no hay transporte público y eso empuja también a los mayores a marcharse porque no pueden ir a Becerreá al supermercado o al médico si lo necesitan», denuncia Roig.
Lo que los mantiene en la zona es la voluntad de dar a sus hijas una educación en un entorno sostenible, natural y con valores. «Creemos que aquí todavía hay valores que en la ciudad se han perdido, como la hospitalidad o el sentido de comunidad y el hecho de estar ligado a la tierra y a la gente», apunta.
«Nos gustaría que más gente tomara la decisión de mudarse aquí, porque a veces tenemos la sensación de estar en un lugar que sigue en declive. Pero para solucionarlo no solo se necesita gente, la administración tiene que tomar parte», señala Roig. El matrimonio defiende que el primer paso para que la denominada España vaciada recupere población es garantizar el transporte público y la sanidad y establecer una tributación diferenciada. «Los costes de abrir un negocio aquí son iguales que abrirlo en una calle del centro de A Coruña, cuando la diferencia de facturación es abismal. Nadie puede defender que esto es lógico», denuncia.
En este sentido, reclama a la administración «algo tangible» y no solo «palabras bonitas y lamentos sobre la despoblación». «En Cervantes no hay supermercado ni panadería, casi no hay nada y es uno de los concellos más grandes de Galicia. Pero, ¿cómo se va a plantear alguien abrir un negocio aquí en estas condiciones?», insiste.
Una nueva vida para sus hijas
Cuando esta pareja decidió cruzar el país para empezar de nuevo sus hijas tenían cinco años. «Teníamos claro que era ahora o nunca, porque más adelante hubiera sido un cambio demasiado grande», asegura Pérez. En Zaragoza esta familia vivía en un barrio con una población infantil altísima, mientras que ahora en la aldea son las únicas niñas y en el colegio se juntan menos de una treintena.
«Cervantes tiene 139 aldeas y en el colegio, entre todos los cursos, hay 28 niños. Son casi una familia y eso está bien, pero la transición ha sido muy bestia», asegura Pérez. En el colegio de San Román, en algunas clases hay solo un par de niños, lo que según el matrimonio tiene «dos lecturas posibles». «Se puede ver como que la educación está saliendo muy cara o como que es un derecho y una obligación de la administración garantizar que sigue habiendo este servicio para que la zona no muera», asegura Roig.
A pesar de todas estas dificultades que conlleva vivir en una zona despoblada, el matrimonio está feliz de haber tomado esta decisión. «En Zaragoza, para despertar a las niñas les ponía sonidos de la naturaleza. Ahora me basta con abrir la ventana y eso no está pagado», concluyen.