Cuatro generaciones de Pérez Giménez transformando pino

MERCADOS

JAVIER TENIENTE

El aserradero de Gondomar, en manos de las bisnietas del fundador, amplía instalaciones y maquinaria para seguir fabricando tabla para construcción, embalajes industriales, talleres de carpintería o esqueletajes, sin apenas competencia en la zona, pero sí a nivel global, desde Europa del Este hasta Brasil

06 ene 2025 . Actualizado a las 10:45 h.

Antón Pérez Giménez tiene 87 años y no falta ni un solo día (o por la mañana o por la tarde) al aserradero que fundó su abuelo en su pueblo, Gondomar. «Si no viene, no cobra», bromea su hija Margarita. «Pero si no me pagas...», replica él. Hace ya varios años que este empresario cedió el testigo de la fábrica familiar a sus hijas. Su padre falleció cuando él tenía solo 30 años, en un accidente de tráfico —«en uno de los primeros coches de aquella época», apunta una de sus nietas—, y él tuvo que coger las riendas y fue quien modernizó Maderas Pérez Giménez.

«Antes, con mi abuelo y mi bisabuelo, el carro de sierra era manual, y mi padre montó uno bueno, de Cancio [taller asturiano especializado en maquinaria para aserraderos]», explica Margarita (57 años), licenciada en Empresariales. Gestiona el negocio junto a su hermana Rosa (54), ingeniera agrónoma. «Ella no, pero yo ya estudié pensando en trabajar aquí», confiesa la primogénita. Tras completar la formación pasó siete años en la empresa, y después de ocho fuera, por el empleo de su marido, regresó y ya lleva dos décadas en Pérez Giménez. Rosa se incorporó hace 30 años.

Margarita se ocupa de las áreas de producción, venta y personal; y Rosa, de los asuntos relacionados con bancos, repuestos, seguros o tramitación de subvenciones. Aunque las dos conocen bien el funcionamiento de la planta, que aprendieron de su progenitor, y se suplen. Su padre introdujo nueva maquinaria y montó la primera línea de producción en la fábrica. «También fue quien empezó a exportar, a Marruecos, Arabia Saudí... se asoció con otros tres aserraderos de la zona [dos de ellos ya desaparecidos] y crearon la sociedad Amate, solo para vender fuera», explica una de sus sucesoras, que recuerda los veranos por la nave, de niña y más adelante, «haciendo los recados».

El golpe de la crisis del 2008

Maderas Pérez Giménez es ya de los pocos aserraderos que quedan dedicados a la primera transformación de la madera. «Trabajamos exclusivamente con pino, llega la rolla y sale madera para la construcción, embalajes industriales (para bobinas de hierro, cajas para meter eólicos, cajas de fruta, puertos...), talleres de carpintería o esqueletaje [el armazón de los sofás]», detalla Margarita. En los primeros tiempos de su padre en la fábrica, la construcción «de cercanía» era el principal mercado. La crisis de 2008 asestó un duro golpe a la empresa: «Fue el único momento de la historia reciente en que anduvimos muy justos económicamente». Ahora, con 16 operarios en el taller y dos empleadas en administración, además de las dos responsables, factura tres millones de euros al año.

«Nuestro mercado mayoritario es Canarias, el resto de la península y Portugal. Hubo un momento, antes del 2018, en que mandamos mucha madera a Cuba, tres o cuatro años, a través de un español; y también a Marruecos, entre el 2019 y el 2021, lo último fue en el 2022 y aún tenemos deuda, por un problema fitosanitario tuvimos que traer la madera de vuelta. En este momento, no estamos exportando nada», señala la cogerente. Exploraron otros destinos, como Cabo Verde o Argelia, pero las demoras para descargar los barcos las disuadieron.

Adquieren la materia prima en Ourense y Lugo, y algo en Portugal. «El pino ha subido muchísimo, en Portugal no tienen, hay fábricas muy grandes y compran aquí, eso lo encarece. Estamos desprotegidos», advierte Margarita. Apenas quedan competidores locales —«por falta de relevo y porque es bastante sacrificado, al tener poco margen para la inversión que hay que hacer en maquinaria»—, pero sí fuera, y muchos: «En el tronco, Portugal; y en la madera, Austria, Brasil, Alemania, los países del este de Europa... o Bielorrusia». La calidad y la diversificación (de las medidas) les diferencian de otros aserraderos: «Somos un poco el supermercado de conveniencia, nos encargan una cosa y a la semana la tienen, pero algún cliente ha dejado de comprarnos porque lo consigue más barato en Austria o Alemania».

Hace tres años que informatizaron la producción, un avance sustancial: «Cuando sale la tabla le colocan una etiqueta indicando la clase de madera, lo que cubica y las piezas que son, si va al campo (a oreo), o al secadero... y el mismo día sabemos qué producto se ha fabricado y qué cantidad». Producen tablas de longitud, grosor y calidad diversos, seca (en el campo o en el secadero) o verde (más barata, para la construcción y algún tipo de embalaje). En el 2024 realizaron una importante inversión, con una ayuda del programa de fondos europeos Next Generation gestionados por la Xunta, para instalar una nave y montar una máquina apiladora, desapiladora y empaquetadora.

Una plantilla estable

Proyectan la ampliación de la nueva nave para trasladar allí la producción —«somos los únicos en esta zona que trabajamos con madera de cuatro metros, y eso requiere espacio»— y la construcción de oficinas y vestuarios —«pendiente desde hace dos años con los arquitectos y el Ayuntamiento; si podemos, la haremos en entramado ligero de madera»—. En la plantilla apenas hay rotación. «Tratamos muy bien a la gente, dos chicos de mi edad entraron conmigo. Todo el mundo que viene se queda, somos familia. Nos importa el empleado, nos preocupa, ya lo hacía mi padre, es otro estilo y la misma política».