
El máximo ejecutivo de Enron fue condenado a 24 años de prisión por orquestar el mayor escándalo financiero de la historia de Estados Unidos
11 sep 2023 . Actualizado a las 20:01 h.Era un coloso en lo suyo. Una de las empresas más grandes y poderosas del mundo. Ingresaba más de 100.000 millones de dólares al año (o eso decía) y empleaba a 20.000 personas. Su gestión, primorosa; su capacidad de innovación, envidiable; y sus resultados, brillantes. Centelleantes.
Todo fachada. Nada de todo aquel esplendor era cierto. Acabó mordiendo el polvo. Y convertida en protagonista del mayor escándalo financiero de la historia de Estados Unidos. Que se dice pronto. No era oro todo lo que relucía. Fango, más bien.
Corrían los primeros compases de este siglo cuando Enron, un gigante energético mundial nacido en 1985 de la fusión entre Houston Natural Gas e InterNorth (Omaha) dejó al mundo helado cuando destapó sus vergüenzas y salió a la luz toda la mugre que acumulaba bajo sus lujosas alfombras. Nada era lo que parecía ser. Bajo una densa capa de maquillaje contable, un queso de gruyer. Pérdidas ingentes y una descomunal deuda de 30.000 millones de dólares. No le quedó otra que declararse en bancarrota. Hasta entonces, la mayor quiebra de la historia. Miles de ahorradores perdieron su dinero. Y los 20.000 trabajadores, el empleo.
Detrás de toda aquella ingeniería contable: uno de los astros más brillantes del firmamento empresarial y financiero de Estados Unidos del momento. O eso creían los que alababan su extraordinario talento para los negocios. Don para las finanzas tenía Jeffrey Skilling (Pittsburgh, Pensilvania,1953). ¡Vaya si lo tenía! Solo que equivocó el camino. Graduado en Harvard en Administración de Empresas entre el 5 % de los estudiantes con mejores calificaciones de su curso, siempre mantuvo que él de todo aquello no sabía nada. No coló. Cuatro meses antes de la quiebra puso pies en polvorosa. Adujo motivos personales para dejar su puesto al frente del titán y vendió todas las acciones que tenía de la compañía. Unos 60 millones de dólares en títulos. Sospechoso. Mucho.
Hace ahora ya casi 20 años, en el 2004, se le imputaron una treintena de cargos. Dos años después fue condenado a 24 años de prisión y multado con 45 millones de dólares. Dijo en su momento que, tras la caída en desgracia de Enron, se le pasó por la cabeza la idea del suicidio. Eso y que la condena lo salvó. Tenía 52 años cuando empezó a ver la vida tras las rejas. En el 2013 consiguió que le redujeran la pena a 14 años. Y eso, después de que su caso se hubiese convertido en un auténtico quebradero de cabeza para el Departamento de Justicia estadounidense. La razón, que el Tribunal Supremo ordenó repetir el juicio al que fue el máximo ejecutivo de Enron por considerar que el proceso que lo llevó a prisión fue defectuoso.
Salió en libertad en el 2019, después de haber abandonado la cárcel federal de Alabama en la que estaba recluido en mayo del 2018 y ser trasladado a otra de mínima seguridad.
No fue el único al que aquel monumental escándalo se llevó por delante. La misma suerte corrió Arthur Andersen, una de las cinco auditoras más importantes del mundo en ese momento.Con el prestigio por los suelos y condenada por la Justicia, acabó desmembrada y devorada por los otros grandes del sector. Adiós a cien años de historia.
La avaricia, que siempre acaba rompiendo el saco.