
El exterminio de la población civil de Gaza, una franja reducida a escombros y premeditadamente condenada a la inanición, pasará a nuestra historia como uno de los episodios más trágicos y vergonzantes jamás recordados. Dentro de unos años iremos a la hemeroteca y veremos quién estuvo a la altura en la mínima defensa de la humanidad. Y habrá países y dirigentes (por cierto, muchos de aquí) que tendrán que sonrojarse si les queda un ápice de dignidad, porque el comodín de la coartada de Hamás ya no sostiene que se mate a los niños de hambre de forma indiscriminada. No es el momento de mirar para otro lado, sino de posicionarse, y de hablar bien alto y bien claro. Cuánto horror. Y sobre todo, cuánta infamia. Porque también hay una economía de genocidio. Lo acaba de hacer público Naciones Unidas. En Gaza, muchas empresas se benefician con la destrucción de la vida palestina. En los últimos dos años, desde que se inició la ofensiva, la bolsa de Tel Aviv ha subido un 213 %, acumulando 225.700 millones de dólares de ganancias en el mercado de valores, de las cuales 67.800 millones corresponden solo con el último mes. Según un informe presentado al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, los actores corporativos están profundamente entrelazados con el sistema de ocupación, apartheid y genocidio en el territorio palestino ocupado, donde se han identificado a 48 empresas. Fabricantes de armas, tecnológicas, financieras y firmas de construcción y energía, que han incumplido sus responsabilidades legales y éticas más básicas al convertir en negocio ordinario el sufrimiento ajeno. El informe nombra a las empresas que permitieron el lanzamiento de 85.000 toneladas de bombas sobre Gaza, seis veces la cantidad de Hiroshima; a las tecnológicas que han utilizado datos palestinos para la guerra de inteligencia artificial; a las firmas de energía que han alimentado el bloqueo israelí; y a las constructoras que siguieron suministrando el equipo que redujo a escombros la franja de Gaza.