El gran destrozo (de quita y pon)

Xosé Carlos Arias
xosé carlos arias PROFESOR DE POLÍTICA ECONÓMICA

MERCADOS

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13 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Un presidente en cuyo primer mandato se alcanzó un promedio de 4,6 mentiras al día. Un asesor ejecutivo (o no se sabe muy bien qué) que enarbola la motosierra frente a un Estado del que él mismo ha obtenido casi 40.000 millones de dólares en subvenciones. Un locutor ultraderechista como secretario de Defensa, sin ninguna experiencia conocida en ese ámbito (un sujeto capaz de revelar un alto secreto militar a un periodista en su primera actuación). El mayor enemigo de las vacunas como responsable de Salud pública. Todos ellos en el poder ejecutivo de la primera potencia mundial: ¿qué podía salir mal?

Desde el mismo momento en que la Administración Trump comenzó su andadura, mucho se ha repetido la expresión «tiro al propio pie». Para cualquiera que haya tenido alguna relación con el mundo académico, resultará asombroso su desmedido afán de dañar profundamente un sistema científico que está en la vanguardia mundial. Claro que cuando alguien como Elon Musk es capaz de decir: «un doctorado por Harvard no es una cosa buena, sino mala», cualquier cosa se puede esperar. Y cualquier cosa se podía esperar también en materia de aranceles.

Pese al caos sobre el que nace, de la nueva política comercial se pueden afirmar varias cosas. Primero, que no trata los aranceles como un instrumento más de la política económica (cuyo uso selectivo puede estar más o menos justificado, pero es algo frecuente), sino como una especie de fuerza redentora: las subidas son desmesuradas y generalizadas, algo que desde hace más de ochenta años —desde que la tarifa Smoot-Hawley fuese uno de los grandes motores de la Gran Depresión— se sabe que puede traer consigo consecuencias desastrosas. Reducir el déficit exterior o presionar a la baja el dólar son objetivos razonables, pero ¿hacerlo así?

En segundo lugar, esta política forma parte del viraje absoluto en la posición de Estados Unidos en el orden mundial, que ya no solo es nacionalista y transaccional, como en el primer mandato de Trump, sino abiertamente depredadora; lo que obliga al resto de los países a reaccionar de un modo contundente. Una posición que rompe el sistema basado en reglas que, con todos los problemas y perversiones que se quieran señalar, y a veces dando tumbos, se mantuvo desde 1945. Nació ese sistema en las famosas reuniones de Bretton Woods y permitió a Estados Unidos mantener su hegemonía hasta ahora mismo, con ventajas importantes, como la de emitir la gran moneda de reserva internacional. Por cierto, la ruptura de las normas, ¿supondrá la desaparición de ese status privilegiado del dólar?

Y tercero, cada día que pasa se ve más claro que la crisis que se ha provocado no va a ser solo comercial: en un entorno de creciente desconfianza y miedo, la posibilidad de una tormenta financiera ha asomado ya su pata. La histeria reactiva de los mercados puede ser una manifestación patológica (comportamiento de manada, etcétera), pero también puede estar descontando un daño económico de gran calado.

Lo que en cambio ignoramos aún es si estamos ante la jugada de un tahur, que usa la amenaza de un modo brutal para sacar ventaja e imponer su agenda en la escena internacional, o si Trump y su círculo más próximo están dispuestos a llegar hasta el final. Sin embargo, la suspensión de las medidas por noventa días nos da una pista de quiénes pueden acabar doblando el brazo del magnate-presidente: los famosos «vigilantes de los bonos». Ante tal caos, la incertidumbre va a seguir siendo máxima durante mucho tiempo, con una víctima absoluta en toda esta crisis autoimpuesta: la confianza. Cosas que ocurren cuando el mundo cae en manos de los peores.