La guerra del siglo XXI se libra a golpe de arancel

Cristina Porteiro / Bruselas

MERCADOS

Juan Salgado

La Unión Europea, Estados Unidos y China batallan por la Trump y Juncker rebajaron esta semana la tensión, con la OMC fuera de las negociaciones

30 jul 2018 . Actualizado a las 12:04 h.

Las batallas en la antigüedad se libraban cuerpo a cuerpo. Empuñando fusiles, blandiendo espadas en largas marchas militares. Las del siglo XXI se libran en el etéreo mundo de los mercados, a golpe de arancel. Las consignas de guerra de las potencias mundiales han sido sustituidas por tuits y los daños ya no se miden en pérdidas humanas, sino en pérdidas económicas. Tras dos décadas de rápida globalización y relativa paz comercial, Estados Unidos ha decidido, con Donald Trump al frente, romper la baraja. Su industria ha sufrido los efectos de la deslocalización, la feroz competencia exterior y las «prácticas desleales» de europeos y chinos. Eso dice el magnate. Las cuentas no le salen. Siempre sale perdiendo de los intercambios con los seis socios comerciales más grandes de su país (la UE, China, Canadá, México, Japón y Corea del Sur). Lejos de recurrir a la Organización Mundial del Comercio (OMC) para litigar, Trump ha optado por el unilateralismo y la venganza arancelaria. Sin duda la batalla más peligrosa es la que está enfrentando a Pekín y Washington. El Gobierno chino ya ha respondido al proteccionismo de Trump con aranceles a las importaciones de vehículos, productos agrícolas y productos acuáticos procedentes de EE. UU. La comunidad internacional pide calma mientras sus cimientos amenazan con derrumbarse.

Comercio «injusto»

Trump considera deshonesta la actitud de sus socios chinos, pero mucho más la de sus aliados europeos, quienes aprovechan su abultado superávit comercial con Estados Unidos (118.700 millones de euros) para compensar el déficit ligado a la enorme dependencia energética de Rusia y de las manufacturas chinas. Solo el saldo en la balanza de servicios es favorable a los estadounidenses (1.300 millones de euros). Las cuentas han despertado la ira del magnate. Quiere equilibrar la contienda con Bruselas a golpe de tarifa y barreras comerciales. Esta arma de guerra contemporánea no es nueva. Ya la utilizaron las Administraciones previas (Barak Obama y George Bush). También la UE tiene desplegado un contingente de medidas para contener el hambre expansivo de los chinos. Solo en el año 2016 se pusieron en marcha 98 investigaciones antidumping y antisubsidios. Son prácticas relativamente comunes. El riesgo radica en el discurso que están blandiendo líderes políticos como Trump, favorables a dinamitar el multilateralismo y las reglas de mercado. Como bien dijo el magnate esta misma semana, su equipo quiere que los líderes vayan desfilando por Washington para renegociar los términos, nada de acudir a la OMC a revisar conjuntamente las reglas de juego. Una estrategia que le ha servido para renegociar las reglas de juego con la UE. Los Veintiocho intentaron mantener vivos todos los foros de diálogo para evitar un descarrilamiento. Instaron al Gobierno chino a abrir las puertas a las inversiones extranjeras, levantando las barreras burocráticas que dificultan la expansión de compañías occidentales en el país asiático. Y todo sin tener que recurrir a la transferencia obligada de know how y propiedad intelectual a las compañías competidoras chinas, quienes se alimentaban de la innovación de etiqueta europea o estadounidense. Una «trampa» muy criticada por Trump. Ninguna de las maniobras han convencido al estadounidense, quien amenazó con hundir la base de flotación de las exportaciones europeas (vehículos, equipamientos y componentes). Sería «un punto de no retorno» para Bruselas. Nadie tiene nada que ganar en esta contienda. Tampoco Trump. La UE es el principal destino de las exportaciones norteamericanas (21 %) en las que la industria de la automoción y las aeronaves representan un 14,5 % del pastel.

La relación con Trump se enderezó el pasado miércoles, tras la visita del presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, a Washington. «Desfilando», como el magnate quería, el luxemburgués hincó la rodilla para salvar a la industria del automóvil alemana, olvidando aquello de «La UE no negociará bajo presión o amenazas». Lo hizo y consiguió así salvar a Berlín. ¿A qué precio? La UE deberá negociar un acuerdo arancelario para rebajar a cero las tarifas sobre los bienes, a excepción de los vehículos. Tal y como pedía Trump. De forma paralela, Washington reevaluará la posibilidad de dar marcha atrás al gravamen sobre el acero y el aluminio y a debatir sobre la reforma de la OMC. La solución «a la alemana» no convence a Francia. Su ministro de Economía, Bruno Le Maire, reprochó al negociador europeo haber sacrificado por el camino al sector agrícola, de fuerte arraigo en el país galo. La importación masiva de soja y de alimentos modificados genéticamente despierta enorme rechazo en el país vecino. Para Bruselas, el acuerdo político es un mal menor porque «eliminamos el peligro de una guerra comercial mayor».

China, el rival a batir

A pesar de la retórica agresiva y el hostigamiento continuado de Washington hacia la UE, Trump tiene claro que el rival a batir es China. El gigante asiático acumula el mayor superávit comercial del mundo con EE. UU. (320.900 millones de euros) y es el mayor poseedor de deuda pública y activos del país norteamericano, una situación de ventaja para Pekín si sabe jugar las cartas. El Gobierno chino podría desencadenar un terremoto en los mercados de dinero si decide deshacerse de inmediato de los títulos o activos para invertir en los nipones o europeos. Aunque los expertos creen que China tiene más que perder con este tipo de guerra que EE. UU. Trump tendría que buscar nuevas vías de financiación, pero también reduciría la dependencia del país asiático, un escenario deseable para el multimillonario que quiere depreciar el dólar frente al yuan para mejorar la capacidad de exportación de su país.

Pekín prepara sus armas comerciales. Ya respondió a los aranceles del 25% impuestos a su acero y aluminio con restricciones a las importaciones por valor de 42.800 millones de euros. La escalada ya está afectando al precio final de algunos productos por el encarecimiento de los costes en la cadena de suministro, también en Norteamérica. Aunque el grueso está por llegar. China mira de reojo la evolución de sus exportaciones de computadoras, equipos de radio, teléfonos y circuitos integrados (22,3 %) a EE. UU., su principal mercado (19 %). Su presidente, Xi Jinping, no quiere que la contienda ralentice la velocidad de crucero que ha alcanzado el país desde su entrada en la OMC. El crecimiento del PIB chino en el 2007 representaba el 11,3 % del global, frente al 20,7 % de la UE y el 18.2 de EE. UU. Las tornas han cambiado en apenas diez años. Hoy China concentra el 18,2 % del crecimiento del PIB global. La UE y EE. UU., con un 16,5 % y un 15,3 %, respectivamente, han emprendido la senda del declive económico. «China debe ocupar el lugar que le corresponde en el mundo», deslizó el pasado mes de marzo Xi Jinping, antes de apelar al «raciocinio» de Trump para detener la guerra.

¿Por qué Alemania es el gran «enemigo» de Trump?

Si hay una diana apetecible para Trump, esa es Alemania, su quinto socio comercial (4,4 %) tras China, Canadá, México y Japón. El norteamericano ha emprendido una cruzada contra el país germano, al que acusa de ser un aprovechado y de jugar sucio porque acumula abultados superávits comerciales desde antes de la caída del Muro de Berlín. La tendencia se ha acentuado en los últimos siete años. En el 2010 la balanza comercial de Estados Unidos con Alemania (bienes y servicios) era de -29.325 millones de euros. El déficit se disparó hasta los 64.048 millones de euros en el 2015 y en el 2017 se estabilizó en los -54.444 millones de euros. Una situación intolerable para Trump, quien hizo del «America first» (America primero) la bandera de su Administración.

Tras un estudio quirúrgico riguroso, Washington llegó a la conclusión de que es el socio germano, tercer mayor exportador del mundo en solitario tras China y Estados Unidos, el que en buena medida desequilibra la balanza a favor de la UE. La Casa Blanca está dispuesta a hacer lo que haga falta para revertir la situación. Aunque para ello tenga que declararle la guerra al bloque comunitario.

El magnate apunta al talón de Aquiles de Alemania: La industria del automóvil, responsable del 16,6 % de las exportaciones germanas. El problema es que en materia comercial, la UE es un bloque indivisible así que las represalias las sufrirán los Veintiocho. El magnate estudia gravar las importaciones de la UE (49.300 millones de euros en el 2017) con aranceles del 25 % frente al 2,5 % actual. Los fabricantes como Mercedes, BMW, Daimler y Volkswagen se han echado a temblar. También la industria auxiliar, afincada en otros países europeos como España. Y cómo no, Bruselas. El 31 % del superávit comercial de la UE con Estados Unidos depende de la exportación de vehículos. A pesar de que la Comisión Europea rechaza las críticas y las acusaciones lanzadas desde el otro lado del Atlántico, reconoce que ese desequilibrio también se da dentro de la UE. La institución lleva una década instando a las autoridades alemanas a que aumenten el gasto público para estimular el crecimiento en el resto de economías del euro. El Gobierno de Merkel echó balones fuera esta semana: «Estados Unidos no es un adversario sino nuestro socio y aliado más importante fuera de la UE. Trump puede tuitear lo que quiera, pero no va a cambiar nada», insistió el ministro de Exteriores, Heiko Maas.

La batalla del gas natural

«Cautiva», fue el epíteto que le dedicó Trump a Alemania en la última cumbre de la OTAN. El norteamericano acusa a los alemanes de hincar la rodilla frente a Moscú, celoso de la dependencia que tienen de las importaciones de gas (35 %) y petróleo (40 %) rusos. Un vínculo que podría aumentar con el Nord Stream II, el gasoducto con el que Rusia pretende aumentar la dependencia energética de Alemania (hoy importa el 53,6 % de la energía que consume). El cálculo económico de Washington es simple: Si la UE tiene un enorme superávit con EE. UU. (118.700 millones de euros) y un enorme déficit con Rusia (45.500 millones de euros) lo que tiene, y más concretamente Alemania, es dejar de comprar gas a Gazprom e importar el gas natural licuado (GNL) estadounidense. Es la misma «sugerencia» que hizo en el mes de marzo el secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, al Gobierno chino. La batalla global por la hegemonía comercial también se libra en el terreno energético. Juncker se comprometió esta semana a fomentar entre las cancillerías europeas la inversión en infraestructuras para desembarcar el GNL estadounidense en los puertos, aunque fuentes de la Comisión Europea sugieren que esto podría ser un brindis al sol, ya que está en manos de los operadores privados y los Estados miembros: «Dependerá de si los precios son competitivos (...) Dependerá de las condiciones de mercado», aseguran para rebajar las expectativas.

El mandatario estadounidense critica a la UE, especialmente a Alemania, por la dependencia energética que mantiene con Rusia a través del gasoducto Nord Stream y su gemelo en construcción 

Pugna comercial: misiles y aranceles

 

Alfonso Couce. Abogado en DA Lawyers

Corre el año 1962. Las fuerzas de la Unión Soviética han comenzado un despliegue militar sin precedentes en la isla de Cuba. Los cubanos acogen en su isla a miles de efectivos militares soviéticos y junto a ellos, más de media centena de misiles nucleares. Los proyectiles soviéticos, casi cien veces más potentes que las bombas de Hiroshima y Nagasaki amenazan la paz americana.

Los aviones espía de los EE. UU. no tardan en percatarse de ello: los soviéticos están a las puertas de los EE. UU. John Fitzgerald Kennedy, presidente del país en aquel momento, hace pública la amenaza y colapsa las rotativas.

El mundo deja de girar. Los EE. UU. y la Unión Soviética se encaran en una negociación que mantuvo a todo el planeta en vilo durante días.

En noviembre de 1962, las dos potencias alcanzan un acuerdo. Un win-win que dirían los anglosajones. La Unión Soviética retira sus misiles de Cuba; y EE. UU. hace lo propio con los suyos, que había desplegado en Turquía.

Hoy la amenaza es otra: la sombra de una guerra comercial entre EE. UU., China y la UE que cada día se cierne más sobre los mercados. No hay misiles nucleares, solo la amenaza de que las economías de esos tres actores retumben y con ellas las de todo el mundo.

Aquí el protagonista es un dato fundamental para Trump: el déficit comercial de su país con China y la UE. Este dato, en el 2017, arrojó una cifra de más de 375.200 millones de dólares, con China; y de más de 150.000 millones de dólares con la UE, según el OEC (Observatory of Economic Complexity), que analiza datos del comercio internacional.

Revela que EE.UU. compra más a China y a la UE de lo que, en realidad, los chinos o los europeos compran a los estadounidenses. Algo que el Ejecutivo estadounidense no está dispuesto a seguir aceptando. Ni con China ni con la UE.

El principal objetivo trumpista es que su país alcance una relación comercial con estos dos actores internacionales entre iguales. Y que tanto China como la UE dejen atrás sus políticas proteccionistas y compren a EE. UU. más productos de los que actualmente lo hacen.

Por eso, la Administración Trump ha decidido imponer aranceles por doquier a China y a la Unión Europea. Con el acero y el aluminio en el punto de mira, los norteamericanos quieren tensar la cuerda y alcanzar un acuerdo con Jinping y su homólogo europeo, Juncker.

Sin embargo, chinos y europeos han mantenido el discurso, y lejos de demostrar debilidades deciden responder con el ojo por ojo, imponiendo aranceles sobre una gran variedad de productos norteamericanos. Forzando la situación de los EE.UU.

Ahora, tras la reunión del pasado miércoles entre Trump y Juncker parece que el cese de las hostilidades entre los dos bloques parece más próximo.

Al fin y al cabo, estadounidenses, chinos y europeos están abocados a entenderse como lo hicieron EE. UU. y la Unión Soviética en aquel mes de noviembre de 1962. De lo contrario, solo hay un hecho cierto: una guerra comercial sería devastadora para todos.