Una globalización cada vez más escindida

Xosé Carlos Arias
xosé carlos arias PROFESOR DE POLÍTICA ECONÓMICA

MERCADOS

28 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya hace unos cuantos años —en torno a una década— que el fenómeno conocido por globalización ha cobrado unas características nuevas, una de las cuales es la cada vez más visible separación en dos grandes espacios, encabezados por cada una de las grandes potencias, Estados Unidos y China. En un libro del 2021 (Laberintos de la prosperidad, Galaxia Gutenberg, escrito con Antón Costas) observábamos la presencia de «una eventual escisión profunda en la economía mundial, es decir, la coexistencia de dos globalizaciones distintas y separadas entre sí. Una liderada por el capitalismo de libre empresa y la otra por el nuevo capitalismo de Estado. El resto de las economías se verían obligadas a elegir campo». Lo ocurrido desde entonces confirma estas tendencias (si bien hay que notar que, de un modo sorprendente, casi increíble, «el capitalismo de Estado» recientemente ha hecho grandes progresos en el corazón del otro dominio, el de la economía norteamericana).

Para la aparición de ese paisaje crecientemente bipolar el factor decisivo ha sido la extraordinaria pujanza económica y tecnológica de China, unida a su posición geopolítica cada vez más asertiva. La aparición y protagonismo del resto de los países Brics desde hace un par de decenios, tratando siempre de marcar una posición propia en las relaciones internacionales, ha contribuido también a ese nuevo panorama. Un hecho a destacar, en todo caso, es que tanto China, como India o Brasil han sabido sacar provecho del viejo orden internacional basado en reglas (sobre todo en materia comercial), por lo que no cabe extrañarse ante la firme defensa que de ese orden hacen ahora… cuando su gran valedor durante ochenta años —el Gobierno norteamericano— reniega abiertamente de él.

El caso es que desde comienzos de este año, la política internacional estadounidense ha abandonado casi por completo su línea tradicional, que asentaba su hegemonía en el poder blando, la apertura comercial —al menos de una forma retórica— o la fuerza del dólar. Que ese abandono es un regalo valiosísimo para las aspiraciones de liderazgo chinas resulta cada vez más claro. Una manifestación notable la encontramos en el viraje de otra economía destinada a un gran protagonismo en las próximas décadas, la india, que hasta hace poco nadaba entre dos aguas, pero ahora —amenazas trumpistas por medio— parece estar tomando partido.

En este nuevo entorno, el afán de preeminencia de China ya no es algo más o menos ambiguo que podamos intuir; por el contrario, es cada vez más manifiesto. Las grandes celebraciones económicas y militares recientes en Pekín, con presencia de un sinnúmero de países, lo acreditan. Concretando un poco más, hay algunas iniciativas del Gobierno chino que apuntan a un esfuerzo no disimulado por dar un giro en su favor al orden mundial: habrá que seguir la pista, sobre todo, a la muy reciente Iniciativa de Gobernanza Global, dirigida a «reformar el sistema multilateral desde dentro». Una reforma a la que parecen estar muy atentos numerosos países en varios continentes.

En esa misma dirección, Pekín está poniendo en marcha un grupo importante de agencias supranacionales —como el Nuevo Banco de Desarrollo (Shanghái) dirigido por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff— que apuntan a una voluntad de competir (o acaso algo más: sustituirlas) con las viejas y un tanto herrumbrosas entidades surgidas de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el FMI. Y más importante aún: ¿y el dólar, como moneda de reserva? ¿Su futuro está amenazado? Si uno escucha a los lideres chinos o a Lula da Silva pareciera que sí, y el déficit de credibilidad de la política monetaria y financiera de EE. UU. podría hacer más corto el camino. Una cosa es cierta: la economía global de un único palo ha pasado a mejor vida.