LOS RESPONSABLES de la guerra le han propinado una patada al avispero de Irak, y ahora se sorprenden porque emergen los conflictos étnicos, culturales y religiosos, que están en la naturaleza de la compleja sociedad iraquí. O bien el desconocimiento de la realidad por parte de los estrategas del Pentágono es oceánico -lo que no parece probable-, o bien existe una estrategia deliberada para que el caos se haga patente en las ciudades iraquíes poniendo en peligro la estabilidad política y social en todo el Oriente Próximo con el ánimo de que los regímenes de Irán y Siria sufran las consecuencias de una desestabilización general. Como era previsible, el vacío de poder en Bagdad ha sido ocupado por la estructura de los imanes chiítas que han construido una policía fuertemente armada para evitar los asaltos y los robos, y han querido atender las necesidades básicas de los iraquíes referidas al agua, la alimentación y la sanidad. Es decir, ha nacido una estructura política legitimada por la fuerte presencia chiíta en Irak y por el prestigio de sus imanes. Las manifestaciones de Karbala han sido espectaculares. Más de dos millones de creyentes se concentraron en la ciudad santa en la que se guardan los restos del imán Husseim Mohamed Ali -nieto de Mahoma-, asesinado junto con su familia en el año 680 por el califato omeya en Karbala. Si a ello le sumamos la presencia kurda en el norte, y la influencia de las minorías suní y cristiana ortodoxa, podemos tener una idea aproximada de los problemas del futuro político de Irak. Si hemos de creer a portavoces oficiosos de la Secretaría de Estado, lo ocurrido ha causado un relativo desconcierto en Washington porque no habían previsto un plan político posterior a la caída de Sadam. «¿Qué queremos hacer?», se pregunta el funcionario. «Se centraron sólo en acabar con Sadam Huseín». Afirmar que se pretende construir una democracia en Irak no deja de ser una intención tan piadosa como irrealizable. Y Washington lo sabe. Así las cosas, la misión de Jay Garner se limita a la construcción de un protectorado militar cuya misión fundamental es doble: evitar que el fantasma del imán Jomeini y de la Revolución islamista iraní se haga presente en Bagdad, y garantizar la extracción del petróleo. Con tal motivo, EE. UU. ha decidido construir cuatro bases militares en los lugares estratégicos, y ha desplegado tropas en la frontera con Irán tras acusar a Teherán del envío de agentes suyos al territorio iraquí. Washington se prepara para una larga presencia -no menos de cinco años- con la presencia de casi doscientos mil militares. Bush y Colin Powell esperan que un despliegue de fuerza de tal entidad en Irak haga innecesaria cualquier hipótesis de intervención en Siria e Irán. Veremos.