
Compañías de televisión, dueños de clubes y patrocinadores ponen los puntos sobre las íes y derriban el mito de la gallina de los huevos de oro; algunos operadores renuncian al fútbol porque no les resulta rentable
25 mar 2018 . Actualizado a las 17:22 h.Hablando claro, el odio eterno al fútbol moderno se sustenta en una proposición falsa: las cosas son como son en la actualidad porque el balompié ha dejado de ser un deporte para ser un negocio. Puede que cada vez el fútbol tenga menos marchamo de deporte en su esencia, pero desde luego no es un negocio redondo. Mejor dicho, para muchos es un mal negocio.
Cierto es que las cifras de beneficio y volumen de actividad que maneja el deporte más difundido del mundo son ingentes, pero ciertos sectores vinculados a la competición (entre los que no se encuentran los propios protagonistas, los futbolistas) se ven incapaces de rentabilizar las inversiones realizadas alrededor del balón.
Esta es la gran mentira del fútbol, el gol por toda la escuadra que le ha metido a la sociedad. O lo que es lo mismo, que se ha metido en propia meta, porque en los tiempos que corren, una actividad sin viabilidad está condenada. Lleva décadas queriendo jugar solo y ahora, el otro equipo, formado por astros como las televisiones, las multinacionales, la afición... ha decidido pinchar el balón.
En las últimas semanas, la omertá ha saltado por los aires y se han multiplicado las alarmas al respecto. El World Mobile Congress celebrado en Barcelona fue el escenario donde los operadores televisivos anunciaban un cambio de estrategia en torno al balompié. Telefónica ya lo había anunciado y Vodafone le siguió la estela: no comprará a la Mediapro de Jaume Roures los derechos de emisión de la Champions 2019-2020. Su consejero delegado en España, Antonio Coímbra, ofrecía dos datos demoledores. El fútbol le cuesta 240 millones de euros y le proporciona 400.000 abonados para recaudar menos de 200 millones. En total, Vodafone tiene 1,3 millones de abonados. Echó cuentas y concluía: «En lugar de cobrar el paquete del fútbol a veinte euros deberíamos cobrarlo a sesenta o setenta. Y con 800.000 abonados o un millón podríamos pensar en la rentabilidad, pero con las actuales cifras es imposible. Si todos nuestros clientes de fútbol se fueran a otra operadora, ganaríamos dinero».
Coímbra sugiere que, dado el crecimiento notable de los contenidos en streaming y a la carta, el fútbol debería seguir las mismas pautas con intermediarios para la distribución como Amazon, Netflix o Google (tal y como sucede con otros productos como series y cine). Vaya por delante que todo lo descrito puede ser una simple, pero firme postura de negociación frente a Mediapro. Las plataformas televisivas podrían asumir el fútbol pagando en función de los clientes que genera, pero no un fijo.
Como guinda, y en valoraciones a La Voz, Laurent Paillassot, consejero delegado de Orange España, aseguraba que el fútbol es un producto importante, pero sobrevalorado: «Lo queremos, pero el problema es el precio. Está subiendo demasiado y sin mucho sentido». Para la operadora, un precio adecuado sería el que el cliente esté dispuesto a pagar. «Es imposible de repercutir al cliente el precio real y es un coste muy importante para nosotros. Los clientes quieren ver el fútbol pero a un precio que sea razonable», insiste. «En la última subasta hubo una bajada del 14 % y esperemos que sigan las cosas así», concluye.
Surge una pregunta. ¿Por qué las operadoras porfiaban por el fútbol hasta ahora? Atresmedia y Euskaltel (cuyo grupo integra R y Telecable y tiene un acuerdo con Netflix) lo explican con claridad meridiana. Es una cuestión de imagen. La propia Vodafone reconocía que utilizó el fútbol para ganar reconocimiento de marca (en cinco meses se duplicó).
Ya lo explicaba Fernando Ojeda cuando era consejero delegado de Euskaltel (ahora está en el operador de telecomunicaciones Eurona). Decidieron no dar fútbol porque apenas el 10 % de sus clientes pagarían por ello, así que perdieron el 30 % de ese 10 %, es decir, ganaron dinero en realidad. Y la marca no se resintió. De hecho, registró un crecimiento récord. Y tampoco se divorciaron del fútbol, porque seguían promocionando el deporte, pero en persona y no a través de la televisión (patrocinando equipos y sorteando entradas). «Dejamos de tener a los clientes dopados con el fútbol», concluía.
Este punto de vista podría enmarcarse en una estrategia de negociación, a la que LaLiga, presidida por Javier Tebas, responde de una manera no menos firme, tras solicitar 1.300 millones por temporada para los próximos tres ejercicios, y con intención de elevar este precio. «Si les parecen caros, pues que no los compren. Nosotros seguiremos otros caminos. Va a haber un cambio de escenario en el que entrarán grandes compañías digitales como Facebook y Amazon que van a cambiar el mercado de los derechos, en el que nadie tendrá en exclusiva el producto. Yo creo que si (el concurso) queda desierto no va a pasar nada. No sé si será lo mejor, porque a lo mejor el modelo al que tenemos que llegar las ligas de explotar directamente se anticipará unos años», argumenta.
a este partido ya no invita la casa
Inglaterra y su Premier League son el laboratorio mundial de rentabilización del fútbol como espectáculo y Galicia es su espejo. Allí se popularizaron los sports pubs, los bares con especial dedicación a la retransmisión de eventos deportivos de todo tipo, con sus pantallas gigantes y sus promociones vinculadas. Incluso los operadores Sky y BT tienen en sus webs buscadores de pubs.
Sin embargo, como en Galicia, la tendencia ha cambiado. Es cierto que todavía proliferan los bares cuyo negocio es la retransmisión de partidos y la venta de cervezas y raciones pequeñas de comida, pero la tendencia demuestra que su número decrece. Pero los clientes que acuden para ver el fútbol cada vez gritan más y consumen menos. Y, por encima, la cuota del paquete televisivo ha subido. Así las cosas, los pubs ingleses y los bares gallegos decidieron regresar a sus orígenes y orientar su negocio a la comida, más rentable y menos problemática.