La solvencia del sistema financiero

MERCADOS

Eduardo Parra - Europa Press

02 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En diciembre del 2010, el Banco Internacional de Pagos, la ONU de los bancos centrales, había alcanzado el consenso suficiente como para emitir el marco regulador global para reforzar los bancos y sistemas bancarios, también conocido como Basilea III. Un documento que, con ochenta folios, decidió darle una vuelta al sistema financiero internacional. Y lo hizo, más por convencimiento que por autoridad.

Al igual que las directivas europeas determinan las legislaciones nacionales de la Unión, Basilea III ha determinado un tsunami regulador que empezó en el 2011, y en algunas naciones — España fue una de ellas—, se desarrolló en un tiempo récord. Queríamos convencer al mundo de nuestra obsesión por ser alumnos aventajados del nuevo curso académico, y lo conseguimos. La banca española está perfectamente regulada y nuestros directivos financieros —como pauta, no me atrevo a convertirlo en una ley inviolable—, saben de banca y saben de riesgos financieros. No juegan, como antes, a ser lo que no son ni deben ser.

En el primer párrafo indicaba que el nuevo marco se impuso por convencimiento, porque aún recuerdo alguna conversación informal con un presidente de una comisión nacional de valores, en la que me reconocía que determinados instrumentos de capital, en la regulación de su país, eran gigantes con pies de barro. Algo que su Gobierno nunca asumió ante su opinión publica. Afortunadamente, ese país nunca entró en crisis financiera. Así era el mundo al inicio del siglo XX; que Basilea diga lo que quiera, que yo hago lo que deseo. Más de una regulación financiera buscaba puertas falsas para escaparse de una norma que, aun siendo más laxa que la actual, le pedía a la solvencia bancaria lo mismo que Calígula a su esposa, que lo fuera y lo aparentase.

Estos días hemos visto varias crisis en la banca regional norteamericana y, lo más impactante, la caída de Credit Suisse. Pocos días antes había estado en Ginebra y en Zúrich. Todo el mundo me resaltaba la seriedad y la pulcritud de los suizos; se ve que a veces el diablo invade el cuerpo de los ángeles. Porque este referente bancario se había convertido en todo menos en un modelo de seriedad. Y aquí está la mayor, rigor y ética; ética y rigor: exíjale eso a su banco y váyase a cama a dormir tranquilo. Salvo, y aquí está el problema, que sufra un efecto contagio. Eso fue lo que ocurrió en el 2008. Los bonos de titulización, sustentados por unas hipotecas basura de valor desconocido, se hundieron, crearon pérdidas patrimoniales y estas destrozaron la cuenta de capital generando caídas en la solvencia bancaria. Y si no eres solvente ya sabes lo que pasa: te caes de los mercados. Así arrancó aquella historia, pero esta, como acabo de decir, es otro asunto. Resulta obvio que no todos los bancos se gestionan igual, como lo es que cuando cambia la música de baile, siempre hay alguien que sufre un esguince. Pero eso es una cosa y otra que un virus, se mueva como se mueva, haya llegado a la pista.

Los CoCos, los bonos convertibles contingentes — habituales en la banca española y en la mundial—, son un instrumento de capital de máxima calidad, que fortalece al capital formado por las acciones ordinarias más las reservas. Si una entidad no es capaz de alcanzar el nivel que los mercados dan por bueno para el CET1 (Common Equity Nivel 1) se fortalece emitiendo CoCos, unos bonos que, en determinadas circunstancias, pueden convertir en capital. Tienen un coste elevado, pero evitan ampliaciones. ¿La lección? El sistema está sano, pero los bancos no son todos iguales, los hay mejores y peores. Preocúpese por saber cómo es el suyo.