Me estoy volviendo ecologísimo perdido. Ecologista no, que ya lo era, ecologísimo, que es lo siguiente. O sea, ecologista radical dicho en términos de cabreo emocional severo; que es un tipo de cabreo que te vuelve muy sensible y te obliga a tergiversar determinados términos y adaptarlos a tu petado estado a punto de estoupar. No figura en el diccionario, pero hasta el más lego en el idioma capta ese nivel de intensidad reivindicativo extremo. Ecologísimo, repito. Este ataque comenzó a manifestarse cuando el proyecto celuloso este de Altri empezó a sonar. Yo ya venía avisado desde tiempos de adolescencia con aquellos «Nuclear no, gracias», pasando por la Alúmina de San Cibrao y otros proyectos industriales a lo largo de los años hasta llegar a esto. Así que sí, me he ido saturando y a pesar de mi avanzada edad he sucumbido. Lo sé, soy yo el primer gran sorprendido, pero es lo que hay. Dada mi impecable trayectoria metafísica y vital, como siempre fui un celoso trepa no descarto una subida fulgurante en el escalafón hasta llegar a modo dáctil, y dado pues que mi familia es toda oriunda de Portomarín, tengo alma de ganadero, así que mi objetivo principal serán las vacas. Por decreto aboliré que sean montadas, sanearé su bosta y propondré para la especie una digna jubilación con spa, jacuzzi y sala vip en los establos. Mi ilusión a medio plazo es ver menús a base de gusanos, artrópodos y miriápodos alternando con dieta herbívora con humanos relevando a astados a cuatro patas en verdes prados. No sé si lo verán mis ojos, pero solo de pensarlo aquí en el alto se menea al completo mi espíritu inquieto. Oh, my God, qué lindo sueño.