Hace ya una buena temporada, aquí en la calle Flor de Malva me despertaba el griterío alegre de los críos yendo al cole, hoy me despiertan los ladridos. Les aseguro que esto es cierto. Allá por el 2020 había en Lugo capital del orden de 15.000 mascotas; y niños, la mitad. Hoy tenemos casi el triple de mascotas que niños de 1 a 10. La caída de la natalidad en Lugo es alarmante. Qué pena, de verdad. Un síntoma más de la debacle. Nada tengo contra las mascotas, de hecho estuve a punto de quedarme con un gato, pero el pobre cachorrillo falleció poco después de refugiarse en mi garaje. No es eso, yo voy por otro lado. Me explico.
Ese apartado natural del alma que nos empuja por instinto en una cierta dirección, está cambiando. Renegando acaso de nosotros mismos, buscamos rellenar esa demanda espiritual que nos desasosiega, explorando en otros campos emotivos diferentes y eso es triste. No somos ya autosuficientes y eso tiene un nombre: desamparo. Cuando el espíritu tiene frío busca el calor bajo las piedras. O donde sea.
En mi ventana aquí en el alto oigo reír y llorar niños, pero no, ya no tanto como antes. Lugo no es distinta a otras ciudades, es endémico de occidente. Fuimos dejando poco a poco ahí aparcados nuestro modelo, nuestros principios y nos apagamos, nos vamos yendo poco a poco y no hay relevo, nos extinguimos. Otros no.
Otros vienen que lo tienen claro. En su ámbito natural no entran mascotas…, de momento; al menos no a ese nivel al que nosotros las encumbramos. Creen en sí mismos, a ciegas. Nosotros no, ya no, por eso el corazón le abrió la puerta a otras ofertas.