








Patricia y Santi, y Sabela y Luis, sellaron su amor en el Arde Lucus, en el que la fiesta va más allá de la batalla
15 jun 2025 . Actualizado a las 19:37 h.El sábado por la tarde, cuando los Mercenarios Galaicos desfilaban orgullosos por la Praza da Mosqueira, Santi Núñez hincó la rodilla al suelo y, rodeado de un público entusiasmado, pidió matrimonio a su pareja, Patricia Núñez. Unas horas más tarde, en su campamento, y rodeados de la familia castrexa que han construido a lo largo de los últimos 13 años, se dieron el sí quiero.
«Para min foi unha sorpresa», cuenta Patricia, «todos os anos no Arde Lucus hai un momento no que hai unha petición de man. Este ano eu preguntábame quen sería e ía descartando xente, pensando estes non son, aqueles tampouco, ata que me deu o anel de pedida mercenaria». La sorpresa de Patricia tiene explicación. Ella y su marido oficializaron hace años su relación en una boda civil, por lo que no podía imaginarse que acabaría celebrando un casamiento castrexo, sin planearlo.
Fue Santi, ayudado por algunos compañeros del clan, el que lo organizó todo. Quería sorprender a su mujer en el día de su cumpleaños, y lo logró. Tras la multitudinaria pedida de manos se fueron todos al campamento y fue allí, después de cenar, cuando celebraron junto a los demás galaicos el rito matrimonial.

«Todos os anos facemos as vodas castrexas no campamento, pero desta volta foi máis recollida, sen portas abertas. A meiga oficiouna cunhas palabras aos deuses, fíxose un anel de follas, atamos as mans e pasámonos uns votos cunhas pedriñas simbólicas», describe la novia. «É moi bonita e emotiva».
Lo que vivieron fue tan íntimo y especial, que tanto Santi como Patricia coinciden en que resultó mucho más emocionante que su boda civil. Además, su hijo Nico pudo compartir con ello esta celebración del amor.
Sabela y Luis
La sorpresa que Patricia vivió el sábado por la noche cuando Santi le pidió matrimonio la experimentaron por partida doble el domingo a mediodía Sabela y Luis, integrantes de Lugdunum y a los que sus compañeros sorprendieron organizándoles una boda galaica.
A la sombra de uno de los viejos árboles del parque de Rosalía, dentro de un círculo formado por elementos vegetales, tuvo lugar el ritual sagrado, seguido por castrexos, romanos y un público que siguió con emoción cada paso. El druida preguntó a los novios, a los que el casamiento cogió por sorpresa, si estaban dispuestos a contraer matrimonio y ahí comenzó una celebración en la que apelaron a los espíritus del agua, el viento, el fuego y la tierra. Cada gesto y cada palabra tenía un simbolismo, como las manos de los novios cruzadas formando un infinito o los siete lazos de siete colores con los que sellaron su amor. En el ambiente se palpaba la emoción, y la boda quedó oficializada con el intercambio de anillos de madera y el beso de rigor.
Incluso las huestes romanas, que unos minutos antes habían protagonizado escaramuzas a solo unos metros, les brindaron un pasillo de espadas. Porque esa es parte de la magia del Arde Lucus. Aunque la narrativa de la fiesta arranca con la invasión romana —o el intento de invasión, como en esta edición—, en la práctica romanos y castrexos, más allá de pelearse y gruñirse, entienden Lucus Augusti como un espacio común. La ciudad que revive una vez al año.