
Va camino de los 51. Pero ella es eternamente joven. Nació en Japón. Pero es británica. Vive en Londres con su familia. Tiene una hermana gemela. Pero la famosa es ella. Nació sin boca. Dicen que para que los demás puedan proyectar los sentimientos en su rostro. No es humana. Pero lleva más de medio siglo instalada en la vida de los humanos. Acompañándolos durante sus primeros años de vida. Y también cuando peinan canas. Le gusta hacer galletas y sueña con ser pianista. O poeta. Su comida favorita es la tarta de manzana. La que hace su madre, claro. Y su palabra preferida es Amistad. Ha sido embajadora de Unicef y enviada especial del Ministerio de Exteriores de Japón.
Todo muy extraño. Porque es una gata (o más bien una niña felina). Blanca. Y, no es real. Fue diseñada para adornar artículos infantiles y de papelería. Surgió de un lápiz. El de la ilustradora Yuko Shimizu. En 1974. Fue un encargo de su jefe, Shintaro Tsuji (Kofu, Yamanashi, Japón, 1927), el fundador de Sanrio, la firma japonesa que empezó en 1960 fabricando seda y hoy es todo un gigante del merchandising y las licencias vinculadas a personajes de ficción.
Para la tarea que le habían encomendado —la de dar vida a una figura que adornase artículos infantiles y de papelería— la joven dibujante —tenía entonces 24 años— se inspiró en un gatito que le había regalado su padre. Quería Tsuji un diseño que encarnara lo Kawaii, término con el que los nipones se refieren a la ternura.
Aunque no tengan hijos, ni hayan vivido —o padecido, según se mire— de cerca esa adicción felina, seguro que conocen a Hello Kitty. Aunque no sepan que en realidad es Kitty White su verdadero nombre.
Sus primeros pasos comerciales los dio un año después de ver la luz. Estampada en una línea de monederos de vinilo. No tardó en convertirse en la estrella de la firma, cuyas ventas se dispararon tras su aparición en escena. Tres años después de darle vida, Shimizu, que soñaba con ser profesora de Arte, abandonó la compañía, dejando a su criatura en manos de otra diseñadora, Setsuko Yonekubo. Fue la suya una labor fugaz. Hasta que llegó Yuko Yamaguchi, otra ilustradora que se unió a la compañía en 1978 y dos años más tarde ganó el concurso interno organizado para hacerse cargo de la adorable gatita. Suyo es el mérito de su arrollador éxito.
Tanta es su fama, que le ha hecho ganar miles de millones al fundador de Sanrio, integrante de la lista de las mayores fortunas japonesas. Que para algo la niña-gata es, junto a los Pokémon, Mickey Mouse y Winnie-the-Pooh, una de las figuras más taquilleras de la historia.
Nacido en el seno de una familia adinerada, Shintaro Tsuji, tuvo una infancia solitaria, como él mismo la ha descrito, marcada por la muerte prematura de su madre, víctima de la leucemia. Licenciado en Ingeniería Química por el Kiryu Technical College, y amante de la antigua Grecia, fue funcionario antes que empresario. Tras seis décadas al frente del negocio, en el 2020 dio un paso atrás y dejó las riendas de la compañía en manos de Tomokuni Tsuji, su nieto. No lo ha hecho mal, Sanrio acaba de desbancar a Toyota, la mayor empresa de Japón, como el valor más negociado de la Bolsa de Tokio. Y los número van sobre ruedas. De casta le viene al galgo.