EE. UU. y China ponen en jaque la globalización con su batalla por la hegemonía mundial

Manuel Blanco REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

Juan Salgado

La guerra comercial entre ambas potencias ha subido de intensidad en los últimos días con la imposición recíproca de nuevos aranceles. La pelea por el liderazgo global está tras la contienda

05 jul 2019 . Actualizado a las 12:53 h.

La historia es cíclica, pero también dinámica. Idénticos conflictos con distintos protagonistas se han sucedido a lo largo de los siglos con el poder y la capacidad de influencia como oscuro objeto de deseo. La globalización, el multilateralismo, está hoy en el disparadero porque ha vuelto a emerger con virulencia esa recurrente pelea por la hegemonía a nivel mundial. Por el momento no hay armas, solo dinero. Estados Unidos y China se han enzarzado en una guerra comercial de incierto desenlace que amenaza el crecimiento global en pleno 2019, cuando se cumplen 75 años de los acuerdos de Bretton Woods que sentaron las bases del libre comercio con la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Las grandes cifras admiten poco lugar a dudas. En estos tres cuartos de siglo, el volumen de negocio del comercio mundial se ha disparado hasta cotas desconocidas (ver gráfico adjunto), al extremo de que no son pocos los expertos que sostienen que el período 1990-2015 desencadenó el mayor descenso de los niveles de pobreza de la historia de la humanidad impulsado por una era de libre comercio que dinamizó las economías de grandes potencias, sí, pero también de un buen número de países emergentes. La globalización había tocado techo. China, con notables diferencias sobre los demás, ha sido el gran campeón de esta era.

Las ventas al exterior del gigante asiático no han dejado de crecer desde que arrancó el nuevo siglo. Y en su penitencia podría estar la condena porque desde que rebasó a Estados Unidos como primer exportador mundial en el año 2007, su liderazgo en este terreno no ha hecho más que engordar. Las críticas al capitalismo de Estado impulsado por Pekín fueron más o menos larvadas a partir de entonces, pero fue con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca cuando la contienda subió de tono.

Lo ocurrido en los últimos días ha sido un ejemplo muy gráfico de la evolución del conflicto. Washington empezó a tramitar el viernes día 10 nuevos aranceles a los productos chinos por valor de 325.000 millones de dólares, a lo que Pekín respondió esta misma semana con una tasa del 25 % para 2.493 bienes estadounidenses por valor de 60.000 millones de dólares. Paradójicamente, mientras se amenazaban con nuevas restricciones, ambos países trataban de poner freno a la guerra comercial en la ronda de negociaciones que se sucede desde finales del año pasado, y que por el momento no ha logrado apagar un incendio que ha arrastrado al resto de actores, con Europa en un lugar destacado.

Asegura la Oficina Nacional de Investigación Económica estadounidense (NBER, por sus siglas en inglés) que desde que Trump impuso las primeras tasas en la primavera del año pasado hasta nuestros días, Washington ha implementado los mayores niveles de proteccionismo desde que en 1930, y en plena Gran Depresión, la Ley Smoot-Halley precipitara un rearme arancelario que amplificó de forma sustancial el impacto de aquella crisis.

Con estas cartas sobre la mesa, la pregunta que muchos economistas se formulan es evidente: ¿Corre peligro la globalización? La respuesta, a tenor de lo que afirman las fuentes consultadas, es imposible de sintetizar en un simple sí o no. «Corre peligro -argumenta Patricio M. Castro, economista principal de Finanzas Públicas del FMI- en el sentido de que las amenazas que se ciernen sobre la globalización se concreten y se produzca una fractura. No creo que volvamos a tener una gran recesión como tras el crac del 29, pero esto igual se debe a mi inveterado optimismo. No tengo ninguna razón para sostener esta afirmación, es simplemente que pienso: el mundo no puede estar tan loco».

Xosé Carlos Arias, catedrático de Economía Aplicada de la Universidade de Vigo, cree que la visión sobre la globalización ha cambiado, en buena medida porque ha tenido también efectos perversos. «Esa idea de que el libre comercio siempre trae ganancias no es cierta», matiza. Advierte no obstante que el malestar con este fenómeno se concentra «en la globalización en los términos quizás menos nocivos, que son los relativos al comercio, y en absoluto en los movimientos de capital, que a mi juicio son los más peligrosos».

En la misma línea, Gonzalo García, consultor de Analistas Financieros Internacionales (AFI), entiende que la globalización se está viendo amonestada porque cada vez son más las voces que ponen en duda sus bondades. «No hablamos solo de los populismos, de Trump o de Salvini; dentro de la comunidad académica aparecen cada vez más voces respetadas y con argumentos sólidos que reclaman reformas. Cambios sobre cómo se regulan los movimientos comerciales y las condiciones en las que se firman estos acuerdos, pero también cambios en la regulación de los movimientos financieros, en la fiscalidad del capital y del ahorro».

En el trasfondo del ataque a esta era de libre comercio se situaría la desazón colectiva con las desigualdades provocadas especialmente en las últimas décadas. «Hay un gran malestar entre una parte muy amplia de la población que ve que los frutos de la globalización no están llegando a todos; por arriba crecen, pero no por abajo. Desde 1980 -continúa el analista de AFI-, las líneas que separan a las rentas del capital de las del trabajo se han separado, cuando antes caminaban paralelas».

Tanto Arias como Castro y García consideran que el libre comercio y el multilateralismo podrían encontrar un aliado crucial en un factor inducido por sus propias dinámicas: las cadenas globales de valor. Es tan profunda hoy la indexación de las mismas, la cantidad de bienes (desde coches a teléfonos, electrodomésticos o válvulas, por citar solo algunos ejemplos) que se fabrican a nivel global con insumos y componentes procedentes de distintos países, que alterarlas podría desatar una crisis de proporciones desconocidas. «Pueden ejercer casi como una salvaguarda ante estos movimientos proteccionistas», explica el catedrático gallego.

García abunda en esta tesis y explica que el peaje de un frenazo brusco a la globalización podría ser muy elevado. «Los costes de la desintegración de esas cadenas globales de valor son demasiado altos y eso ha quedado de manifiesto. Las relaciones económicas son hoy muy complejas y no solo por cuestiones de capital, también de conocimiento, de gestión...»

En lo que sí coinciden todos es en que tras la guerra comercial subyace una disputa de mayor enjundia: la hegemonía a nivel global, durante buena parte del siglo XX en manos de Estados Unidos y en discusión a medio plazo por la irrupción de China como primera potencia económica mundial. El ataque a la globalización sería pues una suerte de disculpa, toda vez que además Pekín ha ido un paso más allá en la actualización de su modelo de crecimiento. Ahora ya no quiere ser la fábrica del mundo, sino el motor de la innovación. La vanguardia tecnológica en la era de la tecnología.

Y es precisamente esta pugna por el liderazgo mundial la que ha alimentado un debate mucho más inquietante, planteado por el profesor de la Harvard Kennedy School Graham Allison y analizado incluso en los foros del Banco Mundial. Alerta el prestigioso economista que la guerra comercial podría abocar a Estados Unidos y China a la trampa de Tucídides, o lo que es lo mismo, a un conflicto bélico resultado «de una tensión estructural letal que se produce cuando una nueva potencia reta a otra establecida». El pasado, en este caso, avalaría las tesis de Allison, quien ha demostrado que en los últimos cinco siglos, de los 16 casos en los que se enfrentaron una hegemonía decadente con otra en eclosión, doce de ellos acabaron en una guerra. A la humanidad, así pues, solo le queda esperar que se imponga la cordura. Y que Marx se equivoque cuando afirmaba aquello de que «la historia siempre se repite, primero como tragedia y luego como farsa».