
El oro ha fascinado a la humanidad desde siempre. Quizá sea su capacidad para permanecer inalterado durante siglos, inmune al deterioro y el óxido que el tiempo impone de forma implacable sobre el resto las cosas. El oro, siempre capaz de brillar, como con una sonrisa imperecedera, símbolo de la opulencia y del éxito. Su cotización se mueve en máximos como activo refugio frente a la inflación y las tensiones del sistema monetario. Bancos centrales, family offices, grandes aseguradores e inversores particulares son los buscadores de este tiempo, como a finales del siglo XIX lo fueron los aventureros que se adentraron en las remotas tierras del Yukón, en Alaska. Como Jack London, que también enterró sus sueños allí, pero que dejó una obra literaria que trató la fragilidad del hombre frente a la naturaleza y que supo adentrarse como nadie en la complejidad de la condición humana y la feroz batalla que libran sus pasiones: la esperanza y la frustración, la codicia y la solidaridad, el amor y el odio, la alegría y la tristeza... Quienes siguen la pista del oro (invierten en él) ya no tienen que escarbar la tierra y remover el agua, ni llevar esclusas y bateas para buscarlo y lavarlo. Pero más de un siglo después, seguir el rastro de este mineral nos lleva a concluir que, en realidad, no han cambiado tantas cosas en la condición humana. En un sector minoritario de la sociedad sigue inalterado el deseo de acumular en tiempos de depreciación de los billetes. Mientras tanto, como los aventureros, muchos se afanan en perseguir sus sueños, aún a sabiendas de que acabarán enterrándolos. Pero es el poder hipnótico del oro, que están en todas partes: en un palacio real, en una cena exclusiva un viernes al anochecer, en los museos, en las tiendas de lujo, en el cuello de dos maleantes en forma de collar antes de que se descerrajen dos tiros, en el bolsillo de un inmigrante que va a una casa de empeño para pagar una factura, en el colmillo de un boxeador y, sobre todo, en los estuches de nuestras abuelas, que sí sabían llevarlo como reinas.