
Es la impresión que uno se lleva al ver la batería sin freno de aranceles decretada por la Administración Trump. Se esperaban medidas considerables, pero tanto amigos como enemigos han quedado perplejos por la amplitud y la fuerza de los gravámenes presentados. Se trata en el fondo de una fase más en el reseteo del sistema geopolítico y comercial global iniciado por la Casa Blanca y que está destrozando un statu quo que muchos tomaban por supuesto. ¿Cómo reaccionarán ante este choque sistémico?
Europa tiene dos opciones: hablar o tomar represalias. Hablar en caliente, y con un interlocutor poco previsible y a la vez muy centrado en su punto de vista, parece tener poco sentido a corto plazo; por lo tanto, no queda otra que tomar represalias, a pesar de que aumentará el daño económico ya creado por los aranceles. Europa sí tiene músculo y sí es potente, y más si se alía con países como Suiza, el Reino Unido y otros de su entorno con quienes comparte valores esenciales, pero tiene que creérselo. Europa no es omnipotente, no tiene apenas materias primas ni recursos energéticos, pero cuenta con muchas otras cosas que también importan: un mayor número de consumidores que EE. UU., varios sectores muy fuertes como el farmacéutico, alimentación o automoción, y una moneda única relevante. Por tanto, son necesarias medidas bien dirigidas y una actitud firme. Y no debe temblar el pulso a los líderes europeos ante las más que previsibles duras reacciones norteamericanas.
¿Y China? Acaba de reaccionar con aranceles a los productos estadounidenses, a pesar de que Xi Jinping ya tiene muchas preocupaciones como un mercado local con la confianza de los consumidores por los suelos y una crisis inmobiliaria que no tiene fácil solución, ni inmediata; aunque tiene también varios ases en la manga, entre ellos su potente industria.