DEBO CONFESAR y confieso que Rodríguez Ibarra me cae bien desde una ocasión ya lejana en el tiempo. Fue cuando el equipo de Luis del Olmo le concedió el premio Tarugo que, como su nombre indica, es lo contrario de lumbrera. Pocos galardonados con esa distinción acudían a recogerla. Pero Rodríguez Ibarra acudió, y en su discurso de aceptación del premio dijo algo así: «Si se falla un premio de poesía, se supone que el jurado está compuesto por grandes poetas; si se discute quién es el tarugo, se supone que quienes lo deciden son mucho más tarugos que el galardonado». Eran los tiempos en que Joaquín Leguina se refería al presidente extremeño como «Rodríguez y Barro». Aquel día descubrí que no era tan burdo como decían las crónicas. Ayer el señor Ibarra se volvió a manifestar, en declaraciones radiofónicas. Sus palabras deben quedar en la antología de la santa indignación. Dijo cosas como éstas: «Que defienda la unidad de España quien quiera; yo voy a defender a los tabaqueros de Extremadura». Que yo recuerde, es la primera vez que un político en activo manda a la mierda (ésa es la intención) los juegos interesados de los partidos, incluido el propio. Y yo, que también he debido pasar un mal día, me he quedado con ganas de aplaudirle. Es que es para cabrearse. Pero no sólo con la política madrileña , tan conspiratoria, sino con medio país. Lo comentábamos hace dos días: no hay ninguna grandeza en el examen de la situación. Todo se reduce a un juego de poder. Rodríguez Ibarra tiene la honestidad de decirle a Aznar que no debe marcharse cuando está en peligro la unidad nacional, y le responden metiendo sus palabras en el saco de las disensiones internas del PSOE. Es decir, se utilizan en la estrategia general de mostrar a un Zapatero acosado desde su partido. Es un pequeño ejemplo. La respuesta que tuvo el propio Zapatero cuando cedió al PP la presidencia de la Diputación de Álava fue reprocharle que no controlaba al PSOE, porque unos concejales de Navarra habían hecho unos pactos con los nacionalistas vascos. Y así, todos los días. Y lo malo no es que ese sea el comportamiento de la clase dirigente. Lo malo es que se está contagiando a la prensa. Muchos periódicos encuentran su razón de ser en llevar a portada el ambiente conspiratorio de la Corte y los cenáculos frívolos de Madrid. ¿Y qué ocurre mientras tanto? Que, efectivamente, veinte mil tabaqueros tendrán que coger sus maletas y emigrar. Los juegos de poder y asedio al adversario, que es lo primero que recoge la televisión, están quitando de los focos los auténticos problemas sociales. Me quedo pensando cuántos miles de ciudadanos pensarán lo mismo que Ibarra. Y temo que sean muchos.