
Los errores estratégicos siempre empiezan por lo evidente, por tanto, si el objetivo es Galicia y su bienestar, hemos de preocuparnos, en primer lugar, por tener claro de qué estamos hablando. ¿Estamos pensando, como siempre, en el eje entre Ferrol y Vigo? Y ya he sido cariñoso al incorporar a Ferrol, la gran olvidada. Este es el frente atlántico, la mayor concentración de riqueza, nuestro mascarón de proa; pero no el barco y mucho menos la quilla que ha de estructurar su estabilidad.
Una Galicia que no intente construir ejes transversales que pasen por las grandes villas del interior, como Melide, Mondoñedo, Monforte, Lalín, A Estrada, Celanova, Verín o Ribadavia, por citar solo unas cuantas, no merece ser vivida. Para eso, no estamos. A partir de aquí, el abecé del crecimiento económico es simplísimo: dame los tres factores básicos y después hablamos. Si la cabecera comarcal carece de alguno, sea tierra, capital humano o capital físico (estructuras y financiación empresarial), tiene un problema. Si carece de los tres, tiene un inmenso problema. Y si la clase política ignora estas reglas, entonces hay que asumir que Galicia se quedaría huérfana.
Alguno pensará que esta defensa de la Galicia vaciada, en este caso no por Madrid, y sí por A Coruña y Vigo, es una lectura bucólica de nuestro espacio territorial. En absoluto. Somos un espacio con diferenciales culturales y sociales, lo que comúnmente alguien definiría como un pueblo. En otras partes del mundo, tendríamos todos los mimbres para ser un Estado. Aquí, ni lo buscamos, ni lo deseamos. España nació en nuestras montañas y se expandió desde nuestros valles. Somos, es indudable, una parte consustancial del Estado español, pero no somos ni un barrio madrileño, ni una ciudad dormitorio catalana. Somos herederos de una identidad y eso aporta capital social. Dicho de otro modo, somos una sociedad capitalizada por nuestros diferenciales. Ignorar la Galicia vaciada es, en consecuencia, ignorar lo que nos capitaliza como cuerpo social. Es ignorar aquello que construye los intangibles que han de impulsarnos como territorio y como pueblo.
Hace un tiempo, en esta misma columna, reivindiqué la existencia de una figura que denominé polígono agroforestal. El martes, el conselleiro José González sacó adelante la nueva Lei de Recuperación da Terra Agraria. Lo que en su día mencioné, de modo intuitivo, él lo ha desarrollado con acierto, solidez y diálogo. La abstención del PSdeG no debe verse como un tema menor, y en lo particular, me agrada que una fuerza de gobierno, como es el PSOE, se ubique en los espacios de la construcción y no caiga en la tentación del frentismo gratuito. Si tuviera que dedicarse a eso, otros siempre lo harán mejor.
José González ha sido ambicioso, lo cual aplaudo, y ha entrado a abordar un gran número de asuntos, desde la problemática de las tierras con dueño desconocido, al banco de tierras, los catálogos de suelo, los bancos de explotaciones, las agrupaciones de gestión conjunta o los polígonos que mencionaba en el párrafo anterior, entre otras medidas. Ha creado el marco y tiene la casa, ahora ha de encender la chimenea. Es decir, darle contenido al continente. Pero, en todo caso, ha sido quién de abordar uno de nuestros grandes problemas, el factor tierra. Esta nueva ley es una oportunidad de la que carecíamos, y resulta acertada porque empieza por la génesis. Ahora, toca continuar, queda mucho trabajo por delante, y lo primero que tenemos que hacer los que vivimos en la Galicia Atlántica es girar la mirada. Recordar que ellos nos necesitan, y nosotros a ellos también.