EL VIERNES pasado, en la pasarela Cibeles, David Delfín hizo salir a sus modelos con la cabeza cubierta, sogas y crucifijos al cuello, en una puesta en escena que evocaba el sadomasoquismo. La respuesta ha sido insólita. Los organizadores trataron de detener el desfile, representantes de partidos políticos de todos los signos abandonaron la sala, expresando su indignación y, por supuesto, todos los medios, espantados, lo sacaron en portada al día siguiente. Un escándalo semejante sólo puede ocurrir en un país como el nuestro seriamente dañado en el cerebelo, donde el imperio de lo políticamente correcto y los insultos contra la libertad de expresión se suceden y amenazan con amordazarnos a todos. Yo hay cosas que no entiendo. No entiendo por ejemplo por qué extraño mecanismo mental se relaciona el desfile de modelos encapuchadas con la defensa de la violencia de género. También hubiese podido ser interpretado como una denuncia. Aunque finalmente no tiene que ser nada más que lo que es: moda, un medio de expresión, arte si se trata de algo bueno. Pero parece que las barreras no están aún muy nítidas en la cabeza de nuestros conciudadanos; el arte no tiene que ser moral o inmoral, las categorías éticas no lo atañen, tiene que ser bueno o malo. Si la ropa de Delfín es mala, díganlo, pero no critiquen su presentación violenta. Porque la violencia no la ha inventado él, vemos todos los días muertos en los telediarios y en las películas y nadie dice nada. Y es que todo este rifirrafe no es más que hipocresía y falta de interés por llamar a las cosas por su nombre. Lo que escandaliza no es la violencia y el machismo sino su representación. Las parlamentarias, las feministas y el resto de los personajes públicos tienen que hablar y protestar cuando realmente haya motivos éticos para el escándalo, es decir, todos los días, cuando el alcalde del caso Nevenka es aclamado por su partido y por su pueblo después de haber acosado a la que fue su novia, cuando los jueces destilan aberrantes sentencias disculpando a violadores y a maltratadores, cuando tratan como putas a las víctimas, todos los días cuando los anuncios, las revistas de moda y la televisión propagan imágenes de la mujer completamente retrógradas, machistas y cosificadoras. ¿Por qué siguen siendo legales y no se prohíben de una vez los concursos de mises? ¿Por qué las mujeres no desfilan con grilletes? En el desfile se vio lo que somos. Pero a nadie le gusta mirar la verdad de frente. Es más bonito que las modelos desfilen con puntillas al ritmo de Ave, María, cuando serás mía . Y no sólo eso. Si reducimos la posibilidad de utilizar todas las iconografías del mundo, el sadomasoquismo, la tortura y el crimen para incidir en el mundo, el arte habrá muerto. Ni Sade, ni Bataille, ni Francis Bacon son inmorales, son inmorales Bush y Pinochet, es inmoral el marido que le quita un ojo a su señora y el tipo que le toca el culo a su secretaria en su despacho.