Hace un par de años, el presidente de una importante compañía multinacional afirmaba: «Afrontamos la mayor reinvención económica desde 1945». Nada más y nada menos. Lo cierto es que esa impresión se confirma cada vez más. Vivimos en un mundo en el que eclosionan simultáneamente diversas transformaciones disruptivas y de gran calado, en un entorno caracterizado por la incertidumbre radical. A la doble transición, digital y medioambiental, se suma un profundo viraje en las relaciones económicas y políticas internacionales, cuya primera consecuencia es una tendencia a la relocalización de actividades con la que hace muy poco nadie contaba.
En ese contexto de cambio tan intenso, el papel de los principales actores económicos muda también. Las empresas deben combinar ahora la búsqueda de la eficiencia con otros objetivos, como el de la seguridad. Y en el caso de los Estados, el contenido de buena parte de sus políticas pasadas está hora en cuestión: de cara a los próximos años, las de carácter macroeconómico —como la gestión monetaria— se levantarán sobre andamiajes renovados, mientras aparecen otras prioridades, como las nuevas y ambiciosas políticas industriales.
Para adaptarse a ese mundo en cambio resulta acaso más crucial que nunca la innovación que ahora no afecta solo a sectores nuevos y muy sofisticados: la digitalización y la robotización, así como la adaptación a los procesos de descarbonización, también están cambiando radicalmente a las industrias maduras y más o menos tradicionales. Estamos ante un proceso a gran escala de lo que Joseph Schumpeter llamaba destrucción creativa, en el que los riesgos son muy altos, pero también aparecen nichos de oportunidad donde nadie sospechaba. Habrá ganadores y perdedores, y probablemente sean muy diferentes a los del pasado, por lo que dentro de diez años el mapa del poder económico acaso habrá mutado con intensidad. Este es un tiempo en el que las cartas se reparten de nuevo.
Son muchos los fenómenos, y algunos muy notables, en los que cabe percibir ya la fuerza de esa metamorfosis. Por ejemplo, pensando en la economía española, ¿quién podía imaginar hace quince años que el sector más dinámico, el que protagoniza los mayores éxitos exportadores y genera más empleo sería el de «servicios no turísticos» (en los que se incluyen actividades tan sofisticadas como las auditorías, o la ingeniería)? Algo está cambiando para bien en la economía española, pero aún es muy incierto cómo saldremos en la fotografía final de la doble transición. Mucho dependerá de que acertemos o no en el uso de los fondos europeos para dinamizar la inversión, sin duda la variable de comportamiento más insatisfactorio en los últimos años.
Parece, en todo caso, que asistimos a una verdadera revolución silenciosa. Y esto, trasladado a Galicia, es lo que nos cuenta el empresario Daniel Hermosilla en un libro de reciente aparición que contiene sus conversaciones con Antón Baamonde (Galicia, distrito industrial, Galaxia, 2024). Allí se refiere una pléyade de experiencias empresariales de éxito —hasta dos centenares, muchas de ellas de reciente creación— que son en gran medida desconocidas por el público. Se trata de empresas que innovan, generan productos de alta calidad y no pocas de ellas están presentes en un buen número de países. ¿Será que con el trasfondo de un mundo en cambio está naciendo en nuestra comunidad una nueva y diversificada generación de capitanes de industria? Pudiera ser. No dejen de leer ese libro, que combina algo difícil de encontrar: optimismo y buena información.