
Un motor de 150 CV sobrealimentado es suficiente para mover con soltura este «barco» de 4,75 metros, con capacidad para siete pasajeros y que puede recorrer 1.000 kilómetros sin repostar.
16 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Parar en la gasolinera y —sin necesidad de bajarse, sacar pesados cables, ni enchufar nada— bajar la ventanilla y pedir que llenen el depósito de 55 litros; aguardar dos o tres minutos y emprender la marcha con una cifra redonda en el cuadro de instrumentos: 1.000 kilómetros de autonomía. Parece ciencia ficción, vestigios de una era que quieren borrar de un plumazo, pero que gracias a automóviles como el nuevo Skoda Kodiaq diésel (desde 47.000 euros, sin ayudas) todavía pervivirá muchos años, pese al empuje de los eléctricos y las zancadillas de Bruselas.
Esta segunda generación del Kodiaq llegó a finales del año pasado, siete años después de la introducción del modelo. Ha crecido hasta los 4,75 metros y muestra un aspecto exterior imponente, con su gran parrilla frontal, una cintura alta que se eleva a la altura del tercer pilar y unos faros y pilotos que llaman la atención por la noche, con iluminación adaptativa y tecnología Matrix LED.
El interior es marca Skoda, no conozco ningún otro fabricante que consiga un espacio tan amplio para los pasajeros y, a la vez, un maletero entre los mejores de su categoría. En la versión que hemos probado ofrece 845 litros con dos filas de asientos, pero incluso aunque despleguemos los dos de la tercera fila (ocultos en el piso y aptos solamente para niños) disponemos de 340 litros. El habitáculo trata muy bien a los pasajeros, se nota que este es un coche pensado para hacer largos viajes con total comodidad. Delante vamos sentados en dos espléndidas butacas, con banqueta extensible, calefacción y regulaciones eléctricas —incluido ajuste lumbar— en el caso del conductor. Disponemos de numerosos huecos para dejar objetos, dos guanteras frente al copiloto, un espacio bajo el reposabrazos central (que se puede mover a lo largo y alto), otro a la izquierda del volante, dos bandejas de recarga inalámbrica para móviles, portavasos, paraguas escondido en el marco de la puerta... Los asientos posteriores también son calefactados y los ocupantes pueden estirar los pies debajo de los de delante porque no hay una batería debajo del piso como en los vehículos eléctricos.
El salpicadero es ahora más atractivo, presidido por una gran pantalla multifunción táctil de 13 pulgadas tipo tableta y con muy buena definición; mejor que la del cuadro de instrumentos, que muestra unos gráficos un tanto anodinos. En la consola central, tres mandos giratorios denominados smart dials albergan pequeñas pantallas en color en su interior que dan acceso a diversas funciones; son muy prácticos y el del medio se puede personalizar. Una fina tira led recorre todo el frontal y las puertas, donde se ilumina en rojo si las llevamos mal cerradas.
Con 1.968 centímetros cúbicos y 150 CV, el motor diésel de cuatro cilindros turboalimentado ofrece unas prestaciones notables. La aceleración desde parado es discreta (9,8 segundos de 0 a 100 km/h, dos segundos más que la versión TDI de 193 CV) para esta era de los kilovatios fulgurantes; pero es un coche que recupera muy bien, y a 70 u 80 km/h basta pisar ligeramente el acelerador para propulsarlo hacia delante con soltura, y es que el par máximo se obtiene desde solo 1.700 revoluciones. Es una gozada ir en la punta del gas y sentir cómo desaparecen los 1.840 kilos de peso, girando suavemente el volante con apenas dos dedos. El cambio DSG de 7 marchas es imperceptible, salvo que activemos el modo Sport o utilicemos las levas para circular de forma manual.
La suspensión es blanda y eso se nota al pasar por encima de badenes y baches, porque hacen moverse un poco al Kodiaq, aunque luego se muestra muy noble en las curvas y mantiene la trazada de forma impecable. Opcionalmente está disponible una amortiguación adaptativa (paquete Performance, 915 euros), que probablemente sujete mejor la carrocería, pero no me parece un vehículo para hacer una conducción deportiva.
Este Kodiaq es un devorador de kilómetros, con un consumo combinado WLTP de 5,5 litros a los 100. Durante los recorridos de prueba, alternando ciudad, carretera y autovía, no superó los 7 litros, y en vías rápidas (a velocidad constante) el dato oficial deja la cifra en solo 4,6 litros. En el peor de los casos podríamos recorrer casi 800 kilómetros sin necesidad de repostar, el doble que la mayoría de los vehículos alimentados con baterías de iones de litio. Para rebajar las emisiones a las exigencias europeas cuenta con un depósito de AdBlue, pero no puede ir más allá de la etiqueta medioambiental C, por lo que las ZBE urbanas están vetadas. Da igual: dejamos la ciudad a los peatones, desconectamos los molestos avisos sonoros (límite de velocidad, atención del conductor...) y las intrusivas ayudas de mantenimiento de carril, y ponemos rumbo a donde queramos sin limitaciones de autonomía ni tiempos de carga. Como se hizo siempre.