A golpe de chip

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Jensen Huang, fundador y máximo responsable de Nvidia, dirige una de las empresas más valiosas de Wall Street

11 jun 2023 . Actualizado a las 21:52 h.

Dirige una de las empresas más valiosas de Wall Street. Y tratándose de la meca del capitalismo, eso es mucho valer. Tanto que tiene un pie en el selecto club del billón de dólares. De momento, entra y sale, pero nadie duda de que, tarde o temprano, acabará cómodamente instalada en su interior. No es uno de esos recién llegados a lomos de un unicornio (nombre con el que se conoce en el argot bursátil a una compañía tecnológica que alcanza un valor de mil millones de dólares en algún momento durante el proceso de reclutar capital sin cotizar en bolsa). Lleva en el negocio desde hace 30 años, los mismos que tiene la empresa, que ha estado dirigiendo desde entonces. Los dos están en la cresta de la ola.

Son Jensen Huang (Tainan, Taiwán, 1963) y la compañía estadounidense Nvidia. Y todo porque sus chips son imprescindibles para las conexiones que requiere el software de moda: la inteligencia artificial. «El software que permite a los ordenadores hacer cosas que antes requerían la percepción y el juicio humanos depende en gran medida del hardware que ha hecho posible Jensen Huang», resumía en su momento la revista Time.

Tenía Huang solo nueve años cuando pisó por primera vez suelo estadounidense. Lo hizo sin sus padres. En compañía de su hermano, también menor. Y eso porque, de vuelta de un viaje a Nueva York su padre, ingeniero químico y de instrumentación, se prometió a sí mismo que sus hijos estudiarían en Estados Unidos costase lo que costase. Su primer destino: una escuela baptista en la zona rural de Kentucky. «El internado más asequible de América». Así lo describiría años después el empresario en una entrevista. «Limpiar a diario los baños de un dormitorio de 150 chicos era parte del acuerdo», explicaba, para aclarar después, y disipar cualquier tipo de duda, que disfrutó todos y cada uno de los minutos de su estancia allí. De hecho le ha donado dos millones de dólares.

Con el tiempo se mudaría a Oregón. Allí estudió Ingeniería Eléctrica en la Universidad Estatal, para después cursar un máster de la misma especialidad en la de Stanford. En la primera fue donde conoció a su esposa, Lori, con quien tiene dos hijos. Los dos hosteleros.

Terminados los estudios, comenzó trabajando en la firma californiana LSI y diseñando chips en Advanced Micro Devices. Hasta que un buen día —más bien noche—, tomando algo con dos amigos (Chris Malachowsky y Curtis Priem, que trabajaban en Sun Microsystems) en un bar de carretera de San Francisco, de vuelta y hartos de sus respectivos trabajos, se les ocurrió lo de montar su propio negocio. Y qué mejor que hacerlo en torno a la pasión que compartían: los videojuegos. La idea: mejorar los procesadores gráficos de los ordenadores.

Así fue como nació Nvdia. Corría el año 1993. Decidieron llamarla así porque sus primeros modelos se llamaban NV (New Version) y querían que el nombre de la empresa incluyera esas dos letras. Luego buscaron con qué completarlo y que sonara bien y dieron con la latina invidia (de la que deriva envidia) y se dicidieron por ella. Porque, además, tiene un sonido similar a vídeo. Miel sobre hojuelas.

No es el taiwanés uno de esos gurús de costumbres digamos pintorescas, que no comen más que determinados días de la semana y cuando el sol ya se ha ido. Pero también tiene su aquel. A las cuatro de la mañana ya está en pie. Para hacer ejercicio. El deporte es una de sus pasiones: a los 15 años era un fenómeno del tenis de mesa. Luego, 14 horas de trabajo. Sin despacho. Que lo que le gusta es ir de una sala a otra de las oficinas de la compañía y el contacto con los empleados. Tiene más de 22.000 en todo el mundo. Adicto a las chaquetas de cuero y a los coches de carreras, se pirra también por cocinar. Un poco de todo. Como en botica.