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Óscar Anzola volvió a empezar a los 48 años. Lejos en kilómetros y tiempo quedaban Silicon Valley o la Universidad de Berkeley. Este ingeniero informático sabe que su caso no es el más habitual. Usa para definirse la palabra entrepostneur -haciendo un juego con la global entrepreneur-. Sí, Óscar Anzola usó el capital de la venta de su primera compañía para arrancar otro proyecto, pero saltando al vacío de otro continente.
Tras sus inicios en la prestigiosa 3Com Corporation, decide emprender. En el 2001 funda Ogangi en Miami cuando todavía no se sabía cuánto iban a pintar los móviles en nuestras vidas. «Ofrecíamos servicios de valor añadido para operadoras móviles, por ejemplo las descargas de tonos y juegos, y servicios de mensajería SMS para empresas. Es difícil pensarlo ahora pero no se podía enviar un mensaje de un operador a otro». Más de una década después vendía Ogangi en su mejor momento. «Acabábamos de cerrar el proyecto más grande de nuestra historia, pero era necesaria una gran inversión en el área de márketing y comercial para catapultar su crecimiento». En el caso de Óscar, y como le sucede a exitosísimas startups, un grupo inversor compró Ogangi. Como también es habitual, se quedó como CEO un año y firmó todos esos documentos que blindan el proyecto: acuerdo de permanencia, no competencia y confidencialidad. «No sabía qué vendría después, pero tras varias entrevistas que no condujeron a nada, mi mayor oportunidad era arrancar otro proyecto». Esa nueva aventura empezaba hace solo un año en A Coruña. Se llama WayApp. «Gracias a la venta tenía seed capital para empezar. En el caso de Ogangi había cometido un error desde el principio buscando capital en las tres FFF’s (friends, family & fools). WayApp es una herramienta de márketing móvil para empresas de cualquier tamaño. El teléfono sigue siendo el centro. Los comercios pueden ofrecer sus tarjetas regalo sin plástico ni complicaciones, los bonos descuento aparecen en tu móvil cuando entras en un hipermercado o desaparece la clásica tarjeta de fichar».
WayApp tiene sus oficinas en Abanca Innova y la entidad es precisamente su cliente más importante. «Están brindado oportunidades a fintechs que contribuyan en su proceso de innovación. Con ellos hemos trabajado por ejemplo la solución de pago del VigoSeaFest con un monedero digital». Un año después, muchos le preguntan a Óscar por qué este salto a una Galicia «con un parque empresarial mucho más reducido y con menos innovación tecnológica». Él lo dice con una sonrisa. Cruzó el Atlántico por amor y la posibilidad de convertirse en asalariado aquí, la opción más sencilla, no duró. «Normalmente en un caso como el mío, el nivel de ego del fundador es quizás el obstáculo más grande para encontrar un lugar en el sector corporativo. Muchos terminan en un limbo como angel investors. Se hacen mentores vendiendo su historia de éxito», explica.
Se define como «entrepostneur» al haber invertido en su segunda compañía con 48 años y al otro lado del Atlántico