Llevo unos días repartiendo libros por todas partes. Se trata de la última novela que escribí y que acaba de ver la luz recientemente. Pietro Galli. Grillo, salió del horno y los varios ejemplares que he adquirido los utilicé, como digo, para endosárselos a amigos, familiares y colocarle una docena escasa a varias librerías de la capital. Así que dado que La Voz se arriesga a confiarme esta columna, saco el tema, me tomo la licencia y aprovecho, por el morro, para hacerme publicidad. Si son ustedes de ir a misa los domingos, en leyendo dos capítulos vomitarán. Inténtenlo y verán. Les decía que envié, vía Correos, más de un ejemplar, por lo que en la oficina de la Rúa Mallorca llegué a hacer amigos. Nunca fui un fan rendido de nuestro siempre malhadado Servicio de Correos, y ahora menos. Les cuento. De los 14 que mandé vía postal, dos nunca llegaron, 3 lo hicieron con retraso tipo Renfe y el resto fue llegando a un paso más o menos renqueante. Me planto con el tique en la Oficina a reclamar, y una amable señorita que me saluda con confianza por el trato reiterado, con semblante natural me informa que a saber dónde estarán los ejemplares, pues al ser envío ordinario no hay derecho al seguimiento; así que puede usted irse metiendo el tique por cualquier alojamiento. Bueno, esto no me lo dijo ella, me lo dice día tras día nuestro servicial Servicio de Correos. O sea, si pagas 11 €, vas viéndole la estela al paquetito, pero pagando 6 y pico, si llega se verá y si no, reclamas al maestro armero. En la próxima ocasión me voy ahí al Ceao, donde hay empresas varias de paquetería. Son privadas, de acuerdo, pero efectivas; la calidad de su servicio es la razón de su existencia: viven de ello y se la juegan. Correos vive de tu bolsillo, y del mío, y por lo tanto se la pela.