Choques de oferta y competitividad europea
MERCADOS
Sin saber aún muy bien en qué consiste el famoso «nuevo orden económico internacional», una realidad bastante diferente de lo que en las últimas décadas hemos conocido se va abriendo con paso firme. Es un fenómeno complejo con diversas caras; una muy importante es que el carácter de las perturbaciones de primer orden a las que la economía debe hacer frente está mutando: si hasta hace poco predominaban los choques de demanda (como los ciclos de las finanzas), ahora hay que estar atentos a una sucesión de shocks de oferta (en los que las palabras clave serían innovación, descarbonización y relocalización). A partir de ahí, se impone un cambio en el ángulo de visión. Esta novedad lleva consigo una reordenación de las prioridades de las políticas públicas. Frente a la prevalencia de las intervenciones macroeconómicas, que hasta ahora ocupaban todo el espacio, lo que ahora se impone en las agendas son las «nuevas políticas de oferta», con la industrial en un papel estelar. Detrás se atisban tres grandes motivos: en primer lugar, las grandes transformaciones en marcha son en principio independientes entre sí, por lo que se hace necesario un poderoso mecanismo de coordinación; en segundo lugar, la preocupación por maximizar la eficiencia debe ser compatible con razones de seguridad; y tercero, como consecuencia de todo lo anterior, la lucha por la ventaja competitiva es ahora más descarnada que nunca.
Es respecto a este último punto donde Europa está mostrando sus flaquezas. Frente a las dos grandes potencias ya consolidadas —Estados Unidos y China—, la UE se mueve en tierra de nadie. En casi ninguno de los grandes aspectos del cambio económico en marcha —dinámica inversora, esfuerzo en innovación, penetración de sectores nuevos, entre los que el caso del coche y las baterías eléctricas sería paradigmático— el viejo continente aparece en cabeza. En cuanto a los programas públicos, la Next Generation avanza más lentamente y está menos dotada que la IRA norteamericana. Es algo que en realidad viene de lejos: piénsese que desde la creación del mercado único, en 1993, el peso de la economía europea en el PIB mundial no ha dejado de retroceder. Si en alguna parte se hace creíble la amenaza de un estancamiento en el largo plazo es precisamente en nuestra vieja Europa.
Sobre todo ello tratan algunos notables informes cuyos resultados se están conociendo en los últimos meses, destacando los encargados por la Comisión a Enrico Letta y Mario Draghi. El primero ya se ha hecho público, y aunque el de Draghi aún no ha sido revelado, se sabe bastante de sus principales contenidos. Si hay que destacar dos aspectos cruciales y comunes a los dos informes serían, primero, la necesidad de corregir de una vez las lagunas institucionales de la Unión, completando el mercado único en materias como las finanzas, las telecomunicaciones o la energía; y segundo, es imprescindible un enorme impulso inversor, movilizando el superávit de ahorro, que ahora se dirige en una enorme cantidad, unos 300.000 millones de euros año, hacia el exterior, principalmente Estados Unidos.
Sobre esa cifra de inversión (300.000 millones anuales), dirigida a la transformación integral de la economía europea para no perder la carrera frente a las otras potencias, se extiende un creciente consenso entre los expertos. En palabras del propio Draghi, «en muchos casos, estamos invirtiendo no tanto para aumentar el stock de capital como para reemplazar el capital que ha quedado obsoleto por un mundo cambiante». La urgencia es, por tanto, máxima. Confiemos en que la difícil coyuntura política que se adivina tras las elecciones del 9 de junio no lo frustre.